Un cúmulo de casualidades ha propiciado que llegara a mis manos una dura historia que sucedió en la isla. Hoy cumplo la promesa que contraje hace nada con una persona; recordar la atrocidad. Por la crudeza del caso obviaré detalles. Reconozco que desconocía que algo tan horrendo había sucedido en Gran Canaria.

Hace quince días acudí a una consulta. En la sala de espera estábamos tres personas. Una mujer de unos 40 años de ojos verdes y grandes, una monja y yo. La religiosa me sonrió por lo que deduje que me conocía. “Tú eres periodista…”, dijo, y le devolví la sonrisa. Minutos después la mujer de ojos verdes se interesó por mi profesión y reconoció que la detestaba. “Es que me han hecho mucho daño”, sinceridad que desbocó mi curiosidad por lo que entablé un breve dialogo con ella. Quiso saber en qué periódico escribía y se lo dije. Entonces advertí su suspiro de alivio. “Ninguno se portó bien con nosotros pero el tuyo un poco mejor”.

Desconcertada observé que la mujer no podía contener sus lágrimas. Me levanté y le rodeé los hombros, “fue una cosa de hace muchos años pero para mí como si hubiera ocurrido ayer, igual”, explicó. Entonces contó que en marzo de 1987 uno de sus hermanos, padre de dos bebés, enloqueció al saber que su mujer, ambos en la treintena, había perdido la vida en la Avenida Marítima cuando se dirigía a vender la bisutería que diseñaban. La locura del hombre fue tal que en El Carrizal acabó con su vida y con la de sus niños. Pero yo no acababa de entender su furia hasta que lo explicó todo.

Aquel marzo de 1987 se enteró de la triple muerte porque el suceso ocupó las primeras páginas de los tres periódicos locales con una foto de su hermano. “Lo leí en un semáforo y me volví loca”. Impactada con el relato acudí a la hemeroteca y comprobé que lo que había contado era cierto. La llamé, hablamos y entendí su dolor, su rabia. “Esa página marcó mi vida”. Siendo entonces una jovencita Chuchi, así se llama, quiso luchar contra esas primeras páginas pero se rindió. El daño estaba hecho y el enemigo era poderoso.

Ya todo es pasado pero no olvida. Hoy es una mujer feliz, con una hija a la que le encanta escribir. “Igual te sale periodista”, bromeo “¿Te imaginas?, ya no me importaría”, sonríe ella.