A todos nos gusta cotillear; por mucho que afirmemos que no nos importa el entorno que nos rodea, en más de una ocasión hemos puesto la oreja cuando escuchamos un chisme de alguien que hasta quizá no nos importa demasiado.

Los expertos aseguran que es normal tener interés por las vidas de los demás… ¿Pero alguna vez te has preguntado exactamente de dónde viene esta curiosidad? ¿Si es algo propio de la sociedad de hora, o si bien tiene unas profundas raíces en el pasado? A continuación, lo vamos a analizar.

¿Qué opinan los psicólogos sobre los cotilleos?

Miguel Silveira, reconocido psicólogo y escritor, establece que lo primero que tenemos que averiguar son los motivos que nos impulsan a ser cotillas.

Según Silveira, hay dos diferencias: no es lo mismo ser fisgón, que simplemente chismorrear (al estilo de los cotilleos de famosos).

En este contexto, ser un fisgón entrañaría que cotilleamos porque la vida de los demás nos interesa hasta cierto punto; que tenemos una curiosidad que necesita ser satisfecha. En nuestro cerebro se ha generado una cierta atracción para conocer lo que los otros hacen en su intimidad, como les va la vida, que es lo que hacen, que es lo que piensan, por dónde se están moviendo.

Digamos que sentimos una cierta sensación de alivio en el momento en el que conocemos detalles sobre la vida de los demás.

Sin embargo, con chismorrear nos referimos a algo completamente diferente. Con esto nos referimos más bien a desvelar ciertos comportamientos y secretos de los demás, los fracasos que han tenido en el pasado, los fallos que cometen. Y lo peor de todo es que encontramos algo de consuelo en ello. Por ejemplo, si nosotros también hemos fracaso en lo mismo, el hecho de promulgar a los 4 vientos otros fracasos nos puede hacer sentir mejor.Lo cierto es que este tipo de comportamiento no se puede controlar.

En los tiempos que corren, el cotilleo tiene muy mala prensa, pero lo cierto es que, según establece el psicólogo Francisco Gavilán, puede tener ciertos aspectos positivos.

Por ejemplo, podemos advertir a alguien sobre los determinados problemas que entraña el hecho de juntarse con una persona: si sabemos que nuestra amiga va a salir con un tío que no le conviene, porque sabemos cómo es el hombre, estamos haciendo uso de la información que tenemos para evitar que se produzca una situación en la que ella lo vaya a pasar mal.

Según Gavilán, si la información es pura, si no se corta de forma intencionada, y si no se comunica con malas intenciones, puede ser muy útil.

Contrariamente, si se transmite con un ámbito destructivo, simplemente para añadir más leña al fuego, o, incluso, se aporta información propia para crear rumores, es algo completamente negativo, insano, llegando al punto de transformarlo todo en morbo.

Volviendo de nuevo a la idea principal del texto, lo cierto es que todos podemos ser cotillas en algún momento de nuestra vida, lo único que definirá si es o no correcto es la intención con la que lo seamos.

¿En qué clasificación entran entonces los programas de cotilleos?

Los programas de cotilleo y prensa rosa, del más puro estilo Sálvame y derivados, entrarían dentro de la segunda clasificación, es decir, de la divulgación de la vida de los demás, de los fracasos u sus errores, solamente por el morbo que puede producir en el telespectador (que en este caso aumentaría la audiencia del programa en si).

El cotilleo no es más que información, y la información es un gran poder que siempre debe de ser controlado.