Hay que criticar. No se trata de empeñarse en una ética heroica, irresponsable, que pueda conducir al desastre. Es preciso encarar el compromiso de denuncia de la injusticia y de examen de la realidad con cautela pero sin renunciar a su ejercicio profesional. Francisco Perera y Marco Aurelio Pérez deben entender el saludable ejercicio de la crítica de sus vecinos. La iluminación del Roque Bentayga en Tejeda y la exposición pública del planeamiento urbanístico de San Bartolomé de Tirajana, salvando las distancias, han puesto de manifiesto que la crítica es un factor de progreso social. Cuando se cuestiona la realidad y se parte del supuesto de que todo puede hacerse de otro modo, siempre hay un resquicio para la esperanza. La crítica no es el insulto, como suele practicarse en algunos foros digitales. Es el razonamiento, el discernimiento, la duda, el criterio sin olvidar la rectificación. Interesan las opiniones, la indagación, el contraste. La crítica, en definitiva, también implica al discurso de uno mismo, a sus propias posiciones, algo fundamental para no acabar hundido en extremismos dogmáticos. No se encuentra en la batalla ideológica y política, que en ocasiones se confunde con lo que debe ser la crítica que construye la democracia.

En este tiempo de ‘gran hermano’, de griterío televisivo e infantilismo maleducado, de mezcla de verdad y mentira se hace más necesario el valor de la crítica. Y, como tantas otras veces, el ejercicio de la crítica choca con el principio de autoridad. A autoridades y a políticos en general no les agrada ni la información ni la crítica, sólo la propaganda. Los críticos se convierten en incómodos revolucionarios más que en profesionales reconocidos. La palabra del alcalde, del presidente, del ministro o del consejero, es una frecuente expresión que ningún espíritu crítico debe aceptar con pasividad. Lo que da valor a sus discursos no está en el cargo.

Seamos críticos. Con lo que se lee y ve, con los que administran y gobiernan. El auténtico valor de la crítica serena y adulta se ha convertido en un salvavidas. Lo necesitamos con urgencia en este tsunami del siglo XXI. Resulta fundamental para el progreso de las instituciones.