Otto von Bismarck fue un hombre peculiar. Cuando hablaba con otros estadistas, sobre todo si eran ingleses, acostumbraba a recibir cada una de las frase de la conversación con una larguísima pausa en la que aprovechaba para ensimismarse en su pipa durante unos minutos que se hacían eternos para el interlocutor antes de lanzar alguna de sus míticas frases. Creía firmemente en las formas. "Hasta para declarar la guerra hay que tener buenos modales", dijo una vez. También dejó para los anales un comentario que suena estrepitosamente actual: "Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería". Lo dijo Bismarck, que era político, estratega militar y aficionado la caza. Algo sabría...

Aquí, como lo más parecido que tenemos a Bismarck es el bigote decimonónico de algún turista germano, la atribulada población se limita a digerir el sopor que, en términos generales, causa esta campaña. Lo tienen difícil, porque ni el momento del café se respeta en el fragor de estos interludios. La gente va a su terraza de siempre con la sana intención de olvidarse de todo, hasta de "la gran fiesta de la democracia", pero no hay manera humana de hacerlo. En pleno centro del grupo de mesas hay un señor pidiéndote el voto, con su rostro sonriéndote desde un cartel, semipartido de risa o poniendo la cara que mejor se ajuste a rótulos del tipo "puedes confiar en mi". Superado el ecuador del proceso el personal empieza a demandar que al menos les dejen disfrutar de su leche y leche con cierta calma. Quizás, eso sí, alguien le vote, porque siempre podrá decir que depositó su confianza en una persona con la que solía tomarte los cafeles en el bar de la esquina.

Hecha la excepción del PIL, con sus 25.000 conejos de peluche rosiverdes, faltan notas de color, hechos de veras sorprendentes que contribuyan a disipar la neblina gris que parece envolver a esta sucesión de democráticas jornadas. Von Bismarck seguro que sabría qué decir para que todo el mundo estuviera pendiente de él y llenaría los periódicos de titulares que todos comentaríamos. "Bismarck propone que la UD salga al campo con fusiles", "Bismarck obligará a todos los alemanes a pasar las vacaciones en el Sur bajo pena de arresto", "Bismarck promete bombardear El Tritón..." Y cosas así, porque él sabía cómo llamar la atención.

Filosofía rosa

Con los candidatos hasta en la sopa, es lícito preguntarse por la utilidad de este despliegue de medios y este gasto de perras, sobre todo en unas islas donde la legítima representatividad del Parlamento de Canarias, máxima expresión de la democracia en las islas, permanece en entredicho por el sistema de topes electorales. Hay opiniones para autoafirmarse en la desconfianza o para alentar una visión más amable del sistema. El filósofo Gustavo Bueno era de los primeros, pues pensaba que "en las elecciones el pueblo tiene la ilusión de ejercer el poder, pero no es así, claro, porque no hay voluntad general, ésa es una idea metafísica". El político chileno Ricardo Lagos ofrece una visión que desprende un aroma a sirope de fresa: "Cada cuatro años todos somos iguales, todos valemos lo mismo, y con un lápiz y un papel dibujamos el país que queremos". Así es siempre que no vengan otros detrás con la goma de borrar.