Presentación de “Historias Prestadas” el libro de la veterana comunicadora grancanaria.

Buenas tardes, amigas y amigos:

Antes que nada, gracias, muchas gracias, Marisol, por pensar en mí para presentar tu primera criatura en solitario, después de la apasionante aventura madre-hijo que fue plasmar en negro sobre blanco uno de los casos más aberrantes que ha sufrido este país, en ese soberbio macro reportaje de investigación que es ‘La secta del kárate’. En aquella ocasión compartiste ordenador, inquietudes y vértigo con mi adorado Micky Ayala, aquí presente, hoy sales al ruedo como la única autora de esta obra: ‘Historias prestadas’… pero no lo haces sola.

Y me explico, una periodista como tú lo eres, una periodista de verdad, nunca está sola. Los plumillas viajamos acompañados de miles de historias, de cientos de miradas, de sonrisas, de dramas, de alegrías… en definitiva, de la vida misma. Cada día es un descubrimiento, cada llamada a la redacción significa un asunto de vital importancia para quien requiere de nuestros servicios. Cada entrevista supone una pieza que trasciende lo cotidiano o, mejor dicho, que pone en valor las historias pequeñas y las eleva, por obra y gracia de esa capacidad que nos hace ser seres humanos: la comunicación. Y si esa suerte, la de poder contar lo que pasa a quienes nos rodean, es compartida por la profesión en general (no en vano es nuestra obligación)… en tu caso, querida Marisol, es marca de la casa. El libro que hoy sale a la luz está preñado de esbozos de vida, pero no de las vidas de ricos y poderosos, sino de la existencia de la gente sencilla. Porque Marisol siempre se pone de parte del débil, ella se moja. No sabe de medias tintas. Ejerce el periodismo militante, apasionado, comprometido, a pie de calle, el periodismo que hace grande esta profesión y por el que muchos decidimos que valía la pena dedicarnos a esto.

Pero vamos por partes. ‘Historias prestadas’ es la recopilación de décadas de periodismo social, pero servido en cápsulas. Y me vuelvo a explicar: una vez, Javier Durán (también aquí presente, mi primer jefe, el que puso los mimbres de casi todo lo que sé, compañero de batallas de Marisol y de toda una generación de periodistas que admiro y respeto profundamente)… pues eso, Javier, me pilló un día de esos en los que una está espesa, en el que le daba vueltas y más vueltas a un reportaje, tejiendo y destejiendo párrafos, como el velo de Penélope, pero con pocas esperanzas de que llegara Ulises… “Déjame un segundo”, me dijo. Se sentó, se puso al teclado y en dos parpadeos desfizo aquel entuerto. Las ideas que yo había desparramado sin piedad, él las había ordenado en unas pocas líneas, sin dejar ni un solo cabo suelto. Le debí mirar asombrada, porque, ya camino de su mesa, me explicó con una amplia sonrisa: “Periodismo capsular, Cirita”. Y de eso, de periodismo capsular, hay dosis letales en ‘Historias prestadas’. La recopilación de las columnas de Marisol durante décadas. Esas impresiones que van más allá de la noticia pura y dura y donde ella deja entrever, además de su capacidad de condensar la realidad, su enorme humanidad.

Las columnas vienen agrupadas en diez categorías, a saber: Mujeres, marginalidad, sanidad, sucesos, menores, inmigración, justicia, ciudad-tradición, mayores y personajes. Marisol retrata, bajo el epígrafe de ‘Mujeres’ las venturas y desventuras de heroínas que son capaces de sacar adelante a sus hijos, de jabatas que reciben golpes y muerte a manos de sus parejas, refleja los gritos de socorro de quienes lo han perdido todo y recurren a la autora para que alguien les tienda una mano y no diluirse en el abismo, son historias con nombres y apellidos, otras anónimas, pero que se meten en la piel y provocan un terco cosquilleo en el fondo de la conciencia. Mujeres fuertes, mujeres frágiles, mujeres que caen en el pozo, otras que se alzan como el ave fénix, vidas duras, otras regaladas, pasadas por el tamiz de quien, a fuerza de vivir la vida, se ha convertido en una sabia maravillosa.

La marginalidad que describe el siguiente grupo de artículos tiene, sobre todo, un elemento en común: las adicciones. La pobreza es un terrible caldo de cultivo en el que transitan como pueden los protagonistas de estas historias que Marisol coge prestadas, pero que no guarda en una gaveta para esconderlas, sino que las muestra para que no nos olvidemos de que existen. En una de estas cápsulas de realidad escribe: “Los consejos llegaron tarde, cuando todos ya habían asistido a más de un entierro”. La droga. La droga que se ha tragado a jóvenes y no tan jóvenes, arrastrando tras de sí a madres, padres, hermanos, abuelos… la droga que siega vidas sin piedad y convierte a los adictos en seres desesperados capaces de robar y matar, como Clara, la joven del chándal gris, figura central de una de las columnas más desgarradoras de cuantas pueblan las páginas de este libro.

Y es en este apartado donde Marisol deja traslucir de manera patente otra de las características de su forma de enfrentarse a la profesión periodística. Su implicación personal. “¿Te acuerdas de mí?”, le dice un chico con el que se reencuentra tras años de darlo por muerto a causa de la droga y al que, tras conocerle por un reportaje, le había encargado una mudanza en la que algunos objetos se habían, digamos, quedado por el camino. Esa implicación personal, ese ir volando bajito que dio nombre durante tantos años a su columna, le viene devuelta en forma de cariño y también de noticias. Porque ella es de esas periodistas a la que llaman para contarle cosas, de esas que dejan huella, que son parte de la familia de los lectores, de esas que escuchan, porque de eso se trata este negocio, señoras y señores, de escuchar.

