Primero se muele el jamón de York; luego se bate una porción a discreción de queso Gouda. Después se mezcla todo y la pasta resultante se unta en dos rebanadas de pan. La consecuencia, el delicioso sándwich de crema de jamón y queso que en 1972 empezó a despachar Pizco en la calle General Bravo, 20, y que causó furor entre el público que comenzó a contarse entre su clientela.

A ese establecimiento le cabe el histórico reconocimiento de ser el pionero de la sandwichería en

Canarias, tal como reza ahora en el cartel del local que está en la calle Travieso, 4, en el barrio de Triana, a donde este negocio familiar se trasladó desde hace una década. Los cuarenta y dos años transcurridos hasta ahora mantienen el éxito consolidado de esta firma que despacha a diario miles de emparedados en diversos formatos e ingredientes y, al mismo tiempo, ha proporcionado a su propietario, Tomás Rivero Pérez (Las Palmas de Gran Canaria, 1940), todo un caudal de ideas que desde hace cinco años plasma en ensayos novelados con espíritu e intención filosóficos.

El último de sus libros, Pensamiento anticuado, se presentó esta misma semana en el Museo Poeta Domingo Rivero, una nueva obra que firma el empresario ya jubilado desde hace siete años con su seudónimo de guerra literario Mario Simbio. Este ensayo continúa vertebrando su tesis filosófica central: la necesidad de un cambio social profundo para conseguir un estado de madurez tal que permita al hombre/mujer la autosuficiencia en el pensamiento y la acción. Y, con ella, una fiel y real vida en libertad.

Antes de Pensamiento anticuado, iniciaron el desarrollo de esa idea principal El zoquete perfecto y La alegre ignorancia, que dibujan cómo Mario Simbio reflexiona acerca de su propio conocimiento, y su crítica a la ortodoxia de la academia que, en todos los órdenes, ata de pies y manos, y mediatiza, la vida de los humanos.

Simbio firma cada uno de estos libros, y continúa escribiendo y desarrollando y ampliando su tesis filosófica en otro que ya ha culminado y se publicará en los próximos meses, junto a nuevas entregas aún por concretar.

Pero él sólo pone negro sobre blanco lo que ha conocido, reflexionado y digerido intelectualmente durante décadas

Tomás Rivero Pérez en la experiencia absorbida tras el mostrador de Pizco, mientras protagonizaba las diarias conversaciones y confidencias con sus clientes, de todas las edades y distinto paladar a la hora de escoger sus sándwiches preferidos.

Y es que cuarenta y dos años dan para mucho. "Ser sandwichero me hizo creativo, idear nuevos productos, tener capacidad para responder a la demanda de los clientes. Y el contacto con éstos es lo realmente estimulante. La gente es la que me ha hecho desarrollar mis ideas, elaborar mi discurso, ese que he empezado a escribir en mis libros", afirma Mario Simbio.

Primeros pasos

Todo comenzó en 1972 cuando él y su socio, Carmelo Rodríguez Alejandro, fallecido hace tres años, decidieron dedicarse a los sándwiches. "Primero cogimos un local pequeñito" en la parte delantera de General Bravo, 20. Empezaron con cuatro bandejas, poco más de 100 emparedados, mezcla de sabores de crema de jamón y queso, atún, anchoas y de berros.

Algo más de un año después ambos preparaban ya un millar de sándwiches, en una carta en la que el rey era el de jamón y queso ("por cada diez que vendíamos de éstos, despachábamos uno de otro sabor, aunque después la gente acabó por aborrecerlos"), y a la que se iban incorporando las recetas que sugería el público. Así llegó a colocarse el de berros, otro de los indispensables de Pizco en aquellos primeros años. "Nos trajeron dos versiones. Una señora nos contó la receta de su madre, que los elaboraba con la verdura y queso. Y, la segunda, era de una cliente que los había comido muy ricos, con queso tierno, decía, en Inglaterra. La gente es así de generosa", señala el sandwichero.

Una década de negocio, viento en popa, abrió una nueva etapa en Pizco. El pequeño local se extendió a todo el edificio, unos trescientos metros de una vivienda antigua que ofreció múltiples usos culturales. "El primer Café Teatro que se hizo en las Islas se representó en Pizco, a finales de los años 70 y principios de los 80".

El inmueble se convirtió en espacio multicultural: había espacio para músicos, para una biblioteca de unos 2.000 títulos que se ofrecían en préstamo gratuito ("aunque fue un fracaso, la gente nunca los demandó") y para los actores. Los inicios de Profetas de Mueble Bar estuvieron en la trastienda de Pizco, en cuyo patio se hacían representaciones.

Y todo esa actividad por cuenta de la iniciativa privada. "Todo lo hacíamos, como ahora con los libros, sin subvención. Esa es la línea que culturalmente siempre hemos tenido, y seguimos manteniendo. Evitamos la intervención", explica.

La actividad cultural y las tertulias se alimentaron y crecieron durante varios años hasta que en 1992 se dio un cambio de tercio personal (Tomás Rivero Pérez se casó y empezó a utilizar la casa como residencia) y cultural (el Cabildo abrió nuevos espacios para actores y artistas, en general, en el antiguo Asilo de Ancianos). Pizco seguía ofreciendo calidad y diversidad a su público, ese que demandaba para un viaje, una celebración, o una comida fuera de casa sus valorados sándwiches.

Esa actividad cultural de Pizco había continuado, de otra manera, la que había desplegado con anterioridad Tomás Rivero Pérez cuando decidió abrir, en el local en el que tenía entonces un negocio de trabajos de decoración, en Triana, 62, una galería de arte. Ese espacio se llamó El Cenobio y por allí pasaron, en individuales y colectivas, los protagonistas de lo más granado de la actividad artística de aquellos años: desde Felo Monzón, Miró Mainou, Lola Massieu, Jane Millares, Yolanda Graziani o Antonio Santana.

Ahora El Cenobio se ha vuelto a recobrar en un lugar virtual contenido en Los coincidentes.com, el espacio de uno de los proyectos en los que trabaja Mario Simbio. Es una plataforma online de lectura, reflexión y diálogo en torno a la obra de este autor. En ella se incluye el intercambio de ideas y pensamientos de gentes de cualquier lugar del planeta que coincida en los planteamientos filosóficos que enuncia Simbio en cada uno de las obras que firma.

Y es que, desde que se retiró, Tomás Rivero se ha volcado en esta actividad, aunque mantiene su contacto diario y habitual con los clientes de Pizco. A su local acude para continuar bebiendo ideas, captando enfoques, con todos los que conversa.

"Ya estoy al otro lado del mostrador", aclara, "pero para mí hablar con la gente es como un alimento. Los sándwiches, además de ser un medio de vida para nosotros, en mi caso me han dado la oportunidad de aplicar las ideas de autosuficiencia, de hacer las cosas por uno mismo, al negocio".

Así que ese pan de molde de miga fresca, como mucho elaborado el día anterior, que empareda productos de calidad, y que tratan con gran profesionalidad los siete trabajadores que tiene ahora Pizco (cinco de ellos, de su familia) ha significado mucho más para Rivero Le ha dado la posibilidad de a través de Mario Simbio hacer suyas percepciones, creencias y concepciones de muchos de sus clientes. Y escribirlas.