Caen las primeras sombras de la noche sobre el parque de San Telmo y es justo entonces cuando se ilumina la palabra. Es la hora de la asamblea en el campamento del 15 M. Una mujer de color, brasileña, toma el micrófono para alertar a los presentes de que los inmigrantes les están quitando el trabajo a los españoles. Un integrante del núcleo duro de la acampada asegura que ya han logrado identificarla y que resulta ser la compañera sentimental de un "infiltrado" de Democracia Nacional, partido político que pregona entre otras cuestiones que un español es un extranjero en su propia tierra. Todo es posible en el ágora grancanaria, donde se confía en que nada es imposible.

Este espacio donde se pretende borrar del diccionario la palabra utopía y en el que pasan la noche a diario alrededor de sesenta personas en sus casetas de campaña atrae inevitablemente a personajes de toda índole que se traen en la mochila contradicciones tan visibles como ser inmigrante y hacer un alegato contra la inmigración. La comisión de respeto tuvo que actuar en otra ocasión ante unos punkis que no sentían mayor reparo en practicar sexo bajo los árboles. Cada día se reparte comida para unas ciento veinte personas. Sesenta de ellas son ciudadanos y ciudadanas sin hogar, marginados que son bien recibidos porque "ellos son víctimas del sistema", según explica Sara Estévez, estudiante de Derecho, natural de Fuerteventura, vecina de La Isleta y miembro de la comisión de comunicación.

Entre el bosque de carteles que pregonan que los sueños no caben en las urnas de la democracia irreal se ven miradas que parecen no ver lo mismo que los demás. Son los enfermos mentales, un grupo de entre siete y ocho hombres y mujeres con problemas psíquicos. El núcleo de la acampada mantiene una línea de comunicación directa con la unidad de Psiquiatría del Hospital Universitario Insular, que les pone al tanto del protocolo a seguir en cada uno de los casos, al igual que sucede con los drogadictos. Les han dicho que con estos últimos lo mejor es "seguirles el rollo, el colegueo".

A veces la globalización consiste en cruzar la calle con una bandeja de comida. Los propietarios de un restaurante japonés próximo a San Telmo han contribuido a llenar el estómago del movimiento. Una dulcísima abuela, casi salida de un cuento, preparó una vez un delicioso queque, porque pensaría ella que no se puede hacer la revolución comiendo cualquier cosa. Pero tanto el caudal de fuerzas que hay que canalizar para mantener viva la infraestructura de la pequeña Puerta del Sol de la capital grancanaria como la impresión que tiene una parte de los involucrados de manera activa de que San Telmo se está convirtiendo en una especie de atracción urbana han abierto el debate en su seno sobre la conveniencia de continuar o no con la acampada. Otros consideran que es imprescindible mantenerse, incluso sine díe. La decisión se adoptará hoy en asamblea a partir de las siete y media de la tarde.

Perfiles

Una bandada de manos aletea en el aire. Es la forma que tienen los asistentes de refrendar las ideas y opiniones que se someten al criterio de la asamblea y encuentran una aprobación general. Mientras aquí fluye el debate, un nutrido grupo de los acampados no participa y se arracima junto a sus tiendas de campaña, dormitando o en pequeños corros en algunos de los cuales no falta la cerveza, en contradicción con el espíritu proclamado de la concentración. "Esto nos da mala imagen", comenta alguien que prefiere hacerlo desde el anonimato. Mientras esto ocurre, José González, miembro de la comisión de ideas y quiromasajista en paro, toma la palabra y proclama: "Nos estamos convirtiendo en una atracción turística más. Hay mucha gente que pasa a mirar y poca gente que se queda a trabajar". Así que propone "levantar el campamento" y desplazar las acciones a los barrios, a las asociaciones de vecinos, a los institutos, donde sea. José mira fijamente a todos mientras habla, clavando en cada uno de ellos su mirada de cernícalo.

Sentado al pie de la tarima, otro de los asamblearios interrumpe al quiromasajista para pregonar que "esto es un símbolo" y que "de aquí no se va nadie". Hay quien asiente con la cabeza y alza las manos justo al lado de otros indignados que trazan un gesto de negación. Un espontáneo plantea mudarse al Parque Romano, junto al Ayuntamiento. Las corrientes de la marea se manifiestan como en esas playas abiertas al norte donde las olas acuden a besar la orilla en direcciones opuestas.

El perfil de aquellos que apuestan sin dudarlo por agarrarse con uñas y dientes al suelo de San Telmo se encuentra con mayor facilidad al pie de las tiendas de campaña. "El campamento no es lo más efectivo, pero es lo que tenemos más seguro", apunta Patricia Lázaro. "Si nos vamos se van a olvidar de nosotros", dice categórico Norberto Santana, ex futbolista de Segunda División B que militó en las filas del Mensajero de La Palma y el Vecindario de Gran Canaria hasta que la vida le hizo una zancadilla que le ha dejado en el fuera de juego del desempleo.

Samuel Fernández trabajaba de dependiente de una tienda de surf hasta que se quedó en paro. Ahora se ha subido a esta ola social. Encarna una tercera vía que pasa por preservar la acampada "pero dejarse ver por ahí y no estar todo el día aquí sentados". Cree que no se consigue nada con un "rollo tan pacificista". Le acotan: "No somos violentos, nunca la armamos".