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Análisis No, pero sí. Y sí, pero no

La insoportable levedad de la política española

Veremos más piruetas políticas y tácticas antes de la investidura - Si algo está claro es que esta transición no se parece nada a la anterior

La insoportable levedad de la política española

El título de Kundera se refiere a la insoportable levedad del ser, pero podría servir también para explicar la política española actual. Llevamos semanas sin poder celebrar la sesión de investidura para formar un nuevo gobierno y nos amenazan con muchas más semanas dedicadas a las maniobras tácticas, a las piruetas políticas, al me presento-no me presento, con presentaciones de proyectos de gobierno o medios gobiernos, seguidas de interminables consultas en que el rey parece más aburrido que preocupado.

Lo peor es que el candidato que "ha ganado las elecciones" no se puede presentar al Parlamento porque está seguro de perder el voto de investidura. Don Mariano se salta las reglas y para justificarse nos viene a decir que como al que se presente le van a cortar la cabeza, prefiere que lo haga Sánchez antes que él.

Rajoy: No pero sí

Rajoy aclaró a continuación que su no presentación no quería decir en absoluto que renunciara a su candidatura: "Ya veré cuando me propongo". Con lo que dejó claro que el candidato a presidente no lo propone el rey sino él. La sorprendente decisión fue la señal para que se iniciara la gran avalancha de presiones, declaraciones, consejos interesados y hasta descalificaciones, amenazando con los peligros de una España sin gobierno estable. "Existe un gran nerviosismo e incertidumbre entre los inversores y los mercados". Los más informados transmiten la preocupación de las autoridades europeas y norteamericanas. Y los más exagerados llegan a decir: "Rajoy o el diluvio".

Sánchez: No es no

Pero Sánchez, sorprendentemente, no se deja impresionar. Sigue con su habitual "como quiere que se lo diga: no es no". Y lo explica: "¿Cómo voy a pactar con quién prometí no hacerlo y al que llame indecente? Sería engañar a mis votantes y, de paso, suicidarme políticamente". Pero el vendaval del PP arrecia, con el apoyo de todas sus terminales mediáticas: "Los socialistas no saben leer los resultados. ¿Cómo no nos dejan gobernar a nosotros con más de siete millones de votos y lo van a hacer ellos con solo cinco?". Y concluyen: "Es un atentado a la democracia".

Los socialistas replican: "Solo gana las elecciones el que consigue una mayoría para gobernar y, evidentemente, Rajoy no la tiene como demuestra el no querer presentar su candidatura a la investidura". Los socialistas tienen otra lectura del resultado electoral: "El PP se presentó a las elecciones defendiendo el continuismo de la política de Rajoy en los últimos cuatro años y obtuvo siete millones de votos. Por el contrario, el resto de los partidos exigiendo el final de esas políticas, obtuvo dieciocho millones de votos". Por tanto, los socialistas concluyen que son el resto de los partidos los que deben gobernar.

Rivera: No es sí

Entonces aparece Rivera. En los peores momentos de las peleas, cuando se solicita un árbitro, siempre se ofrece Rivera, con su solución reformista: un pacto a tres para un gobierno de transición que afronte las grandes reformas que necesita urgentemente el país. Por supuesto, destaca las grandes reformas económicas y sociales, pero el centro de su programa regeneracionista es un conjunto amplio de medidas enérgicas y eficaces contra la corrupción.

Y entonces -qué inoportunos estos de la UCO- se desencadena la gran redada de Valencia, que pone al descubierto una más de las grandes tramas de corrupción del PP y que afecta a todos los órganos dirigentes del Partido Popular valenciano. Una trama tan extendida como las anteriores de Madrid y Baleares. Y que solo es superada por el serial de los cuatro tesoreros del PP, que se sucedieron durante años en la eficaz labor de atesorar para ellos y el partido. Pero da igual la amplitud del escándalo. El PP reacciona como siempre: "Esto afecta a unos pocos delincuentes a los que hay que aplicarles la ley y gracias a nosotros se está aplicando. Pero no al partido, que está limpio. Incluyendo a Rita Barberá".

