Suena el timbre. Es un vecino. Ese vecino que sin saber la razón se ha convertido en alguien parecido a un familiar que siempre está pendiente de mis cosas. Cuida a su madre, enferma y mayor. Cuando hace unos años falleció su padre estaba desolado, nervioso y sin disimular su rabia. Un día le dije:”Trae los papeles que tienes del ingreso de tu padre y una foto suya. Lo voy a contar en el periódico”, y así lo hice. Denuncié su muerte ocurrida poco después en un accidente de tráfico causado por una ambulancia del SCS en el patio de un centro médico. Ese día estaba orgulloso de ver que alguien daba la cara por ellos y que su padre salía en la prensa “contando la verdad, Marisol, sin malos rollos”. Ganó el pleito y una pequeña indemnización. De eso hace 6 o 7 años. Lo que quiero decir es que por ambas partes, y a cambio de nada, nos ayudamos. Por ejemplo, yo soy una inútil en mil cosas, entre ellas en lo de clavar una tacha. No miento. Me parece casi milagroso. Siempre me hago daño. Para eso está Francis.Es noble, habla alto y no tengo más que pedirle un favor, lo mínimo, y ya está en la puerta.

Conoce bien el barrio y sus habitantes; en ocasiones me cuenta vida de vecinos que, dice, “ahora están bien pero eran unos muertos de hambre, lo que yo te diga, Marisol…”. Se apabulla cada vez que quiere relatar algo y yo le digo, “no hay prisa Francis, despacito”. Y entonces empieza y pim, pam, pim, pam y empata una historia con otra y otra y otra. “Francis, que tengo que escribir…”. Y se marcha no sin antes recordarme “ya sabes, lo que necesites me llamas”. Es quien me alerta de los buenos y malos vecinos pero ahí no le doy mucho cuartelillo porque a veces se equivoca y se empecina en una visión errada. Le he prohibido que me haga regalos porque soy consciente de su situación. Está esperando una paguita y cada día me cuenta lo que hará “si me la dan”. Ese día me paga un menú. Ahí no lo perdono. Ahora solamente le permito un café en la cafetería del barrio y nada más.

Pues, bueno. Como digo, tocaron en casa. Era el vecino. Con una sonrisa pilla y feliz y una mano en la espalda me dio la sorpresa: “…esto es de mi madre y mío, Marisol”. Una caja con perfumes, muestras, cremas, jaboncillos, maquillajes, etc. Le dije que estaban locos. Ambos. La madre y él hijo. Me hice la enfadada pero de pronto sospeché que tal vez era la primera vez que hacía un regalo tan delicado y siendo como es, tímido, lo abracé. “Eres un buen tipo, un buen vecino y un gran hijo”.

Y lo es.

Ya ven, la magia de la Navidad.

@marisol_Ayala