La última vez que la vi no tendría más de cinco años. Fue en casa de unos amigos. La recuerdo bailando, agitada, sudorosa y feliz, sabedora de tener todas las miradas en su cara. Todas. Su madre, poco más de veinte años, y ella, fruto de esos amores pasionales y casi nunca duraderos que conmocionan a las familias establecidas. Todo eso contribuyó para que ambas salieran de esas vidas de la misma forma que entraron, de puntillas. Ni la niña ni la madre volvieron jamás a ver a mis amigos. Un día alguien supo de ella, de la niña, de sus estudios, de sus proyectos pero sospecho que no hubo tiempo para conocer más. Las dos fueron como un verso suelto atado a tantos y tantos perjuicios y desaparecieron. En las rupturas siempre pagan los que no deben y ellas no iban a ser una excepción.

Pero la vida espera en la esquina, a veces de la mano de Doña Verdad, y en menos que canta un gallo recoloca la fichas del pasado. El padre de la pequeña bailarina falleció y lógicamente después de 20 años de conflictos el tiempo había borrado de la mente de mis amigos a las dos mujercitas. Como casi todos, en los velatorios cumplimos y poco más. En ese proceso estaba la familia del difundo cuando alguien reparó en una joven sentada en un banco, alejada del bullicio familiar, conmovida. Miradas de curiosidad, miradas interrogantes hasta que alguien dio el paso. "¿Quién eres?", preguntó. El fallecido era su padre y ella aquella niña que bailaba, la que pagó los platos rotos de una ruptura ruidosa. Hacía tiempo que no sabía de su papá y mucho menos de la familia paterna pero quiso decirle adiós; nada fue obstáculo para que una vez identificada, primos y tíos la abrazaran. Amor a primera vista. Un momento mágico. Todos pusieron de su parte, acercándose, conociéndose, quedando, compartiendo. Sin barullo. No hay mejor pegamento que el cariño. La ya mujer adulta no quiere una familia de bodas y entierros, exige mucho más de la familia recuperada; lo quiere todo y nadie está dispuesto a cerrar la puerta que le abre la vida. La otra parte exige exactamente lo mismo. La adoran. He sido testigo de esas reuniones familiares donde es la niña mimada. Nada le gusta más que escuchar que se parece a la familia de su padre.

Como siempre, el estrépito del desamor salpica a los que pasan por allí. Tengan la edad que tengan.