Hoy se cumplen 15 años del viernes negro habanero, también conocido como el maleconazo. Aquel 5 de agosto de 1994 centenares de cubanos plantaron cara a la dictadura castrista en el primer estallido social que conoció la isla desde la Revolución en 1959. La revuelta trajo consigo la denominada crisis de los balseros, cuando algo más de 30.000 personas abandonaron las costas cubanas en frágiles embarcaciones improvisadas camino del paraíso americano. Quince años después, la situación económica de Cuba es tan delicada o más que la que se vivió en aquellos años y el peligro de una nueva explosión social figura entre las preocupaciones de los dirigentes cubanos.

El origen de aquel viernes negro fue un rumor (enemigo rumor, le llamaría Lezama Lima), algo que en Cuba forma parte de la vida cotidiana. El rumor que corrió como la pólvora por Centro Habana, posiblemente el distrito con mayor índice de pobreza de la capital cubana, era que las lanchitas que cubren las travesías de la bahía entre el Muelle de La Luz y los barrios de Casablanca y Regla estaban siendo abordadas por jóvenes desesperados por salir de la isla para conducirlas secuestradas hasta aguas internacionales. El rumor, esta vez, tenía precedentes: días antes, concretamente el 26 de julio y el 3 y 4 de agosto, tres embarcaciones habían sido secuestradas y sus captores y otros pasajeros recogidos por guardacostas de EE UU. "Es el viaje más barato del mundo: por diez centavos te llevan de La Habana a Miami", decían con sorna los cubanos que hacen de su drama un chiste.

Pues bien, ese 5 de agosto centenares de jóvenes se dirigieron a la alameda de Paula, en el Puerto, pertrechados de botellas de agua y alguna muda, dispuestos a abordar la lanchita que los sacaría de Cuba. Allí les esperaba una unidad de la Brigada Especial de Policía que ya había sido alertada. La reacción no se hizo esperar y las fuerzas comenzaron a desalojar de forma contundente a la multitud de jóvenes que se congregaron en la zona de embarque haciéndoles retroceder hasta La Punta, el principio del Malecón habanero, justo al lado del edificio de la Embajada de España. Y aquí saltó la chispa...

Todo ocurrió en minutos bajo el sofocante calor del mediodía del agosto tropical. A los jóvenes desalojados del Puerto, frustrados por no cumplir su sueño, se les unieron centenares de personas de Centro Habana iniciando una marcha por el Malecón y gritando consignas como Abajo Fidel y Muera el socialismo. El tráfico quedó paralizado y muchos ciudadanos contemplaban atónitos desde sus balcones la primera manifestación de protesta que se desarrollaba en La Habana desde la época de Fulgencio Batista. Pero como ocurre siempre, a río revuelto ganancia de pescadores. Grupos más cercanos al lumpen que a la decepción por el sistema se sumaron a la protesta rompiendo las cristaleras del hotel Dauville, sólo para turistas, y saqueando los escaparates del centro comercial Miami, que vendía entonces sus existencias en dólares norteamericanos. Dos horas después eran reducidos por la policía con la ayuda de las Brigadas de Acción Rápida, grupos parapoliciales integrados por civiles armados con palos procedentes del partido comunista y de contingentes obreros radicalizados.

Cuando la protesta fue sofocada apareció Fidel Castro en medio de un gran despliegue de seguridad para anunciar solemnemente que "si EE UU no toma medidas para vigilar sus costas, dejaremos de impedir la salida de aquellos que quieran dejar Cuba". Esta frase fue el detonante: al día siguiente las localidades costeras de Cojímar, Jaimanitas, Santa María o Santa Fe se convirtieron en improvisados astilleros de balsas y todo lo que flotara. Comenzaba la crisis de los balseros con la salida de miles y miles de cubanos en busca de otra vida.

Pero burro viejo no aprende idiomas. El régimen, con Fidel o Raúl, que tanto monta, sigue empeñado en negar la realidad de las cosas 15 años después. La economía cubana vuelve a estar en bancarrota y no hay voluntad política para buscar soluciones. Quieren seguir gobernando el país como si fuera una gran finca privada y no como un Estado. Aquella explosión de 1994 puede repetirse en cualquier momento porque los cubanos -sobre todo los jóvenes, es decir, los 'hijos de la Revolución' que no conocen otro sistema- están desesperados por el presente, no tienen ilusión ante el futuro y muchos de ellos consideran inútiles los años que invirtieron en hacer estudios superiores. Raya el colmo del cinismo que los dirigentes castristas califiquen de antisociales, escoria o vendepatrias a los cubanos que exigen más libertad y respeto a los Derechos Humanos cuando esos mismos dirigentes han estado 50 años pisoteando la dignidad de los ciudadanos en nombre de una supuesta ética revolucionaria.

Fidel Castro pudo pasar a la Historia como el estadista que transformó a Cuba con la Revolución de 1959 y va a pasar como el dictador que la destruyó moral, económica y socialmente. Y que nadie se llame a engaño: la Revolución cubana está muerta; estamos a la espera de los funerales.