N i el cajón de sastre del Septenio de Paulino Rivero ni la Bienal de Arte, Paisaje y Arquitectura de Dulce Xerach han logrado la proyección que para sí tiene el Festival de Música de Canarias, antes y después de Zubin Mehta ("este Festival da mucha salud a la cultura europea"). Pero así y todo nos vamos a poner peripatéticos, de paseantes entre los instrumentos del poscapitalismo, y sacar a colación un ranking muy de nivel de estudios: ¿qué fenómeno cultural canario, dependiente de los presupuestos, ha obtenido tantas citas, reseñas y criticas como el Festival de Música de Canarias? Pues parece que ningún otro. Y algo más: ¿qué acontecimiento cultural de las Islas tiene entre sus logros un consenso político similar a la hora de no horadar su calidad ni menospreciar su proyección? Pues parece que ningún otro. Pero razones y méritos no son suficientes, y llegada la crisis económica toca, por desgracia, rematar la obviedad con una defensa del edificio para evitar que el negociado de turno no le rebaje el sueldo. Aparte, por supuesto, de ser un poco sacacorchos: toca, además, ponerse a repetir que el taquillazo del Festival no puede ser el de Clave de Ja ni el de Mamma Mia!, dado que entonces nos encontraríamos ante la obsesión regeneracionista. En fin, la revolución del colectivo gracias el escenario, al verso, a la palabra, a la música, al libro, a la arquitectura... El hombre nuevo que tanto atragantó a comunistas, futuristas y fascistas, que quisieron asirlo a su manera y acabaron en desastre. Pero ahora es la crisis, su más que frecuente y ardiente abrazo, la que nos lleva a la defensa del Festival, a esforzarnos en cimentar la filosofía de que no ha sido en balde y a expulsar el ruego de que el camino recorrido no puede ser maltratado.

El mismo Zubin Mehta se lamentaba la semana pasada, durante una entrevista en un suplemento nacional, sobre el desembarco de la crisis en la música, y cómo los gobiernos de distinto signo intentaban capear la amenaza. Caso distinto al suyo, donde el polémico Camps no se anda con chiquitas, al emplearse a fondo con la artillería presupuestaria para hacer del Palau de les Arts de Valencia un poder neurálgico de la programación operística en España. El mítico de la batuta, ya en declaraciones en el auditorio Alfredo Kraus, echó de menos el mecenazgo de los Estados Unidos de América, los grandes apellidos de las fundaciones, para empujar el carro de la cultura europea, muy dependiente del erario público. La debacle financiera, el rastro de la inoperancia de la política económica ("no valoré bien su llegada", dijo ZP), puede ser magnífica para depurar los gastos estrambóticos en artificios culturales, y sobre todo para establecer correctamente qué exposición, libro o ciclo merecen una subvención. En definitiva, para acabar con el clientelismo y con todo su catálogo de secuelas. Pero todo ello en beneficio de procesos como el Festival de Música de Canarias, cuyo poder salvífico no alcanza, como sostienen algunos, sólo a un grupo reducido, a un estamento, sino todo lo contrario: es verdad que nos hace sentir más cerca del mundo; no es mentira que podemos ser París o Roma en una noche en que la olas rompen en el arrecife de Las Canteras; es cierto que su programa nos lleva hasta orquestas que de otra manera nos serían inaccesibles; es justo comentar que hay una emoción, una turbulencia, cuando el mito toca a nuestra puerta y lo tenemos más cerca que nunca... ¿Qué otra cosa pueden pedir unas Islas? ¿Que es exagerado llamarlo salvación? ¿Que cuesta dinero? Pero también lo vale una autovía multimillonaria. El Festival no surgió para que una crisis se lo pueda llevar por delante, ni para que los gestores de turno empiecen a mover en el tablero de ajedrez para marcar nuevas prioridades ajenas al esfuerzo que una generación anterior ("¿dónde está mi amigo Saavedra?", dijo Zubin Mehta el otro día a los periodistas) realizó para concertar autonomía con desarrollo cultural.

Tampoco se puede sustituir la pasión de la música por cuestiones como la rentabilidad inmediata, ni malograr lo obtenido con programaciones que pretenden calmar la sed electoral. El populismo no puede llevar el Festival de un lado para otro, igual que una caja de turrones, y bajo la misma teoría de 'mitad y mitad' que tanto se usa para todo lo que es insular y debe pasar a regional. ¿Debemos soportar que una formación, en versión reducida, viaje a la isla de La Graciosa? En decisiones drásticas, unificadoras y ahorrativas, se puede conocer hasta qué punto unos determinados representantes públicos están o no con el Festival de Música de Canarias. Y lo suyo es que no sea tratado con desdén, de manera que el recorte, la espabilada voracidad, acabe siendo un clásico hasta que se apague la llama. Gracias a que santuarios como Mehta les ponen freno, no sé si respeto.