Ya está en marcha una nueva campaña electoral. Ha concluido la legislatura más corta de la Democracia. Por primera vez desde el inicio de la Monarquía de 1978 hay que repetir elecciones tras el fracaso parlamentario en la elección de un Presidente de Gobierno. Ni la vieja ni la nueva política han mostrado el verdadero rostro de la renovación que necesita este país para dar un salto adelante. La crisis económica, trufada con los obscenos episodios de corrupción, explica nuestra anemia política. No se hace una valoración positiva de los políticos y es preciso luchar contra el pesimismo y la desgana.

Aunque sean los mismos nombres los que acudan a despachar con el rey Felipe VI tras el 26-J, aunque escuchemos similares discursos estos próximos días, la situación política ha sufrido un cambio profundo en Canarias. No hay cartelería a diferencia de la campaña de diciembre. Si la hubiera ya no estarían en las fotos ni José Manuel Soria ni Victoria Rosell. Nada es lo que era en la política canaria. Hasta el cómodo equilibrio del tripartidismo se tambalea.

Por primera vez en 20 años Soria no participa ni en las listas ni con la responsabilidad de la presidencia del Partido Popular en las Islas. El exministro de Industria ejerce de observador activo, ausente pero presente, militante de base pero con conexión en la cúpula. Escaso papel para alguien que ha sido protagonista indiscutible.

Tampoco concurre a las elecciones Victoria Rosell. Ha regresado a su puesto de magistrada en los tribunales. La experiencia como cabeza de lista de Podemos al Congreso por Las Palmas ha sido una de las más fugaces aventuras que se recuerdan de un miembro del poder judicial en la bancada del poder legislativo. Más breve, si cabe, que aquella frustrada apuesta de Baltasar Garzón como número dos de Felipe González. Los mirlos blancos de la Justicia resultan vidriosos cuando abandonan su jaula natural.

Es posible que tras el 26-J la situación aritmética en el Parlamento resulte parecida que a la que se ha dado en diciembre. Victoria del PP, mayoría de la izquierda. Y vuelta a empezar. Por eso no está de más señalar, como suele hacerse en momentos transcendentes, que lo importante no es la cercana votación sino la próxima generación.

En fin, duele España y, como decía Unamuno, cada día que pasa me arraigo más en mis convicciones.