Qué difícil se nos hace desde Canarias entender a Marruecos en sus empecinados afanes anexionistas del Sahara Occidental.

Aparentemente, sin que nadie se ponga de acuerdo, el mercado internacional de la información impone una tregua en los meses de agosto de todos los años, pero los viejos conflictos fronterizos del planeta rebrotan sin respetar las paces del estío.

Dedico algunas de estas tardes últimas a contemplar la evolución de un naranjo cercano, a aprovecharme del poco aire que azota las palmeras que tengo a la vista y a ver corretear a los mirlos comunes entre los muros del jardincillo, hasta que alcanzan un recipiente con agua donde se dan baños tan simpáticos como impacientes. Pero el despacho queda cerca y la información no cesa de fluir pese a la calma del mes. Y la información llega del reino de Marruecos, tiene que ver con el reino de Marruecos.

"Rabat convoca al embajador de España para protestar por el apaleamiento de un estudiante marroquí" que intentaba introducir en Melilla -el ministro de Asuntos Exteriores habla en su comunicado oficial de la "ciudad ocupada de Melilla"-, un saco de kilo y medio de sardinas frescas que según las autoridades españolas no cumplían las condiciones de higiene requeridas.

El incidente parece menor, pero es la gota que no cesa en los contenciosos hispanomarroquíes sobre las ciudades de Ceuta y Melilla, tan apetecidas por la monarquía alauí. Marruecos necesita crecer al norte y al sur de su territorio actual, necesita mantener esos fuegos expansionistas encendidos para distraer la atención de una población interna empobrecida y liderada por una corte fastuosa.

La otra noticia que me llega procede del sur aludido, donde la policía marroquí ha arremetido brutalmente contra grupos de trabajadores saharauis, concentrados en la calle Smara de El Aaiún, que se manifestaban convocados por la Confederación Sindical de Trabajadores Saharauis contra la política de discriminación sufrida por sus compatriotas, por el saqueo permanente de los recursos naturales de esa zona por parte de Marruecos y por la no celebración del referéndum de autodeterminación del Sahara Occidental, como tantas y tantas resoluciones de Naciones Unidas han recomendado desde hace más de treinta y cinco años.

Esas informaciones provienen de la vecina África y tienen que ver con ciudadanos saharauis que hasta ayer estaban en posesión del mismo Documento Nacional de Identidad que a nosotros nos sigue sirviendo para ir por España y por el mundo.

Lo hemos escrito en otro lugar, pero vale la pena recordarlo.

Marruecos lleva más de un cuarto de siglo sin responder ante la comunidad internacional por su ocupación ilegal del Sahara. Desde que el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, en dictamen de 16 de octubre de 1975, dejó claro que no había ningún tipo de soberanía marroquí ni mauritana sobre el Sahara español descolonizado tras la Marcha Verde del 20 de octubre de ese mismo año de 1975.

Dictámenes del Tribunal de La Haya e innumerables resoluciones de Naciones Unidas han sido sistemáticamente desoídos por las autoridades marroquíes.

No son fáciles las relaciones con un país como Marruecos. Ni por parte marroquí ni por parte española se ha dado en los últimos tres decenios largos el necesario entendimiento diplomático y eso es algo que desde este Archipiélago nos debe preocupar especialmente.

En el entretanto, los canarios hemos perdido nuestros derechos históricos sobre el banco pesquero canario-sahariano, lo que nos ha obligado a amarrar nuestra flota; han desaparecido nuestras relaciones comerciales con el Sahara, nuestra vieja zona de influencia en el continente; no terminamos de establecer la mediana oceánica con Marruecos para saber a qué atenernos en lo que se refiere a la explotación de nuestros suelos marinos, y durante años sufrimos una inmigración irregular proveniente de las costas marroquíes que tuvo en buena parte el visto bueno de sus autoridades.

La descolonización de las colonias africanas tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial fue una chapuza histórica que hasta hoy acarrea consecuencias difíciles de evaluar. Pero quizá la mayor de esas chapuzas diplomáticas fue la cointerpretada en 1975 por la España franquista agonizante, por un Marruecos belicoso y oportunista y por una Mauritania que nunca supo muy bien de qué iba la cosa y lo mismo que se apuntó a un reparto territorial que la beneficiaba, se desligó del negocio desde que empezaron las primeras escaramuzas bélicas.

El problema lo tenemos los canarios ahí enfrente y pasan los días, los meses y los años y los partidos estatales españoles no mueven un dedo a favor de su resolución.

El intercambio de cromos coloniales protagonizado por aquel franquismo en decadencia y por un rey Hassan prepotente y embaucador no terminó de fraguar nunca. El Sahara Occidental no perteneció jamás a Marruecos, según todos los tribunales internacionales que intervinieron y siguen interviniendo en el arbitraje de la situación creada por la entrega de la provincia española del Sahara. Una provincia, así declarada a partir de un decreto de la Presidencia del Gobierno español de 10 de enero de 1958, con una extensión de unos 282.000 kilómetros cuadrados y unos 70.000 habitantes, que desde 1963 aumentó su cotización tras los hallazgos de los yacimientos de fosfatos de Bu Craa, una de las mayores explotaciones del mundo de ese mineral situada a unos cien kilómetros de la costa atlántica.

A pesar de que Franco había auspiciado desde hacía tiempo aplicar al Sahara el principio de autodeterminación, siguiendo la resolución 2.072 (XX) de la Asamblea General de las Naciones Unidas, las nuevas riquezas del subsuelo sahariano ralentizaron las decisiones que correspondían para iniciar ese proceso descolonizador. Mientras tanto, Marruecos, como un ave de cetrería, acechaba a su presa del sur y presionaba con todas sus fuerzas por quedarse con un territorio del tamaño de Noruega y lleno de expectativas económicas.

Ese fue el escenario de la rapiña del Acuerdo Tripartito de Madrid. Desde ese momento, los saharauis quedaron a merced de la neocolonización marroquí y encontraron en Argelia la comprensión a la causa que vienen defendiendo desde 1975. Dicen los antisaharahuis que Argelia, con su apoyo al Frente Polisario, sólo busca una salida estratégica al Atlántico, y quizá no dejen de tener parte de razón. Pero los setenta mil, cien mil, doscientos mil saharauis que vieron de un día para otro que eran ciudadanos españoles y que de pronto dejaban de serlo y se convertían en súbditos marroquíes de segunda categoría, reclaman con todos los argumentos a su favor un lugar en el mundo independiente y soberano. Y los canarios hemos de defender esos derechos sin medias tintas. Agosto también nos sirve para reflexionar al respecto.