La ciudad de Florencia destila tanta belleza, que ha inspirado un síntoma propio por sobredosis de goce: el síndrome de Stendhal. Su majuestuoso Duomo, las ventanas y joyerías del Ponte Vecchio que levitan sobre el río Arno, o la perfección cincelada en las formas del David de Miguel Ángel son algunas de las joyas de esta ciudad de la Toscana, cuna del Renacimiento que respira en sus plazas, galerías y monumentos.

Como tantas pequeñas grandes ciudades, bastan dos o tres días para hacerse con Florencia. Para los neófitos, su visita contiene varios imprescindibles. Sin duda, el Duomo, catedral de Florencia, con su hermosa fachada de mármol blanquiverde y cúpula de Brunelleschi, es una de las joyas de la corona. Radicada en la plaza homónima, la Piazza del Duomo aloja también el Baptisterio de San Giovanni y el Campanario de Giotto, que brinda una de las mejores panorámicas de la ciudad. A unos cuantos pasos, el centro civil de la ciudad, la Piazza della Signoria (Plaza de la Señoría), coronada por la Fuente de Neptuno, se extiende flanqueada por el Palazzo Vecchio (Palacio Viejo) y la Loggia dei Lanzi, pequeño museo al aire libre bajo cuyas arcadas se exhiben esculturas, como el Rapto de las Sabinas o Perseo con la cabeza de Medusa. Ambas piazzas son un lugar ideal para degustar un Aperol en la terraza de alguna trattoria antigua.

Y el paseo trazado hasta ahora desemboca en el hipnótico Ponte Vecchio, el puente de piedra más antiguo de Europa, construido en 1345, cuya hermosura lo salvó del arrasamiento de las tropas nazis y hoy se erige en uno de los emblemas de Florencia. Al caer la noche, invita a uno de los paseos más románticos del mundo.

Y un viaje a Florencia no puede prescindir de visitar a la Galería de los Uffizi, con obras maestras de Botticelli, Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Rafael y Tiziano. Pero para contemplar el David de Miguel Ángel, también hay que añadir a la hoja de ruta la Galería de la Academia. Eso sí: procuren imprimir las entradas antes de partir.