Los medios de comunicación son instrumentos fundamentales en la sociedad del siglo XXI, de eso no cabe duda. Pero así como pueden convertirse en herramientas imprescindibles para articular comunidades maduras y libres, también pueden llegar a transformarse en instrumentos donde la difícil frontera entre la información y la especulación degenera en situaciones poco deseables que desembocan en el alarmismo y la preocupación social.

Hay medios, sobre todo los televisivos y la llamada prensa rosa, que se nutren de las desgracias y las tragedias ajenas para explotarlas a su antojo, creando un circo continuo de rumores, intoxicaciones y opiniones interesadas que está muy lejos de la información y se acerca más a la especulación gratuita y al abuso de los sentimientos.

Un ejemplo elocuente de este tipo de casos es el de los sucesos, informaciones que en determinados medios y programas se explotan hasta lo indecible y donde el rigor informativo brilla por su ausencia. Por desgracia, las desapariciones de los menores que tienen angustiadas a dos familias grancanarias y a la sociedad isleña en general forma parte de esta situación y cualquier atisbo de información que surge en relación con ellos es aprovechada para regodearse, sin a veces pensar que hay muchas personas que viven un tormento diario en espera de tener noticias de su ser querido.

La detención de un hombre como presunto autor del intento de secuestro de una menor en Telde ha motivado una cierta alarma social no se sabe hasta qué punto fundamentada o no. Sin embargo, hay medios, sobre todo de ámbito nacional, que suplen la falta de datos concretos divulgando elucubraciones que perjudican tanto a las familias afectadas como a la población en general. El lógico secretismo de las investigaciones policiales y judiciales es sustituido por las filtraciones, los rumores, la especulación y las suposiciones. Hay medios que relativizan estas fuentes, pero otros se lanzan sin medir las consecuencias.

Lo peor es cuando algunos miembros de la clase política utilizan la morbosidad de este tipo de sucesos para sacarle cierta rentabilidad política y sembrar el alarmismo, lo que no deja de ser contradictorio con su teórico objetivo de gestionar el bien general.