Puesto que somos sus jefes, tenemos que seguirles", escribió hace años el sociólogo Michel Maffesoli, en alusión a la suerte que correría el poder político y mediático respecto a los movimientos espontáneos y tribales de los ciudadanos. Ese vaticinio acaba de cumplirse con creces, de un modo inaudito, inesperado, esta semana, en lo que puede ser denominado como la gran insurrección intrahistórica -pacífica y asamblearia, de veras ejemplar- del mayo español, que empezó como una mani más de jóvenes descontentos el domingo y se ha convertido en un foro participativo full-time de gentes heterogéneas y de todas las edades, con la pancarta común de un profundo descrédito hacia el actual funcionamiento institucional. Ni Owen ni Fourier ni ningún otro socialista utópico habrían podido programar mejor lo ocurrido (u ocurriendo) estos días en la Puerta del Sol, al punto de solapar la campaña electoral, y que acaso funciona tan bien precisamente por no estar programado.

"Ya no traigan más comida, por favor", decían, ayer, desde una de las múltiples jaimas improvisadas, donde decenas de espontáneos aportaban alimentos y bebidas a los cientos de asamblearios que han ido rotando en mesas sectoriales (vivienda, sanidad, sociedad...), con varios cañadulces para que cada cual exponga lo que le venga en gana. ¿Quién es el portavoz aquí?, pregunto bajo un cartel de la plataforma Democracia Real Ya. "Todos, usted también... mejor dicho: aquí no hay portavoces sino voces, en eso consiste nuestra lucha", decían, mientras distribuían cartulinas de colores para adjudicarse las diversas tareas. "Estamos hartos de las trampas semánticas", manifiesta la cantante Kenty Nieto, miembro del grupo Niños Velcro, nacida en Las Palmas y residente en Madrid desde hace ocho años. "Ya no nos sirve siquiera la terminología que emplean unos políticos que han dejado de representarnos hace mucho tiempo. No somos antisistema, como dicen ellos, sino al revés: el sistema es antinosotros. Sencillamente, no queremos seguir en el pasotismo del sí wana, que es a lo que nos conduce la alternancia bipartidista que padecemos. Queremos que todo el mundo tenga voz y tomar las riendas de nuestra propia existencia, sin intermediarios. Si nos definiéramos políticamente acabaríamos entrampados en lo mismo que intentamos combatir", alega.

En parecidos términos se expresa Daniel Mejías, un ingeniero informático trilingüe de 29 años de edad, también grancanario, criado en la avenida de Escaleritas y residente en Madrid, que, desde el lunes amanece en la Puerta del Sol, antes de darse el duchazo previo a su jornada de mileurista. "Esto es, sobre todo, una revolución ética de la gente cabreada", define.

"Es, obviamente, una iniciativa de izquierda en el sentido más neto del término. Pero si pronunciamos esa palabra, ya caemos en el juego que pretendemos combatir. Estamos contra el sistema, pero no nos sirve la palabra antisistema; criticamos el bipartidismo hegemónico, que no permite la entrada de las minorías, y por eso apoyamos la reforma de la ley electoral, pero no nos sirve la palabra político... Aquí hay gente de todas las edades y tendencias y lo que nos une es un malestar profundo contra el orden actual; estamos hartos de que la gente común tenga que pagar los platos que rompe el sector empresarial y financiero. Casi imperceptiblemente, cada vez hay mayor diferencia entre ricos y pobres, y esta concentración es también un modo de alertar sobre ello", manifiesta.

"Siempre ganan los mismos"

"En el bipartidismo actual, gane quien gane las elecciones, siempre ganarán los mismos: los ricos, los banqueros", opina Eva Rodríguez, una periodista de Leganés, de 25 años, que trabaja como redactora en un diario de distribución gratuita, seis horas por jornada, todos los domingos incluidos, por 300 euros al mes. "Madrid nos da una buena medida del hartazgo político que padecemos, sin ilusión de alternativa, sólo la estricta alternancia, pues aquí confluyen el Gobierno central del PSOE y el comunitario y municipal del PP; es una pinza que parece irremplazable, más allá de la rotación. La gente está harta de los privilegios de los políticos, de sus listas cerradas, de su jerarquía..."

Y ¿qué pasaría si a ella misma y al resto de los manifestantes más descontentos por la precariedad (o inexistencia) laboral se les ofreciera ya un salario digno y una vivienda a cambio de abandonar la iniciativa? "Esto no es una crisis coyuntural, como se está viendo, ni estamos aquí por un motivo económico. Seguiríamos denunciando la viciada representación política y social que padecemos. Queremos que nada se dé por válido de una vez por todas, sino empezar desde cero; justo desde aquí, desde el kilómetro cero", señala.

A diferencia de aquel mayo francés de hace medio siglo, este mayo español no tiene, en el mejor sentido, ni pies ni cabeza, y se hace al margen de los agentes sociales.