A veces aparecen en los cajones, puede que estén en algún museo de historia, o en una extraña hemeroteca con sitio para todo, quizás en las estanterías de un coleccionista. Da igual, porque basta un ejercicio muy simple de memoria. Los mensajes y los programas de los partidos políticos no han sufrido grandes modificaciones en dos décadas. Se repiten como un mantra hindú, pero a través de chirriantes altavoces. La gente que vive en los barrios escucha cada cuatro años que van a tener mejor transporte y más presencia policial y servicios, pero les siguen prometiendo lo mismo. Por lo tanto, la clase política tiene perdida de antemano la batalla de la originalidad. Lo que ha sucedido desde hace justo una semana es que han retrocedido también en su lucha por la credibilidad. Y en esto tiene mucho que ver el movimiento del 15-M por una democracia real cuyos latidos se escuchan en las plazas de toda España como eco del gran corazón de la Puerta del Sol de Madrid.

El giro es sorprendente y en el caso de las formaciones políticos ha supuesto un golpe de timón que ha provocado al menos una perceptible zozobra en su casco y ya se verá si se han producido vías de agua y qué alcance tendrán. La jornada de reflexión de ayer no podía resultar más impredecible hace tan solo unos días. La democracia obliga a reflexionar a los ciudadanos una vez cada cuatrienio, pero se echa en falta una sociedad y unas instituciones que promuevan que se haga permanentemente. Los malpensados podrían pensar que no interesa. Durante los últimos días hemos asistido a un debate de tintes surrealistas sobre la legalidad de las concentraciones, cuando en realidad la ley que regula la jornada de reflexión es como el drago, un vestigio del pasado, ya que se diseñó en la Transición, cuando no existían las redes sociales donde el debate y las consignas fluyen hoy de forma incontrolable.

Doble reflexión

Lo cierto es que ayer los que parecían llamados a reflexionar eran los políticos, mucho más en apariencia que los propios ciudadanos de a pie. La marea de la indignación ha subido tanto que ha sobrepasado la vieja línea húmeda trazada sobre la arena y ha entrado de lleno en los cuarteles de los partidos. Los indignados no se conforman con matices ni confían en sus recetas. Simplemente no creen que las reglas de la democracia se estén respetando ni que todos juguemos la partida con las mismas cartas. No entienden por qué las grandes fortunas pueden evitar impuestos con fondos especulativos hechos a su medida, que los diputados y los parlamentarios estén aforados, que este país tenga unas penas por cohecho que provocan sonrojo o que en situaciones de crisis la única medida aplicable sea "liberalizar" el despido que, al parecer, es lo que nos falta para ser alemanes y no unas administraciones mejor gestionadas. El reboso del 15-M ha hecho caer del todo a los ojos de millares de personas una careta que ya pendía de un fino hilo.

La poesía es un ave rara y caprichosa que se posa en lugares insospechados. "Nuestros sueños no caben en nuestras urnas", reza una de las decenas de miles de pancartas que desde hace una semana alicatan las calles españolas, del parque San Telmo a la Puerta del Sol, en competencia directa con los cartelones electorales donde, al menos ahí, en ese instante congelado, todavía sonríen los candidatos. Queda por saber hacia dónde volará y cómo lo hará a partir de ahora el espíritu del 15-M, el mismo que, como en mayo del 68, ha querido adivinar la arena de playa bajo los adoquines.

Ágora contradictoria

Sol se viste de ágora y la réplica se extiende por la geografía peninsular e insular. En términos generales, y según la recopilación de informaciones llegadas de todo el país, el comportamiento de los concentrados ha sido ejemplar y resulta difícil acudir a cualquiera de ellas y no impregnarse del ansia de compartir la rebeldía y las ganas de cambio desde una actitud pacífica, pero activa. Surgen, claro, porque los movimientos son de carne y hueso, las contradicciones. Resulta imposible escribir en un periódico y no sentir cierta extrañeza cuando se informa de que en Sol prohíben que los medios graben las asambleas y las reuniones de asuntos legales y ¡comunicación! No quieren que se les manipule, dicen, pero chirría, por mucho que se argumente el temor a manipulaciones.

Al final brota también la impresión de que, de algún modo, todos llevamos un 15-M dentro y que lo podemos revivir cada día siendo generosos y leales con quien está a nuestro lado.