Debe ser que el cinismo desconcierta e impresiona, porque solo se oyó una única voz indignada: la de Cardona. Que desde Canarias gritó, pero casi no se le oyó: "Ya está bien de tanta vergüenza, que nos ha hecho perder tantas elecciones. La vigilancia para que estas cosas no ocurran es una obligación política de los dirigentes del partido". Después de esto, Cardona no exigió responsabilidades, pero Rivera sí. No le quedó más remedio que plantearle al PP abiertamente un nuevo candidato a la presidencia del Gobierno, que no fuera Rajoy, "porque es lo único coherente y que podría convencer a los socialistas".

F. González: Ni sí ni no

Al paso de los días, el nerviosismo se extiende de forma creciente por todos los grandes círculos políticos y económicos del país: se busca un salvador. Alguien con autoridad para proponer un gobierno que defienda los grandes intereses del Estado en una situación tan difícil. Es el momento en que crece un rumor que termina por convertirse en la gran noticia: "Felipe está a punto de hacer una declaración en la que pide al PSOE que permita un gobierno en minoría del PP". Los enterados lo filtran por todos los corrillos: "Fue lo que dijo Felipe en una reunión de embajadores a la que asistió ayer en Madrid".

Y entonces el oráculo habló desde la tribuna de siempre, en entrevista a cuatro páginas, que le dio para extenderse, explicarse y aconsejar. Pero casi nadie le entendió. Quiso ser Churchill, pero recordó más al más famoso de los cómicos mexicanos. P'alante y p'atrás. Ni una cosa ni otra. Lo deseable no es posible. Y lo que es posible no es deseable. Justo eso que los españoles entienden cuando se dice: "Ni sí ni no; sino todo lo contrario". Para entendernos, Felipe González es partidario de un gobierno progresista, sin Podemos. O de uno reformista, "pero con Ciudadanos no da". Dice González: "El Partido Popular no ha leído bien el resultado como es: una derrota". Pero también agrega: "El PSOE debe reconocer que ha sufrido una derrota clara". A partir de esta y otras muchas premisas, González lo único que consigue es que no se pueda llegar a ninguna conclusión. O a la que teníamos antes: que la situación está bloqueada.

Iglesias: sí es no

El siguiente acto puede que se inicie el martes si el rey propone a Sánchez para su investidura. El líder socialista tiene el terreno acotado y minado por el comité federal. Tendrá que caminar por una delgada línea roja entre las condiciones que le imponen los barones y la gran baronesa y las propuestas desorbitadas que le ha presentado Iglesias. Pedir los ministerios clave en los que se asientan los pilares del Estado es hacer imposible lo que Sánchez necesita hacer posible. ¿Dónde acaba la ingenuidad y empieza cierta maldad? ¿Es utopía o el intento de forzar unas nuevas elecciones?

Si algo va quedando claro en la actual transición española es que esta no se parece en nada a la anterior, la que se produjo después de la muerte de Franco. Entonces se hicieron grandes pactos, entre ellos el constitucional, que permitieron liquidar una dictadura y construir una democracia. Pero para eso hicieron falta líderes con visión histórica. Que ahora no es el caso. Sánchez no es Felipe. Ni siquiera el Felipe de entonces se parece al de ahora: lo degradó el tiempo y el poder. Rivera, es una mala imitación de Suárez. Iglesias, quizá demasiado joven, no parece contar con algunas de las virtudes de Carrillo que son necesarias hoy, ni tampoco con algunos de sus grandes defectos.

El único de ahora que se parece a los de antes es Mariano Rajoy, que iguala a Fraga en aquello de que reformar es no tocar casi nada, solo retocar la fachada. Eso sí, con un estilo más tranquilo y menos histérico.

En definitiva, se vuelve a cumplir aquella ley vieja enunciada por Hegel y repetida por Marx que dice que los acontecimientos históricos tienden a repetirse dos veces: la primera aparece como un gran drama y grandes actores y la segunda vez, como una triste parodia.

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