Una vez escuché de un psiquiatra. “La persona que no se mira al espejo y se interroga sobre sus actitudes en la vida, tarde o temprano lo paga”. Como se paga la maldad, ejercer el mando pistola en mano. Quienes han destrozado vidas ajenas lo deben saber. La ausencia de generosidad, la incapacidad para ver solo “su verdad” les sitúa inexorablemente al borde del abismo, en la soledad, en el desprecio. Ahí viven. No se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo y menos a una misma. Estos días he compartido ratos con amigos, compañeros, gente que con sus más y sus menos nos tenemos afecto, respeto y nos alegramos de cómo nos trata la vida. Sin embargo otros teniendo la mochila llena de cadáveres caminan en la orilla de la playa, desafiando viento y marea como quienes creen haber engañado a todos. Van por la vida dando tumbos y en silencio recogen la peor siembra. ¿Es posible que quienes han colaborado eficazmente en la precaria salud de padres de familias caminen por la vida como si no hubieran tenido nada que ver con finales trágicos? Tres amigos fueron sus víctimas más sonadas. Con uno compartí la admiración por Sabina y en general por la música. Tuvo la mala suerte de cruzarse en su camino con un mal bicho ambicioso que lo situó al borde de la locura, humillándolo y vejándolo, hasta que una madrugada su corazón hizo ¡plaf! Con otro viví su terror, su lucha contra una enfermedad que acabó con su existencia y de quien no se compadeció nadie y menos que nadie sus maltratadores. Aún le recuerdo camino del trabajo tomando ansiolíticos para soportar presión y gritos. Aterrorizado. Importó poco. Algunos lo vivieron de cerca y discretamente observaron su calvario. Cuando murieron sus verdugos derramaron más lágrimas que nadie pero años después la vida les arrinconó, no saben hasta qué extremo. Nunca una maldad concitó tanta unanimidad. Jamás entenderé a quienes desde el poder pisotean al débil sin pensar que en ocasiones la pistola dirige las balas en dirección contraria. Después de lo contado, nada comparado con la crueldad de los hechos, ahora se atreven a decir que los muertos que ellos mataron eran magníficas personas.

Mis tragaderas han debido estrecharse pero la memoria está intacta. Hay episodios que ni olvido ni perdono. La lengua está suelta y la pluma, que es lo que de verdad temen esos indecentes, cargada.