Pero avancemos, porque en el siguiente epígrafe vienen curvas. Marisol, como saben, dedicó 12 años de su vida a la información sanitaria desde la sección de Sociedad de La Provincia, que fue y sigue siendo, aunque ahora bajo el nombre de Gente y Cultura, la trinchera del Estado del Bienestar en Canarias. Desde aquellas páginas, que son históricas, dio voz a los pacientes y a los profesionales sanitarios que el sistema aplastaba día tras día. Sus columnas iban de lo micro a lo macro. Desde los problemas cotidianos de los pensionistas para comer sano, cuando se preguntaba en uno de sus artículos: “¿Saben que las habichuelas están a 11 euros?”; hasta el análisis del deterioro de los servicios al ciudadano, con reflexiones como las que les leo: “Algo está pasando en una sociedad en la que a los médicos, uno de los pilares básicos del Estado del Bienestar, se les exige medicación a golpes. Les persiguen, les agreden, no son respetados”. Estas reivindicaciones le valieron no pocos problemas con gestores y políticos de todos los colores, porque sus fuentes nunca están en los despachos, sino en la calle. Esa vocación de incomodar al poder, que se refleja en las páginas de este libro, y que puede resultar romántica, pero que está en las entrañas mismas del periodismo, me recuerda una historia que me contaba Juanjo Jiménez, nuestro querido Juanjo Jiménez, compañero de La Provincia, hace escasamente quince días. Un periodista veterano le había dicho cuando acababa de salir de la facultad: “Mira, Juanjo, si tú haces información local, y vas por la calle y el alcalde se baja de la acera cuando te ve, eso es que estás haciendo bien tu trabajo”… Pues eso, más de uno se habrá bajado de esa acera al ver llegar a Marisol Ayala.

Avanzando las páginas, ‘Historias prestadas’ sigue su viaje y hace una parada en los Sucesos. Escribe la autora sobre esta sección: “Creo que, en el periodismo, los sucesos son la escenificación diaria de la vida, de la vida que nos asusta y nos duele”. Hemos hablado mil veces, ¿verdad Micky?, de que una sección de sucesos bien hecha es periodismo en estado puro. Porque la honestidad del profesional le hace poner el límite entre la información y el sensacionalismo, no tiene más ciencia. Los Ayala saben desde hace años que los sucesos interesan a los lectores, seguramente porque cuentan las historias de personas que son como ellos. La pólvora lleva años inventada. A pesar de todos los cambios tecnológicos, el periodismo sigue siendo periodismo y las historias reales y honestas atraviesan a los lectores, ya sea leyéndolas en tinta sobre papel o en la pequeña pantalla del móvil mientras van al trabajo en la guagua.

Marisol dedica más adelante su pluma a colectivos vulnerables como los inmigrantes o los mayores, pero si hablamos de su debilidad, de aquellos a los que mima especialmente, con los que transpira humanidad y ternura, la conclusión está clara: los menores ganan por goleada. Sara, Piedad, Yeremy, Cathaisa, los niños robados, la vida en los centros de menores… Los más pequeños tienen siempre una valedora en Marisol, que, no en vano, dedica este libro a su nieto, Adrián, hijo de Adai, el pequeño de la casa. El recién llegado se ha convertido en toda una adicción para los Ayala, que son exportadores de baba desde que Adrián ha venido al mundo. Miren esa sonrisa de abuela orgullosa.

Otro personaje que transita en cada párrafo de este libro y que es un elemento común sobre el que las columnas de Marisol hunden sus raíces, es la ciudad, esta ciudad: Las Palmas de Gran Canaria. Marisol es una periodista urbana y urbanita. Conoce cada palmo, pero sobre todo los barrios y lugares donde muy bien podrían desarrollarse los argumentos de infinitas novelas, costumbristas, negras, policíacas… Ella ha sido testigo de años y años de crónica negra en estas calles, pero su trabajo no destila pesimismo, y no lo hace porque ha visto con sus ojos y ha escrito con sus manos miles de historias donde personas en situaciones límite dan una lección de dignidad y superación que hace imposible no creer en la especie humana. La dureza de la vida no ha hecho a Marisol una escéptica, sino una humanista impenitente. Y hay un ejemplo que supera al resto, el de Nieves, la madre de Sara Morales. Marisol acompaña a esta mujer menuda pero enorme en ese camino por el que no debería pasar ninguna madre, ningún padre, le tiende la mano y pone voz a su dolor sin cruzar nunca la línea, sin caer en lo fácil. Con profesionalidad, pero con corazón y humanidad.

Así es Marisol Ayala, ella deja parte de sí misma en cada reportaje, en cada crónica, en cada columna. Ahora, 16 años después de haberla conocido, una mañana de prácticas en La Provincia, el mundo se ha vuelto del revés y ahora soy jefa de sección. Y cuando llama para darme un tema pienso, “qué suerte tienes, Morote”, por tener a los Ayala y porque quieran escribir en tu periódico. Porque hay periodistas que nacen, otros que se hacen y luego están los Ayala, que, según cuenta la leyenda, eran periodistas antes de nacer.

Muchas gracias.

Cira Morote Medina

13/09/2017