Algún medio de comunicación no llegó a saber que el mensaje de felicitación de Gabriel García Márquez a Mario Vargas Llosa era falso. De Nobel a Nobel, a través de la red social Twitter, el autor de Cien años de soledad decía al de La Fiesta del Chivo: "Cuentas iguales". El críptico contacto daba a entender que por fin los dos estaban en paz, igualados, y con las deudas emocionales saldadas. Hasta el mismo galardonado oyó algo en Nueva York, recién elevado al trono más alto de las letras, sobre la salutación de Gabo, considerada de pronto como un cierre mítico para el no menos mítico episodio del puñetazo (12 de febrero de 1976) de Mario al colombiano por una razón todavía desconocida. Sin embargo, la alegría por la supuesta reconciliación entre los dos monstruos de la creación literaria no pasó de mero espectáculo: la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, con Gabriel García Márquez entre sus fundadores, desmentía el reencuentro histórico. La falsa noticia procedía de un ente desconocido, suplantador del perito de Macondo, que había lanzado a la Red la falsa buena nueva. El alcance inicial del bulo, dado por verdadero en algunas redacciones del orbe, pone en evidencia, una vez más, el poder que ha adquirido la rumorología y el engaño en la sociedad de la desinformación, antítesis de otra empeñada en separar la verdad de la mentira, precisamente el título de un magnífico libro de ensayos de Vargas Llosa que reúne sus reflexiones sobre grandes títulos de la literatura.

A la Fundación con sede en Cartagena de Indias, muy entregada en prestigiar el periodismo, no le pasó desapercibido el oportunismo ni el oportunista, al que, claro, no se le puede poner nombre propio dada las especiales características de la Red para proteger el anonimato. En todo caso el foro de ideas de Colombia, que tuvo entre sus principales animadores al gran reportero Tomás Eloy Martínez, subrayó la banalidad e ingenuidad que se ha adueñado de las audiencias poseídas por la Red y sus redes sociales. En este sentido recordó, a propósito del falso Gabo, que hay sitios en Internet que tienen por registro el nombre propio de Gabriel García Márquez, a los que acuden como un panel de rica miel miles de abejas consultoras que creen estar en contacto con el legendario escritor, cuando lo que allí se dice no tiene nada que ver con su vida ni con lo que escribe. Es un Gabo inventado, igual que habrá un Varguitas, un Hemingway, un Saramago, un Faulkner, un Pérez Galdós. Pero la fantasía reconocida por un masivo seguimiento no acaba ahí: la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano se vio en la obligación de recordar la importancia de la veracidad en la información, el carácter sagrado de las fuentes periodísticas como conductoras de la verdad, y mostraba finalmente su desencanto por el hecho de que la ensalada de los bulos llegase a tener categoría de fuente para algunos periodistas. El resultado del desmadre es que las principales agencias de información del mundo tuvieron que aclarar que Gabo no había movido un dedo, su Fundación sí (es una gran noticia para el periodismo), y que la confusión se debía a que un listo ansioso de notoriedad, de nombre desconocido (aunque puede ser que lo cuente en sus memorias digitales), colgó una afirmación falsa. A Mario Vargas Llosa, por su parte, no le sorprendió el festín, pues él y otros están siempre en disposición de ser machacados: de hecho, cuando lo llamaron para darle la noticia del Nobel creyó que estaba ante una de las bromas macabras de la sociedad de la desinformación. En fin, un pestilente K. O. para después poner el resultado de la hazaña, las palabras de asombro del escritor ultrajado, en cualquier sitio de Internet. Pero era verdad, para felicidad de todos y de sus lectores.

El hecho de la suplantación y la difuminación mediática es la quiebra absoluta de la credibilidad. Pero no es menos cierto que el despropósito (todos los días hay falsedades en la Red), que lo es bastante, nos sirve para, en contraposición, reivindicar el oficio periodístico a través de dos narradores que son verdaderos carpinteros de la historia clave para un periódico. Tanto Mario Vargas Llosa como Gabriel García Márquez alumbraron al mundo de la creación literaria a partir del periodismo, y ambos son exigentes prototipos de la necesidad de mantener la musculatura argumental a partir de los artículos, a veces con reportajes que ahondan (como un viaje del peruano al Congo) en la cocina de sus futuras novelas. El colombiano fue un redactor de calle en El Espectador, entre otros medios (recomiendo la recopilación de sus crónicas en Textos costeños, en Mondadori), mientras que Vargas Llosa fue de France Press... Pero todo ello es innecesario, digo, ante su maravilloso Relato de un náufrago (G. C. M.) o ante la construcción periodística de La Fiesta del Chivo (M. V. Ll.). ¿Qué es todo ello al lado de una mentira? Sus obras, por sí solas, ponen límite a estos experimentos ominosos que quieren hacernos ignorantes.