Sandra y Abel son ciegos y rechazaban los perros guía. Hoy no pueden vivir sin ellos. Ella no ve desde los 15 años y él comenzó a perder visión con 7 años. Abel, junto a su hermana también ciega, fue el primer invidente de Canarias que estudió en un centro público.

Adara, Flynt, Abel y Sandra. Imposible separarlos. Imposible y arriesgado. Hoy es un perfil compartido porque Abel y Sandra tienen muchas cosas en común todas relacionadas con su condición de ciegos desde niños; reivindicativos y capaces de plantarle cara a las adversidades con un coraje que te deja sudando. Abel es Abel Hernández Segura, ciego desde los 14 años y “padre” de Flynt, ese labrador de pelo negro sin el cual él no podría vivir “y que llena de paz mi vida”. Una Retinosis Pigmentaria lo robó la vista, al igual que a su hermana. Eran unos niños de 5 y 7 años cuando sus padres observaron que los niños caminaban sin estabilidad, agarrándose de la pared. A partir de ahí iniciaron una batalla médica en España y Rusia en las que fracasaron. La ceguera se impuso. Hoy Abel es Licenciado en Administración y Dirección de Empresas en cuyos estudios han tenido muchísimo que ver sus padres. Ya lo verán.

Hablemos de Sandra Pérez García. Es la “mamá” de su perra, Adara, ¿o Adara es la mamá de Sandra? “es mi princesa”, dice mientras acaricia con emoción el pelo blanco del animal. Sandra es diabética desde los 6 años; quiso la mala suerte que a ese diagnóstico, que tiene como presa fácil la pérdida de visión, se le uniera una Acetocis que atacó ferozmente su ya frágil retina y como saldo final después de un calvario de médicos en Canarias, Barcelona, Ucla (EE.UU), se quedó ciega a los 15 años. A esa edad sus párpados bajaron el telón. Tiene unos ojos bonitos, pestañas largas y una sonrisa feliz: “En el Materno me quemaron la retina, pero nunca quisimos meternos en juicios, bastante tenían en casa con sacarme adelante”. Es telefonista de la Clínica San Roque desde hace más de quince años y ella y su perra acuden diariamente a cumplir su jornada laboral. Una vez presentados hay que decir que ambos, ni Abel ni Sandra, pensaron jamás en tener un perro guía “yo no me veía”, dice el Abel de humor ácido: “ni siquiera quise el bastón blanco que es el primer paso que te identifica como ciego, pero fue mi madre la que un día me dijo, con ese tono con el que las madres dicen las cosas que ordenan hacer y no hay más “¿y por qué no pides un perro? Y me animé”. Sandra lo tuvo un poco más complicado porque aunque pese a su ceguera estudió Turismo, la finalizó preguntándose “¿quién le va a dar trabajo a una ciega?” Su madre estaba temerosa y nunca aceptó la ceguera de su hija. Pero ella quería agarrar la vida, saber qué futuro le esperaba. Entonces tocó en la Once donde le abrieron los ojos y los brazos. “Allí me dijeron: tu mundo está aquí, con los ciegos. Llora todo lo que necesites porque a partir de ahora empiezas otra vida”. Y así fue, estudio, teatro, trabajo “y braille porque me apasiona la lectura”. Su vida joven era cómoda porque su madre, que ya falleció, la llevaba del brazo dado que Sandra tampoco quería un perro guía: “Yo sabía que era ciega, pero no sé…”.

Al morir su madre ya no le quedó otro remedio que acercarse a los perros guía y entonces llegó Adara. Hay un episodio en la vida de Sandra que habla por sí solo de su coraje. Cuando tenía 27 años le dijo a su familia que iría a estudiar a Madrid “mi madre me dijo que si estaba loca, que me podía pasar algo, ya te imaginas, pero me fui y compartí piso con cuatro compañeras. Ahí mis dos hermanas, Pili y Marta, me ayudaron mucho e iban a verme cada semana”. El recuerdo de su madre planea en la conversación con gran cariño.

Dice Abel que el “papelón” que la vida le dio a sus padres, Goya Segura y Abel Hernández, fue tremendo. Dos hijos ciegos: “Lo que ellos hicieron por nosotros, luchas, lágrimas, sacrificios es que no te imaginas. Nos llevaron médico tras médico en busca de la curación que nunca llegó”. En esa búsqueda los dos hermanos viajaron diez veces a Rusia para que los atendiera un médico que prometió lo que nunca cumplió. “Era un dineral pero mis padres tenían amigos y algunos viajes hicimos en los cargueros rusos que llegaban al Puerto de la Luz a través de Sovispan. Nos ponían inyecciones y esas cosas, pero nada, hasta que nos rendimos”

Abel agradece a sus padres la vida entera. Ellos, que han sido educadores en La Aldea, donde nació y vivió Abel y su hermana, les inculcaron que eran niños cómo los demás. “Imagínate que consiguieron que estudiáramos en la escuela pública cosa que en aquel tiempo los ciegos no hacían; antes los mandaban a Península. Nosotros fuimos los primeros niños ciegos de Canarias que estudiamos en una clase ordinaria. Y fíjate, también nos enseñaron a reírnos de nosotros mismos. Mis padres son unos fuera de serie”

Para Abel su desamor con el bastón blanco, previo a un perro guía, ha tenido que ver con independencia y el desgaste de una lucha de tantos años. “No te engaño pero han habido más golpes de lo normal, alguna que otra bajona ahogada con unos chupitos de ron y paseos eternos por la ciudad. Todo eso hizo de mi primera etapa universitaria en Las Palmas de GC un auténtico despropósito. Pero llega ese momento en el que coges el toro por los cuernos y dices “hasta aquí hemos llegado”. Cambió el bastón por Arpón y a su muerte por Flynt y desde entonces concluyó que llevar un perro guía es como sacarse el carnet de conducir “pasas a otra dimensión, se reduce a su mínima expresión los golpes, tus relaciones sociales aumentan exponencialmente y el trayecto que hacías en 20 minutos te lo ventilas en un momento”.

En 2005 Abel fundó la Asociación de Usuarios de Perros Guía de Canarias y no baja la guardia. Ahora está metido en la recogida (change.org/sonmisojos) de firmas para que la inadmisión de ciegos acompañados con perro guía a servicios de uso público sea considerada una discriminación por discapacidad. “No todo es tan fácil como crees. Lo de negarle la entrada a un local público no puede ser un capricho, es un derecho”. Ambos hacen suyos una evidencia: “Benditos sean los perros guía, benditos”.

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