A principios de noviembre del 2007, Rodolfo Núñez hizo unas declaraciones en Radio Club Tenerife sobre la presidencia de CajaCanarias, con intención de tranquilizar al mismo tiempo a Adán Martín y a Álvaro Arvelo. Describió el perfil de su sustituto, de tal forma que ambos pudieran entender que se refería a él.

En realidad, en aquellas fechas, Rodolfo Núñez ya había optado por Arvelo. No lo hizo con convicción ni con ganas, sino porque se lo pidieron Ignacio González y Antonio Plasencia, los dos empresarios que le llevaron, ocho años atrás y derrotando a Francisco Ucelay contra todo pronóstico, a la presidencia de la Caja. A ciertos niveles, en ciertos ambientes, una petición de Plasencia es tan inapelable como una orden militar.

El éxito económico de Rodolfo Núñez es fruto de los avales de Plasencia. Sin Plasencia, Núñez no sería uno de los dos hombres fuertes de la compañía aérea Binter, ni habría sido presidente de CajaCanarias, ni habría dispuesto de la liquidez suficiente para sus negocios en el puerto de Santa Cruz.

Núñez no se lo pensó dos veces y aceptó la petición de Plasencia de apoyar la elección de Arvelo, aunque se hizo el estrecho durante unos días. Fue su pequeño plus de venganza. Pero cumplió con Arvelo. Éste había logrado el apoyo de Plasencia tras una monumental rabieta: el hombre que más años se ha currado la Presidencia de la Caja tinerfeña se sentía herido y traicionado por todos.

"Un compromiso es un compromiso y los que se suscriben conmigo hay que cumplirlos", dicen que dijo. Lo cierto es que se enfadó como pocas veces y amenazó con romper la baraja de lealtades y apoyos mutuos que define la muy sagrada y pesada digestión financiera de la Caja desde hace décadas. Su amenaza funcionó: caía en un momento muy especial, con las lupas de la fiscal Farnés y la magistrada Bellini hurgando bajo el tejido del crédito a Inversiones Las Teresitas SL en busca de secretas células corruptas. Todo el mundo decidió de pronto que Arvelo se merecía como nadie el puesto.

Se acordó entonces precipitar las cosas: para que Arvelo pudiera entrar en el Consejo antes de cumplir los 70, se hacía necesario adelantar el proceso electoral unos pocos meses. ¿Podía hacerse tal cosa? Bueno, quizá algún tiquismiquis se pusiera borde por la interrupción antes de tiempo de un mandato establecido reglamentariamente en cuatro años... pero en la Caja de Tenerife, donde todo se ha hecho siempre por sigiloso consenso, nadie pensó que esa pequeña irregularidad pudiera representar un verdadero problema.

Ya convencerían a Paulino Rivero y al consejero Soria, encargado de vigilar el proceso. Pero sí había que ocuparse del alcalde de Buenavista, el socialista Aurelio Abreu, presidente de la comisión de control, convertida en Comisión Electoral en el mismo momento del comienzo de renovación presidencial. Él sí podía interrumpir el proceso. Había, pues, que mandar una señal a Aurelio Abreu. ¿Cómo lo hicieron? Como siempre: con la ayuda de El Día.