Hace poco el Sahara ocupó este ar-tículo a propósito de la expulsión de la activista saharaui Aminatu Haidar de El Aaiún a España por la policía marroquí. Lo que se decía, en suma, era que circunstancias relativamente inéditas, como la alianza estratégica creciente con Argelia, acabarían forzando a EE UU a resolver de algún modo el conflicto del Sahara con Marruecos, un aliado histórico que Washington tampoco puede ni quiere perder. Sin ambos, EE UU no podrá cumplir un objetivo de primer orden, como controlar el Sahel, un nido terrorista islámico casi tan preocupante como Afganistán ya... Lo que no era imaginable era el lío internacional que lo de Haidar le está formando a España. Como se sabe, ésta intentaba -desde Canarias- regresar a la capital saharaui, en donde vive haciendo una oposición civil a la ocupación militar marroquí. Y Marruecos esta vez no la dejó entrar.

La activista, a la que torturas y cárceles marroquíes le han desatado una relación sacrificial con la causa saharaui, agitándole la pulsión de muerte en su determinación de mujer, que no es nada eso, regresaba de EE UU. Allí, no en vano, acaba de ser objeto de una consagración política en regla por los círculos demócratas, es decir, el poder en Washington. Y, Marruecos, desencajado por el despegue de Haidar como figura internacional, la primera que tienen los saharauis, infló el globo. Al llegar a El Aaiún la policía marroquí impidió su entrada, le quitó el pasaporte en regla, la detuvo y expulsó, enviándola contra su voluntad de vuelta a Canarias, con la complicidad de España. Ésta admitió que Haidar entrara en Lanzarote sin pasaporte, prometiendo que luego podría salir.

Y cuando la activista intentó tomar otro vuelo a El Aaiún, España le impidió la salida porque no tenía pasaporte. Un engaño burdo con el que de entrada se acredita como cómplice de vulneración evidente de los llamados derechos humanos en Marruecos. Pero hay más. Haidar está así extrañamente retenida en España. Claro, la saharaui captó que la evidencia y gravedad de la vulneración y el momento podían volverse un filón. Y no soltará la presa. Huelga de hambre. Y va hasta el final. España no midió. Y los nervios se desatan.

Las gestiones cordiales de la vicepresidenta De la Vega y del ministro Moratinos para que Haidar afloje son un ejercicio de cinismo progresista. Y caen en saco roto. Le ofrecen de todo (hasta la nacionalidad española) con tal de que no perturbe a Marruecos llevando hasta el final el atropello con ella cometido, que es justo lo que Haidar exige: volar a El Aaiún en las condiciones jurídicas en que los dos países la han dejado para ejercer un derecho de regreso con reconocimiento universal. O nada. Claro, no ha tardado el Departamento de Estado norteamericano en mostrar su inquietud por la salud de la activista -reventada viva a palizas en su día- y advertir que vigila por el respeto escrupuloso de la legalidad. Una enviada de la Fundación Kennedy está ya en Lanzarote... En fin, España ha pinchado. Y bien.