El caso Haidar es difícil entenderlo desde la racionalidad; en realidad, los candidatos intransigentes a mártires y a héroes nunca han sido personas racionales del todo. La huelga de hambre radiotelevisada de la independentista saharaui no responde a otra cosa que no sea a su propia voluntad, desde el principio, cuando en vez de rellenar el impreso en el aeródromo de El Aaiún y poner "Marruecos" puso "Sahara Occidental". Si en la España de Franco se hubiera puesto en el casillero de "nacionalidad", vasco, catalán, canario o de Pino Santo Alto, se habría acabado en el TOP, y con 12 años de condena en Carabanchel. A partir de ahí todo ha sido una carrera contra la lógica: una vez que los funcionarios marroquíes le retiraron el pasaporte y no la dejaron entrar, regresó a España, a Lanzarote, con la tarjeta de residente que tenía en vigor. Fue un gesto humanitario, decidido en minutos en una conversación entre el piloto, la compañía en las Islas y la policía de fronteras. Lejos de agradecer ese gesto amistoso, Aminatu decidió no entrar, sino quedarse en la sala de llegadas de la terminal de Arrecife, sobre una alfombra azul, y hacer una huelga de hambre emitida en directo para poder regresar a El Aaiún. El refrán "de bien nacidos es ser agradecidos" tiene excepciones. Se dibujó en el aire un círculo sin salida, como todos los círculos. Pronto comenzó a destilarse la demagogia, echándole la culpa a España de la situación en calidad de cómplice, como si España pudiera forzar a Rabat a admitirla, como si pudiera enviar a la Legión, como si la pudiera lanzar en un paracaídas sobre la azotea de su domicilio. No consideró suficiente hablar con el mismísimo ministro de Asuntos Exteriores, que tuvo con ella una deferencia especial, insólita; tampoco se contentó con las ofertas de Zapatero. Es comprensible la perplejidad del ministro de Exteriores, uno de los mayores expertos mundiales en negociación con palestinos y árabes, que no entiende lo que quiere esta mujer.

Para mejor comprender los problemas que ha tenido el Polisario con España -y éste es uno de ellos- hay que retrotraerse a junio de 1977, cuando el primer ministro de la RASD anunció a un grupo de políticos españoles en Tinduf que pronto comenzarían las acciones bélicas contra los pescadores canarios que faenaran con sus pequeños artesanales en el banco sahárico; advertido de que ello implicaría un cambio de postura por parte de los partidos, desde luego por el PSOE y AP, se iniciaron, sin embargo, los secuestros, los abordajes nocturnos y los asesinatos llamados ejecuciones. Años más tarde, casi ahora mismo, aquellas víctimas, unas trescientas, incluyendo las de Fos Bucra y otras, han sido consideradas víctimas del terrorismo por el Ministerio del Interior. Ningún cantante ha apoyado nunca a esta pobre gente. Pero antes de todo esto, el Polisario cometió una grave equivocación estratégica: mientras Madrid procedía al cumplimiento del mandato de descolonización, los ataques al ejército y a la población civil forzaron la retirada apresurada de España y la firma del pacto tripartito que envió al Polisario a los subsidiados campamentos de Tinduf.

En cada momento hay que hacer lo que demandan las circunstancias; y si el Polisario tuvo sus razones para hacer en cada momento lo que ha hecho, España tuvo las suyas para responder como ha respondido y para adoptar la estrategia que ha considerado oportuna. La madeja que ha comenzado a liar Aminatu Haidar no es lo más conveniente para los intereses de la RASD a medio plazo, en cuanto desaparezca la tormenta de arena, por cuanto tiene de difícilmente comprensible y poco fiable.

A pesar de la emotividad del suceso, de la natural inclinación por ayudar a David frente a Goliat, de la mística romántica de la rebeldía, de la pena innegable por ver cómo esta mujer ha decidido elegir entre patria o muerte lo segundo... los intereses de ella y de España pueden a la vez coincidir en algún aspecto, y discrepar en otros sustanciales. Si no acepta este principio, y si no actúa con buena fe, delante sólo le quedan a Aminatu el precipicio y el epitafio.

(tristan@epi.es)