Mucha y buena información procedente de los servicios secretos franceses debían tener los organizadores del Rally Dakar para tomar la sorprendente decisión de suspender el Rally Dakar. Una de las pruebas automovilísticas y de aventura más importantes del Planeta sucumbía y de hecho queda tocada de muerte ante las amenazas terroristas de esa inasible franquicia internacional del miedo y la extorsión llamada Al Qaeda.

Sin embargo, lo más sorprendente de esta noticia es que la amenaza estuviera centrada en suelo mauritano, un país muy próximo a Canarias con el que existen vínculos históricos y actuales, como una amplia y extensa cooperación al desarrollo, y cuya evolución habrá que seguir muy de cerca.

Mauritania es, oficialmente, una República Islámica y la gran mayoría de sus habitantes son profundamente religiosos. Ello no significa en absoluto que aplaudan la violencia, pero sí es cierto que en su seno han surgido algunos movimientos radicales, hasta ahora circunscritos a zonas del desértico interior limítrofes con Malí y Argelia, donde grupos de bandidos y terroristas campan a sus anchas sin reconocer fronteras, y vinculados a la predicación en algunos centros religiosos, más o menos controlados por las élites mauritanas, radicadas fundamentalmente en Nuakchot.

En los últimos tiempos, Mauritania se ha consolidado como lugar de tránsito en la ruta de la droga hacia Europa (numerosos alijos interceptados así lo atestiguan), indicio de que grupos organizados están operando al margen de la legalidad, e incidentes aparentemente aislados, como el secuestro de un avión rumbo a Gran Canaria del pasado año o el asesinato a tiros de cuatro turistas franceses en la localidad de Aleg, unos 250 kilómetros al sur de la capital, ponen de relieve que, bajo la aparente tranquilidad de las arenas mauritanas, hay movimientos a los que vale la pena seguir con atención.

Por último, amigos que residen allí me advierten de que el inminente regreso de unos 20.000 refugiados negros deportados a Senegal en 1989 tras la disputa fronteriza entre ambos países ha elevado la tensión en la calle.

No se le están poniendo las cosas fáciles al nuevo presidente, Sidi Mohamed Ould Cheikh Abdallahi, a sólo tres años del último golpe de Estado.