No mide más de metro y medio y, por eso, Sara Domene, la catalana expulsada el lunes de Marruecos por ser "una grave amenaza para el orden público", bromeaba ayer en la capital grancanaria diciendo que, con su tamaño, "tremendo peligro" supone "para una nación como la marroquí".

Con cara de resignación y una sonrisa amable, esta profesora recuerda que "la fe" fue la que la empujó, hace tres años, a dejar su puesto de profesora en un instituto catalán "para colaborar con una ONG que apoyaba en Marruecos a chicos con minusvalías físicas y psíquicas".

Miembro de la Iglesia Evangélica de Sant Boi de Llobregat, Domene no quiere mencionar el nombre de la organización no gubernamental con la cual colabora "porque no les quiero buscar más problemas", asegura.

"La pena con la que me quedo", dice, "es la de no haberme despedido de los alumnos, con quienes había entablado una amistad sincera", agrega Domene antes de rememorar que "algunas familias me trataban como a una hija más, y me siento mal de no haberme podido despedir de ellos como debería".

Cuenta que se trata de gente "muy humilde y muy buena", que, al ser de El Aaiún, estaban muy relacionados con Canarias, "aunque todos eran musulmanes". En ese sentido, dice que no entiende cuál era el problema de su estancia allí. "No sucedió", asegura, "pero en España también hay quien se convierte al islam, y no por eso se expulsa a los religiosos musulmanes".