Desde su fundación LAS PALMAS DE GRAN CANARIA se ubicó en el litoral. Fundada en la ribera del Guiniguada pero también a orillas del Atlántico, La Palmas contó de un primer momento con dos fronteras de riberas: una hacia el Atlántico puerto que le acercaba a su metrópoli como ciudad castellana; otra, hacia el Guiniguada, razón principal de su fundación por el agua potable, pero también perfecta primera defensa hacia al mar y principal eje de entrada de conquista de la isla.

Es por ello que desde su mismo origen la ciudad se configure como una urbe bipolar, en permanente dicotomía, asumida y complementaria a lo largo del tiempo y que podemos ver tanto en la configuración de sus barrios históricos (“Vegueta que mira hacia la isla y Triana que vive de la mar”), como en las actividades económicas en sus calles desarrolladas (“agrícolas, comerciales y pesqueras”) y finalmente, como no, en la mentalidad de sus habitantes (“terratenientes y mercaderes, hortelanos y pescadores). Ciudad isleña y ciudad marítima, ciudad del interior y ciudad litoral. Todo ello es Las Palmas.

No nos ha de extrañar tampoco que durante toda su historia, la ciudad haya mantenido una relación de amor y odio con su frontera marítima. Una relación que durante los ss. XVI-XIX era normal. En este periodo histórico la geografía del litoral reunió interés muy especialmente desde el punto de vista militar y defensivo o también como espacio marginal segregado de la vida urbana. Pero era además un espacio de inseguridad y hasta de miedo por lo que era evitado aunque aceptado para uso de pescadores, portuarios o empleados de la construcción o reparación naval.

Estas actividades eran poco valoradas por la población ya que la riqueza, el prestigio social se asentaba en la tierra y su posesión. En ella se cultivaba las especies comerciales tales como la caña de azúcar, el vino o la cochinilla que hacia aún más dependiente la ciudad de la isla; frente al mar vía de escape, de soldados de fortunas, pobres campesinados buscando nuevas tierras, o frontera con el enemigo, plasmado en piratas, armadas o el más terribles de todos: epidemias como la peste o el cólera que diezmaban sin piedad la población.

Por el contrario, las riquezas que podrían atraerse por ser una ciudad marítima, tales como el comercio y la pesca eran actividades que o bien se concentraban en manos extranjeras o bien eran poco apreciadas siendo realizadas por las clases más populares.

Las Palmas bajos los Austrias Mayores se enorgullecía de ser una ciudad-fortaleza del Imperio Hispánico en el Atlántico (frontera de África, camino hacia a Indias, plaza financiera de Europa) aunque a finales del siglo XVI, maltrecha su seguridad tras la invasión del “Holandés” (Van der Does), pasará las siguientes centurias de espalda al Atlántico, reconstruyendo la ciudad dentro sus murallas, adormecida en su función institucional, sustentada en los organismos que regían la isla (Concejo) como del archipiélago, (Audiencia y Capitanía General) y siendo sede de la silla episcopal que harán de ella una ciudad de iglesias y conventos, receptora de numerosos diezmos. Finalmente en 1656, tras fijar su residencia la Capitanía General en La Laguna perderá la preeminencia económica y militar del Archipiélago.

A principios del siglo XVIII y tras la guerra de Sucesión de la Corona Española (1715) llegará una nueva Dinastía. El fomento de la Economía (Compañías Privilegiadas, Reales Sociedades Económicas del País…) se había constituido en el principal objetivo y con ello, los Borbones buscarán una nueva función de las ciudades en el Atlántico. La ciudad comercial, abierta al mar, frente a la ciudad-fortaleza, de espalda a ella. En este sentido una ciudad litoral vecina, Santa Cruz de Tenerife será un ejemplo característico de puerto y plaza de guerra tutelado por la centralista administración borbónica. El hecho decisivo fue el traslado de la Comandancia General de Canarias en 1723, desde La Laguna a Santa Cruz de Tenerife y el empeño del primer Comandante General de Canaria el Marqués de Valhermoso por hacer de esta ciudad una pequeña Cádiz.

