Hace unos días, Radio Nacional de España preguntaba a los españoles su opinión sobre la posibilidad de cambiar el nombre de Navidad por el de Vacaciones de invierno. Se argumentaba que, en un Estado laico, sería mejor prescindir de fiestas religiosas y sustituirlas por fiestas laicas o civiles. De igual forma, también se pregunta si las vacaciones de Semana Santa se tendrían que cambiar por vacaciones de primavera.

Mi reflexión se refiere sólo a la Navidad, aunque para la Iglesia católica, la fiesta más importante de su año litúrgico es la que se celebra en Semana Santa. Mi respuesta a la pregunta de Radio Nacional es que no, que no me parece oportuno que desaparezca el nombre de vacaciones de Navidad y se sustituya por el de vacaciones de invierno. Explico mi opinión.

La Navidad es una fiesta en la que se conmemora el nacimiento (o natividad) de Jesús de Nazareth, es una fiesta que se celebra desde finales del siglo IV. Se empezó a celebrar con un banquete comunitario (del que procede la cena de Nochebuena), en el que se recordaba la figura y el legado de Jesús, que se despidió de esta vida con una memorable cena con sus amigos.

Ya sabemos que la fecha en la que hemos siempre celebrado el nacimiento de este maestro galileo no es exacta. Hoy sabemos que el hijo de María y de José el carpintero nació entre cuatro y seis años antes del inicio de su era, la llamada era cristiana. Pero, realmente, la fecha de su nacimiento es lo de menos, si perdonamos el error de cálculo del monje Dionisio el Exiguo, al hacer el calendario en el año 540.

También tendríamos que obviar la interesada intención del papa Julio I, al fijar oficialmente la fecha de la natividad de Jesús el día 25 de diciembre, para anular la fiesta pagana del nuevo sol (Saturnalia), que se celebraba, aproximadamente, en la misma fecha y donde, concretamente, la cocina romana tenía un papel muy destacado y en la que se hacían regalos a los niños. De todas formas, fiestas de celebración del año nuevo o del nuevo sol se remontan a 4.000 años antes, en la época mesopotámica.

Después de esta matización histórica, entremos en el fondo del tema. Mi tesis es que el sistema capitalista, padre del hiperconsumo y de la desigualdad insolidaria, ha traicionado y vaciado de significado, con paulatina eficacia, tanto al original San Nicolás nacido en la turca Pátara en el siglo IV y luego Santa Claus como a los Magos de Oriente.

Y entre estos dos poderosos míticos iconos, prólogo y epílogo del Nacimiento de Jesús, el centro de la festividad, es decir, el propio mensaje socialmente transformador de Jesús, ha quedado completamente sepultado. El Nicolás aquel, que luego sería S. Nicolás de Bari (lugar italiano de su tumba), hijo de una muy potentada familia de comerciantes, destacó por su generosidad y solidaridad. Siendo muy rico, regalaba sin parar sus pertenencias a sus amigos pobres del pueblo. Siendo, después, sacerdote y obispo cristiano de Myra, siguió ejerciendo y fomentado en los demás su vieja costumbre de regalar sus cosas a los más pobres.

La historia y la leyenda nos cuentan muchas anécdotas sobre la figura de San Nicolás; pero lo esencial era su preocupación de que no hubiera pobres, de que todos fueran iguales. Así, después de su muerte, a mediados del s.IV, quedó como modelo de generosidad y de compromiso social cristiano. Sincrónicamente, en la gélida Laponia, al norte de Finlandia, existió también otro Nicolás muy rico, igualmente generoso, que regalaba sus pertenencias y hacía juguetes para los niños pobres.

A mediados del s.XVII, los emigrantes holandeses llegaron a América del Norte y se llevaron la costumbre de festejar a San Nicolás en el mes de diciembre. Y fue allí, ya entrado el s.XIX, cuando San Nicolás se fue convirtiendo en lo que hoy conocemos por Santa Claus. Los centros del poder económico y las empresas, especialmente la Coca-Cola, vieron en el personaje generoso y solidario de Nicolás una inagotable fuente de ingresos y para ello se encargaron de darle la vuelta, con mucho tacto, al sentido y al objetivo de la historia.

Lo importante para los empresarios era consagrar el regalo y, por tanto, el hiperconsumo, como un nuevo dios, pero no el regalo de una pertenencia, sino el regalo comprado. ¡Regalar y regalar! ¡Hay que convencer a la gente que mientras más se regala, más se ama, más unidos y más alegres estamos! La finalidad del regalo cambió radicalmente: ahora ya no se regalaba a los pobres, sino que se regalaban entre los ricos. Ya no se celebra el recuerdo del generoso San Nicolás para que haya menos pobres y más igualdad, sino que aprovechamos al rechoncho Santa Claus, disfrazado atractivamente por la Coca-Cola, para hacer la gran bacanal en honor del dios consumo y de la diosa desigualdad.

De los pobres hemos decidido que cuiden la Casa de Galicia, Cáritas, las Obras Sociales y las personas de conciencia más social, más ecológica, más espiritual.

Por otra parte, los Reyes Magos, que fueron sólo magos venidos de Oriente, también han sido engullidos y volteados por el sistema capitalista. Esos tres personajes se fijaron en tres ya en el s.IV, adoptando los nombres de los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet, que luego Sem sería Gaspar representando a Asia con su incienso, Cam sería Baltasar representando a África con su mirra y Jafet sería Melchor, que, con su oro, representa a Europa.

Ni América ni Oceanía se conocían entonces. Estos magos trajeron sus regalos, objetos de su pertenencia, a aquel niño pobre, que, a pesar de ser especial, había nacido en un pesebre de animales. Los magos se desprendieron de algo propio, no compraron nada y no trajeron regalos a nadie más; sino a aquella pobre familia. Los pastores del lugar hicieron lo mismo, regalaron sus frutos, su leche, su queso, su lana, a aquel niño de padres pobres y necesitados, no compraron nada; sino que regalaron de lo que ya tenían. Pero los centros del poder económico, especialmente a partir del s.XIX, vieron en los Reyes Magos orientales, al igual que en el Santa Claus occidental, un indefinido e inagotable pozo de oro amarillo, negro y blanco.

El sistema capitalista argumenta, y ha convencido al mundo, que es mucho mejor que todos regalemos a todos, especialmente, que sean los ricos los que más regalen, pero que no regalen de sus pertenencias, como en los orígenes; sino que compren sus regalos.

De los pobres…, que se sigan encargando la Casa de Galicia, Cáritas, las Obras Sociales y la gente de buena voluntad…, es más folclórico. En definitiva, la traición a la Navidad la hace el sistema capitalista con estas dos elegantes estrategias: que nadie regale de sus pertenencias, sino que compre el regalo; y, en segundo lugar, que sean los ricos los que se regalen entre ellos. Los verdaderamente pobres… ya sabemos.