Nunca fue una relación fácil. Un padre de carácter fuerte y un hijo que desde la adolescencia lo intentó todo para allanar el camino del afecto, pero luchar contra quien no acepta contradicción alguna es una derrota diaria. Y así durante años viviendo un pulso. Hay padres que creen que pagar estudios y vida cómoda les autoriza ejercer el ordeno y mando sin un rechistar. El hijo es médico y como tal se ha desvelado por ese padre que envejece y enferma, ley de vida, pero para papaíto siempre hay médicos mejores, con más conocimientos, con mejor currículo y entre ellos nunca está su hijo, siempre es otro. La tiranía del poder doméstico. Pero la vida, la vejez, las enfermedades no saben de buenas o malas relaciones; un día llegan y hay que armarse para que no salgan victoriosas. En ese escenario todos los aliados son pocos. ¿Quién le iba a decir al papá huraño y despreciativo que el alivio a su dolencia estaba en casa? Lleva diez años luchando contra una enfermedad que no tiene piedad, dolorosa y tenaz. Aunque parezca una amarga pirueta de la vida esa enfermedad, ese diagnóstico, esa precariedad física los ha acercado como nunca. Padre e hijo son ahora paciente y enfermo sin ningún reproche, al contrario, todos los cuidados posibles para aliviarle son pocos.

Hace unas semanas escuché de ese hijo que la enfermedad ha dulcificado a su padre. Ni por un momento le dice lo que sería fácil “ahora me considera porque me necesita”. Y tal vez sea cierta. Ahora escucha palabras de gratitud, de cariño; un “no tardes, hijo” o un “¿te quedas esta noche conmigo?” Y se queda y lo mima y lo atiende y juega a las cartas y le lee en voz alta. No hay consulta médica a la que no acuda de su brazo, incluso cuando la cita se retrasa le anima para que vaya a tomar un café “que estarás cansado, hijo”. En ese escenario hay una mujer que observa y escucha lo que escucha sin abrir la boca. Su madre. Cuando hace dos meses lo operaron de nuevo solo quiso tener a su lado a ese hijo que nunca valoró, el que habla con los especialistas, el que traduce los diagnósticos, el que sube o baja la dosis para aliviar dolores. Parece como si de pronto se hubiera producido un enamoramiento. Y no. Se han querido siempre pero la soberbia construye muros tan altos que solo derriban la generosidad.