El auge de una ciudad litoral como Santa Cruz de Tenerife en el siglo XVIII será un momento decisivo para entender que los tiempos han cambiado: el poder, la riqueza lo generarán las actividades marítimas y Las Palmas deberá aprovechar tanto su situación geográfica en el Atlántico como en su litoral.

A finales del siglo XVIII, la idea de dotar a Las Palmas de un muelle se plantea por parte del Movimiento Ilustrado que llega al gobierno local. El Corregidor José Eguiluz logra financiarlo en 1785, para realizarlo se optó por La Caleta de San Telmo, intramuros de la ciudad. La idea no era sólo fomentar la industria de la pesca en el banco-sahariano, “la pesca del salado”, tan importante en nuestra historia y tan olvidada y que estuvo asentada en la misma desde los primeros siglos (La Cofradía de Mareantes de San Telmo), sino también reactivar el comercio con el Atlántico y con ello, al igual que Santa Cruz, activar a la urbe.

Así nacía el proyecto del Muelle de San Telmo o Muelle de las Palmas de tanto valor si no por su función, pues fue un desastre por la elección de su enclave, sí para la memoria histórica de esta ciudad y de un barrio, Triana. La vuelta de la ciudad a sus ambiciones atlánticas vino aparejada a la aparición del Corregidor Vicente Cano que con su proyecto de marina de Triana en 1752, no solo urbaniza la zona final de la ciudad, sino que intenta cambiar la mentalidad de sus habitantes. El paseo de la Marina de Triana y la renovación de la Caleta de San Telmo nos habla de una ciudad que ya mira hacia al atlántico y que integra el espacio de litoral dentro su vida diaria, fomentado las actividades comerciales y marítimas dentro de sus murallas. (Astilleros de la Marina de Triana)

Pero la reconciliación con su litoral no será completa hasta mediados del siglo XIX, cuando la ciudad rompa sus murallas buscando una nueva función acorde a los nuevos tiempos. Si la carabela anuncio la llegada de la era de los Descubrimientos, los vapores serán el símbolo de la sociedad industrial que necesitara de puertos y litorales donde abastecer sus buques. La ciudad desde 1852 (Declaración de Puertos Francos) a 1882 (aprobación del proyecto del Puerto del Refugio en la Bahía de la Luz) no solo romperá con su espacio histórico, sino también con su tradicional vínculo de dependencia de la isla. Las Palmas (Vegueta, Triana y Los Riscos) serán ahora Las Palmas y El Puerto y junto a las nuevas actividades portuarias se configurará una nueva sociedad, una nueva mentalidad y una nueva función de esta ciudad en el Atlántico……Será ahora el Tiempo de Las Palmas de Gran Canaria.

Toda esta herencia cultural hace que la inauguración en esta próxima semana del Museo del Mar suponga una gran noticia. Por fin, Las Palmas de G.C. se reconoce como urbe marítima y difunde un patrimonio que aún sigue vigente en todos sus ciudadanos. Pero si bien hay que felicitar al Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria y al Cabildo Insular de Gran Canaria por apostar por nuestra historia, no hay que olvidar a aquellos que durante años han investigado y difundido con sus trabajos el patrimonio histórico marítimo de la urbe: desde el lejano Torriani pasando por Rumeu de Armas, Bethencourt Massieu, Morales Padrón, Herrera Piqué, Lobo Cabrera, Suárez Grimón, Luxán Meléndez, Morales Lezcano, Quintana Navarro, Quintana Andrés o los excelentes trabajos de Fernando Martín Galán. Todos ellos, junto con un largo número de investigadores conforman, hoy, los cimientos de este importante acontecimiento. Hay que recordar, también, la labor preservadora que durante años desde la Casa Colon y su directora Elena Acosta han ejercido como valuarte de la historia de la ciudad y su relación con América. A todos ellos, ¡Gracias¡ y felicitémonos como ciudadanos de esta ciudad por esta buena noticia.