La ajustada victoria -por menos del 10% de diferencia- de José Miguel Pérez en el Congreso de los socialistas canarios, supone la certificación del final de la etapa de López Aguilar al frente del PSOE en las islas. ¿En todas las islas? En todas no. En Tenerife se mantiene al frente de la organización insular una ejecutiva surgida en los tiempos en los que el juanfernandismo era la posición oficial, y ganada voto a voto -y por sólo siete de diferencia- por el periodista Ignacio Viciana, en un congreso que consumó la división del PSOE tinerfeño en dos mitades casi irreconciliables.

Esa ejecutiva, que contó en el último congreso extraordinario con el apoyo de algo más de la mitad de los delegados tinerfeños, mantiene la apuesta por la continuidad del discurso más radical del partido, y se identifica de forma muy clara, casi mimética, con las posiciones y estrategias del todavía portavoz del grupo parlamentario, Santiago Pérez, probablemente el político más conocido y valorado, pero también el más cuestionado, del PSOE tinerfeño. Pérez y la ejecutiva insular del PSOE tinerfeño son hoy -mucho más que la organización palmera o la escueta tropa de Arcadio Díaz- el principal escollo al que se enfrenta José Miguel Pérez para consolidar su propio liderazgo, cohesionar al PSOE en torno a una única dirección en las islas y coser las heridas del pasado reciente.

Para entender la división que fracciona en dos mitades prácticamente idénticas a los socialistas de Tenerife, no basta con volver a aquel congreso insular, a la noche del 31 de enero al 1 de febrero de 2009, en el que los cuatro votos de la Agrupación de Candelaria, controlados por su alcalde, Sindo García, inclinaron la balanza a favor de Ignacio Viciana. A fin de cuentas, aquel congreso fue la culminación de una división que arranca mucho antes, cuando Santiago Pérez, a la sazón secretario general del PSOE de Tenerife, denuncia el affaire de Las Teresitas, y logra expulsar del partido a los concejales que apoyaron a Miguel Zerolo en la polémica compra del frente de playa por el Ayuntamiento de Santa Cruz. Fue sin duda el conflicto abierto en el seno del PSOE por Las Teresitas el inicio de la división interna de un partido que hasta entonces había funcionado siempre dando muestras de un gran sentido de unidad y disciplina. Un partido, además, acostumbrado a ganar siempre en Tenerife las elecciones generales, pero que cede mucho terreno frente a ATI en las elecciones locales y regionales.

La denuncia de Las Teresitas, iniciada primero como un procedimiento contencioso-administrativo, y sólo años más tardes llevada ante la Fiscalía Anticorrupción, supuso la primera purga interna del PSOE de Tenerife -cayeron personas importantes, como Emilio Fresco, secretario general insular durante años, hoy expulsado-, y al tiempo, el primer enfrentamiento total entre el PSOE y ATI, dos partidos que habían convivido en los años anteriores repartiéndose el poder en la isla, sin grandes conflictos. Ese estado de cosas cambió en 1999, cuando ATI arrebató al PSOE la alcaldía de La Laguna, ganada con una mayoría inesperada, pero no absoluta, por Santiago Pérez. El pacto suscrito por Ana Oramas con todas las demás fuerzas políticas para dejar fuera a Pérez de la alcaldía supuso la ruptura de las reglas del juego, y dio paso a una crispación sin precedentes en la isla y a las primeras denuncias por corrupción en los juzgados.

Desde entonces, el PSOE tinerfeño comenzó a dividirse en dos familias irreconciliables: Santiago Pérez lideró -y sigue liderando, pero sin asumir funciones orgánicas- el más peleón de los grupos. El otro se aglutina básicamente en torno a la dirección histórica -Juan Carlos Alemán, en la sombra, o Francisco Hernández Spínola- y los alcaldes -Miguel Fraga, Pedro Martín, Macario Benítez-, siempre con alguna excepción, como la de Sindo García o la ex alcaldesa del Puerto de la Cruz, Lola Padrón, que siempre ha jugado a una cierta equidistancia.

La llegada de Juan Fernando López Aguilar rompió los equilibrios del socialismo tinerfeño, y a la minoría tradicional se sumaron los jóvenes -siempre conniventes con la oficialidad, y ahora congraciados en el aparente radicalismo del discurso-, algunos funcionarios del partido -el propio Viciana era empleado de la ejecutiva insular cuando se hizo con la secretaría general de Tenerife- y un par de alcaldes captados por López Aguilar.

Derrotado el juanfernandismo en el congreso extraordinario, los más vengativos de entre los vencedores plantean que ha llegado el momento de la reconquista. No son precisamente los militantes más viejos, acostumbrados a la tradición interna de pacto y consenso, los partidarios de una limpieza a fondo. En ambos grupos los más radicales son los recién incorporados, la generación de los 30 años, gente ajena a la cultura del acuerdo y unidad, destruida en las peleas a cara de perro de los últimos diez años.

José Miguel Pérez tiene ahora que decidir si castiga a Santiago Pérez con su cese como portavoz parlamentario y se embarca en un congreso extraordinario para cambiar la dirección del PSOE tinerfeño. Si lo hace y gana, adquirirá sin duda un control muy útil sobre el partido. Pero frente a la decisión de reconquista, puede encontrarse con una férrea voluntad de resistencia.

En el Congreso regional José Miguel Pérez ganó sin gran holgura: podría ocurrir que perdiera la batalla por la isla de Tenerife. Y si la pierde, hipotecaría un liderazgo cuyo reconocimiento puede conseguir esperando a las elecciones. Luego ya se verá. Quizá los talibanes de ahora ya no lo sean tanto?