El domingo LA PROVINCIA celebró los 50 años de su reencuentro con los lectores: el 18 de diciembre de 1966 -al amparo de la Ley Fraga y en plena dictadura franquista- el rotativo inició su segunda etapa, un periodo en el que ha sido testigo, con la libertad y la verdad como compañeras de viaje, de los principales acontecimientos que han transformado Canarias. Y para celebrar la efemérides el 22 de diciembre, junto al ejemplar de LA PROVINCIA se repartió sin coste adicional un suplemento de 140 páginas. Las firmas más destacadas del diario escribieron sobre sus años en el periódico.

Empezaré diciendo que en casa La Provincia era la competencia. La inalcanzable competencia que cada día le daba un bocado a El Eco de Canarias, el periódico del que mi padre, Antonio Ayala, era Jefe de Deportes. Había una callada admiración hacia el periódico de Editorial Prensa Canaria, más tarde Editorial Prensa Ibérica. Se compraban los dos; mi padre se enfadaba cuando “la Provi” le pisaba noticias. Yo era una chica de 16 años o 17 que escuchaba sus enfados y las broncas que les echaba a los redactores a los que se les escapaban las primicias. Don Antonio no llevaba bien los pisotones y aquellos enfados, tal vez aquella frustración, la suya, me dolía. No entendía bien el alcance sus calenturas pero yo tenía la impresión de que Goliat se estaba comiendo a David. Hay una conversación que no olvidaré; una mañana al patio de casa llegó un joven periodista de El Eco de Canarias, Santiago Betancor Brito (q.e.p.d), que le dio la peor noticia a su jefe, mi padre. La Provincia le había hecho una oferta que suponía una importante mejora económica y transporte. “No lo pienses Chago, eso no te lo pagaran aquí”. Y se fue. Siempre pensé que por esa herida y otras cuestiones, sin duda los cambios políticos, comenzó a desangrarse el periódico que Don Antonio tanto amó aunque tiznara las manos.

Cuento esa experiencia para que el lector pueda entender el sentimiento de traición que sentí cuando muchos años más tardes, después de colaborar en el Diario de Las Palmas, Nacho Jiménez Mesa, (q.e.p.d) Director General de EPC, me citó en su despacho para ofrecerme un contrato para incorporarme a la redacción de La Provincia, tal conociendo ya que la competencia me tiraba los tejos. Era 1986. Siempre tuve la impresión de que pertenecer a La Provincia era traicionar en cierta medida la memoria de mi padre pero el Eco de Canarias ya había cerrado y a mi padre un infarto en la misma redacción tuvo consecuencias trágicas.

Sigo. Cuando llegué a La Provincia, en el Sebadal, me asignaron una mesa frente mismo al despacho del gran maestro que fue Antonio Lemus Jefe de Deporte del diario, competencia directa de mi padre. Alguna vez hablamos de la casualidad de trabajar juntos, el de retirada, yo llegando. Lemus comenzó a ser uno de los primeros en felicitarme cuando publicaba un buen trabajo. “Bien, Ayalita”, me decía acercándose despacito a mi mesa. Quisiera destacar en esta línea que en La Provincia viví con buenos periodistas, hábiles, generosos y buenas personas. Por ejemplo, tuve la suerte de que el querido Alfonso O Shanahan (q.e.p.d) me acogiera en su seno, orientara mis pasos en una redacción competitiva y con una calidad apabullante. Abrirse camino allí no era fácil pero debo decir que Alfonso, Paco Cansino, redactor Jefe y Salvador Sagaseta fueron mis protectores. No tengo duda de que tuve en ellos tres a los mejores cómplices, a las mejores plumas, los generosos y los buenos amigos. Me enseñaron a nadar en las frenéticas aguas de las noticias, buscarlas, confirmarlas y presentarlas al lector.

Ay, y mi Paco Cansino (q.e.p.d.) . Tenía un olfato periodístico como pocos. Buscaba noticias debajo de las piedras. “Vente, vamos a ver si por aquí sale algo”. Ese “sale salgo” se llamaban noticias que él encontraba en periódicos de días anteriores. No tiraba uno. Yo comencé a hacer lo mismo. Prensa atrasada. Era y es un buen recurso. “Cansi”/Cansino encendía un cigarro y en su despacho los dos subrayábamos párrafos en los que podía estar escondida una noticia, una historia. Con nadie trabajé como con Cansino, con nadie. Ojala los becarios de hoy tuvieran jefes como él. Periodista apasionado, orgulloso de serlo. Se le ocurría un reportaje y en dos minutos tenía el esquema, el personaje, la fuente. Todo. Bendito seas Cansino. Nunca he conocido a nadie que se entusiasmara tanto con la profesión, de tal manera que si teníamos una exclusiva Paco no se iba a casa hasta que de madrugada se subía en su moto, se acercaba a kiosko para ver la competencia con el fin de comprobar si la teníamos nosotros solos y luego, cansado y feliz, se iba a dormir. Casi siempre la exclusiva era nuestra.

Y Salvador Sagaseta, ¿qué decir de Salva?, el tipo más brillante, creativo, ocurrente, descarado y leal que conocí en la profesión. Lo nuestro, la amistad, comenzó mal, pero con el tiempo nos unió el sentido del humor, su ironía y la admiración por alguien con una capacidad asombrosa para hacer una página impecable con tres garabatos escritos una arrugada servilleta.

Cerca de 30 años en esa casa han sido 30 años de vivir la pasión del periodismo. Mil cosas podría contar pero hoy he preferido recordar a los que ya no están, a los que tanto me ayudaron, a esos que nos entendíamos con una mirada, un gesto, dos palabras. Entre ellos Don a Antonio Ayala, un padre que me inoculó el veneno del periodismo.

A mis maestros