En los últimos meses algunos medios de comunicación han hablado de la preocupación ciudadana por la delincuencia en España. A veces desde mi casa veo a jóvenes de 18 a 24 años con capuchas y zapatillas deportivas, fumando porros o colillas, bebiendo cervezas de lata y provocando peleas entre sus perros. Puedo adivinar de dónde proceden algunos de esos jóvenes y quiénes pueden ser sus padres. Nunca les he visto hacer otra cosa; suelen ir por los mismos lugares con actitud desafiante, enseñando a veces sus navajas y escupiendo de manera amenazadora. Sus vidas se consumen invadiendo plazas y parques de cemento. Cinco de cada diez viven en una casa en la que nadie está empleado. Abandonaron la escuela a los 16 años y se han dejado arrastrar por un mundo extraño, desconectados de la sociedad, cometiendo delitos menores y obteniendo pequeñas cantidades de dinero mendigando o recibiendo ayudas.

Un número cada vez más creciente de jóvenes y adultos como éstos han cambiado el paisaje de España. Son los mismos grupos de personas que aparecen en crónicas del siglo XVIII: "masas de hombres de todo tipo, con ropas sucias, de aspecto descuidado, con andrajos y palos, haciendo burlas al paso de la gente y gritando". Son los mismos personajes que hemos leído en las novelas de Dickens de hace dos siglos y en la películas norteamericanas de hoy. Constituyen las clases sociales más bajas, los excluidos, los parias. Pero según las últimas estadísticas, existe el peligro de que se conviertan en el mayor problema de la economía española. Se estima que en España hay más de un millón de personas menores de 30 años que no están empleados, no tienen educación y carecen de formación o entrenamiento profesional, una cifra que en relación a la población total, excede a la de cualquier país occidental.

No es fácil analizar las causas de este gran fracaso de nuestro sistema. Dirán que se debe a los cambiantes planes de estudio, al sangrante fracaso escolar, a la cultura del pelotazo, a la avaricia del mercado, a las bases anticuadas del sistema productivo español, a los bajos sueldos, al sistema de subvenciones sociales, a la escasa presencia internacional de nuestro país. Posiblemente todos tengan razón, pero también es verdad que en estos últimos 30 años ninguno de los grandes partidos políticos ha hecho de la marginación y exclusión de los jóvenes una prioridad en sus programas electorales y de gobierno. Informes realizados por organizaciones no gubernamentales han revelado que la situación en España ha empeorado en los últimos quince años. Si has nacido pobre, las posibilidades de pertenecer a la clase media son mucho menores ahora que las que se tenían hace una generación.

La entrada masiva de emigrantes ha sido positiva para la aceleración de la economía española pero ha tenido un efecto negativo en la formación y obtención del primer empleo para cerca de medio millón de jóvenes españoles que han estado perpetuamente sin trabajo. La actual crisis económica que azota con más fuerza a España que a ningún otro país de Europa, no ha hecho más que doblar el número de jóvenes que no tienen y que nunca tendrán un trabajo. Hay quien dice que las cosas se pondrán peor y que las cifras de desempleo seguirán aumentando, incluso mucho tiempo después de que la economía llegue a recuperarse. Y es que España es un país pobre que se ha empobrecido como lo atestigua un informe elaborado por técnicos del Ministerio de Hacienda: el 63% de los contribuyentes (incluidos decenas de miles de talentos y lumbreras) cobran menos de 1.100 euros al mes, es decir, menos de 36 euros al día.

¿Qué pasaría si el número de jóvenes desempleados en España llegara a triplicarse para el año 2012? Tendríamos un ejército de trabajadores forzados a la marginalidad sin ayuda del gobierno (porque no tendrá dinero) mientras competimos con otras economías emergentes de más éxito que la nuestra. Son personas aprisionadas en el pasado y con un futuro oscilando entre trabajos por periodos cortos de tiempo y subsidios indignos. Para la mayoría de esas personas, la vida no tendrá significado, un abono perfecto para delinquir.

Que no se asombren los políticos, empresarios y dirigentes sociales: es un escenario posible. Si no hacemos algo rápido para invertir menos en el músculo y más en el cerebro, más de un millón de personas (y cuatro millones de padres y familiares) nos saludarán con un dedo, y no precisamente con el índice. Buen día y hasta luego.