Cuenta la historia que junto a los conquistadores castellanos llegaron a nuestras costas los franciscanos y dominicos. Mucho debemos en esta ciudad a estas dos grandes ordenes de misioneros que se asentaron en los límites de aquella urbe y con sus conventos urbanizaron los riscos de San Francisco y Santo Domingo, el cauce del Guiniguada. Alrededor del barranco (diestra y siniestra), las Ordenes hicieron su trabajo y pronto formaron dos focos de cultura y urbanización.

San Pedro (en tierra de Pedro de Vera) representaría el alma castellana, aquella que mira a la isla y bajos sus muros y aun hoy sus lápidas, se guardarían la memoria de los terratenientes de la isla. San Francisco (en tierra de Juan Rejón) allende del puente representaría el alma marinera, la comercial o burguesa, capilla de genoveses y focos junto a sus plazas (Cairasco), calles (Peregrina, Malteses), de la cultura mas cospomopolita y abierta al mar.

De estos primeros tiempos surge una leyenda. Aquella dedicada a dos mujeres relevantes para la historia de nuestra ciudad. La primera es una Virgen: Nuestra Señora de la Soledad, llamada también la Virgen de la Portería, la cual vestida de dama castellana nos llega desde el mar, (aquel con que la ciudad dialoga cotidianamente).

Asi pues, todo comienza cuando un marino dejó abandonada a la puerta del convento de San Francisco de Asís, una caja.

“Lo de que los buenos frailes nada sabían del envío de la imagen, casi seguramente es cierto; y no lo es menos lo de que abierta la caja, al aparecer la imagen, el capitán que había traída aquella dijera…que una dama vestida del mismo modo que la efigie era quien la había entregado la caja que la contenía…”

DE LA TORRE, Claudio, Gran Canaria, Fuerteventura, Lanzarote, p.90

Palabras de Eduardo Benítez-Inglott, antiguo cronista de esta ciudad y director de La Provincia del cual ya hablaremos a su tiempo. Pero volviendo a la leyenda son muchos los autores, J.M. Alzola, Domingo J. Navarro, Claudio de La Torre, quienes la recogen y además, señalan su extraordinario parecido físico con otra dama castellana, sin duda, relevante en la historia universal del s. XV

Era costumbre entre los escultores de los siglos XV y XVI copiar las facciones de los donantes y patronos de iglesias y conventos de Fundación. Isabel La Católica, reina de Castilla y propulsora de la Conquista Real de Gran Canaria poseyó aquellas características que representaban la hermosura de la época: cabellos rubios, ojos azules y blancura en su tez. La Reina fue admirada, también, por su ropa recatada y sencilla, la cual, se adecuaba perfectamente a sus actitudes como persona y como monarca. Pero la prueba más evidente es que si observamos la cara de la Virgen y la iconografía auténtica de la Reina (retratos de Juan de Flandes) podemos apreciar una notable semejanza.

Nunca sabremos quien donó la Virgen de la Soledad, tampoco si la historia del marinero fue cierta pero al verla procesionar cada Viernes Santo por la calles de Las Palmas o al visitar San Francisco y apreciar su hermosa talla nos quedará la duda sin ante nosotros se encuentra la Reina de Castilla.