Hace unos días una guagua extravió su rumbo y se plantó en el barrio de El Pilar, en La Feria, pasando por la esquina del edificio conocido como La Pantera Rosa. Me encanta ver la vida de la ciudad desde una guagua. Siempre descubro curiosidades. Escuchaba música y no reparé en el extravío, además, no tenía prisa, de manera que el incidente del que se quejaban los viajeros me pareció divertido hasta que el chófer comunicó que el vehículo se había averiado y pidió desalojar el transporte. “Otra unidad vendrá a recogerles”, dijo. Mientras mataba el tiempo paseé por sus calles viendo los pequeños comercios, el trajín de su actividad. Quiso la casualidad que un portal, un bloque en especial me resultara familiar. La barriga me dio un vuelco. Estaba en el bloque en el que vivió y fue asesinada la pequeña de 12 años Cathaysa Rosales el 7 de junio de 1988. De pronto recordé aquellos días de horror y a la vecindad que se echó a la calle en busca de la pequeña desaparecida sin que nadie pensara ni remotamente que la niña murió el mismo día que desapareció. Siempre digo que hay imágenes que nunca olvidas y esas, ese portal, esa escalera, esos descansillos, esa casa, la cocina de la modesta vivienda, donde la mamá de Cathaysa recibía a los periodistas para hacer llamamientos públicos demandando la vuelta de su niña, son algunas de ellas. Fueron días duros que viví intensamente porque 24 horas después de la desaparición la madre de Cathaysa se presentó en la redacción de LA PROVINCIA pidiendo ayuda y le entrevisté.

Verme de nuevo inesperadamente en aquel portal desató muchos recuerdos y ninguno bueno. Por esos días trabajaba en casa una buena mujer que vivía en El Pilar. Raquel.

Su dolor verbal diario era reflejo del estado de toda la sociedad canaria. Impactada. Pero faltaba poco para que se supiera la verdad: el día que la investigación puso el punto de mira en la casa del asesino, en el mismo portal, soltó perros policías y les dio a oler una prenda de la niña, lo que los condujo hasta su puerta, fue la única vez que he estado a punto de ver un linchamiento público.

Nadie sospechó jamás que aquella muerte causara daños colaterales imponentes. Uno de los hermanos de Cathaysa no superó lo ocurrido, el dolor lo trastornó y después de una vida infernal, falleció.

Qué rara, sorpresiva y cruel es la vida.

Sigue a Marisol Ayala @ayala_Marisol