Mariano Rajoy ha dado un primer paso atrás al declinar, de momento, presentarse a una sesión de investidura en el Congreso de los Diputados. Como en otras tantas ocasiones nos encontramos ante informaciones que dicen que algo no va a pasar. Pero al mismo tiempo sabemos que hay algunas cosas que no sabemos, como en la confusa frase de Donald Rumsfeld. Hay hechos desconocidos que desconocemos. Las caras de Soraya Sáenz de Santamaría, con sus nuevas gafas, y de Dolores de Cospedal en la primera fila de la sala de prensa resultaban más reveladoras que el discurso de Rajoy.

Si la víspera de esta renuncia se decía desde Moncloa que se iban a acallar los rumores y que, evidentemente, el presidente del PP se iba a presentarse a la investidura, estos “todavía” y “de momento” ofrecen la misma, sino menor, credibilidad que las rotundas manifestaciones de la víspera. Rajoy abre la puerta a la antesala de la oposición parlamentaria; o bien a unas nuevas elecciones generales. En una u otra alternativa, ha llegado su hora política.

“No renuncio a nada”, afirma el presidente en funciones. Como buen gallego, se puede leer, nada tengo todavía con 123 diputados, a nada renuncio. La liturgia de la puesta en escena se está ejecutando con gran solemnidad, aunque el líder de Podemos acuda en mangas de camisa a su reunión con Felipe VI. El pacto de la izquierda se encuentra más próximo que la noche del 20D. Lo fundamental nadie lo pone en cuestión: la unidad de España y el Rey están a salvo. El destino sonríe.