El ruiseñor de la escritora norteamericana Harper Lee representa a todos los inocentes que sufren por la maldad de sus semejantes. "Es el único pájaro al que no se le puede disparar, porque no hace daño a nadie", explica el abogado rural Atticus, su padre, a la pequeña y curiosa Scout.

Los 40 millones de ejemplares de Matar a un ruiseñor que se han vendido en todo el mundo desde su publicación, en 1960, son la mejor prueba de cómo ha calado en las sociedades su alegato contra la opresión y la marginación. Un alegato sobre todo contra el racismo, pero también contra el clasismo y el machismo de la sureña sociedad blanca norteamericana de los años treinta.

La reciente muerte de Harper Leer, el pasado 19 de febrero, invita a reflexionar sobre las trágicas formas que adopta hoy el asesinato de la inocencia. Porque setenta años después, los ruiseñores siguen cayendo. Y la violencia de género es una de las mutaciones con que ciertos cazadores siguen atentando contra el derecho no ya a vivir dignamente, sino a vivir a secas.

Ahora que se acerca la conmemoración del Días Internacional de la Mujer, su 8 de marzo, no está por ello de más recordar una vez más a las 700 víctimas que han sucumbido a consecuencia de la violencia doméstica en la última década en España -38 de ellas en Canarias-.

El año 2015 fue especialmente trágico y virulento en nuestro país, sobre todo el verano y los dos últimos meses: "Las han matado disparándoles, quemándolas, cortándolas a machetazos, arrojándolas al vacío, mediante el atropello, el degüello o el estrangulamiento", escribía el criminólogo Vicente Garrido en un artículo titulado La ira que impulsa la venganza. Y añadía: "Estos homicidios múltiples nos han dejado atónitos. La falta de piedad resulta casi inverosímil".

Hombres, pero aliados

Pero también se registran datos y acontecen hechos que alumbran la esperanza. El día después de la muerte de la autora norteamerica, sucedió por ejemplo en México un hecho insólito: un artista paró en plena actuación un concierto y se encaró con un hombre del público que agredía a una mujer que lo acompañaba.

El cantante español Alejandro Sanz llegó a bajar del escenario y se encaró con el agresor, que fue expulsado del evento. Sonaba en ese momento su canción La música no se toca y él lo hizo extensible a todo ser humano: "¿Todo bien? ¿Seguro? Bueno, les pido disculpas por el episodio de antes, pero es que yo no concibo que nadie toque a nadie y menos a una mujer. A la mujer no se le pega". El músico español, cuyo gesto arrasó en las redes sociales, se ha incorporado así al creciente número de hombres aliados que se vienen sumando a la causa de la lucha de las mujeres por su liberación y la igualdad.

Por lo que respecta a los datos, una víctima de la violencia doméstica, Marina Marroquí, trata de invertir el sentido de las estadísticas: "No me gustan los minutos de silencio. Significan que un maltratador ha ganado la batalla". Y añadió: " Quiero que me vean como lo que soy: una superviviente. Por cada asesinada, hay miles de mujeres que logran sobrevivir".

La "superviviente" realizó estas declaraciones en el programa de Jordi Évole emitido recientemente bajo el titulo: El machismo mata. Durante la entrevista, ofreció un detallado testimonio del calculado proceso de control y alienación al que la sometió su ex pareja durante años.

Hoy, Marina Marroquí ayuda a otras mujeres a salir del túnel. Aproximadamente el 85% del total de maltratadas lo consigue, según las proyecciones estadísticas que baraja el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género. En ellas se llegan a cifrar en más de 260 el número de denuncias diarias que se registran en España, 19 de ellas en Canarias.

Insularidad y ruralidad

Las islas no quedan precisamente en muy buen lugar en las estadísticas oficiales sobre violencia doméstica. Ni Canarias ni Baleares Ambas encabezas las comunidades autónomas que registran las cuotas más altas del país en este tipo de violencias. En estos territorios insulares se han producido algunos de esos casos que resultan inverosímiles por su falta de piedad, entre ellos el caso de la mujer quemada viva en La Palma a final del pasado año.

La presidenta del citado observatorio, Ángeles Carmona, negaba recientemente en la capital grancanaria que la insularidad incidieran de forma especial en los casos de violencia doméstica, aunque sí precisaba que "la ruralidad sí es un factor de vulnerabilidad máxima de las víctimas, porque en las zonas rurales está todavía muy silenciado el maltrato".

Lo que sí ha dado nuestra insularidad es una de las voces más lúcidas y valientes contra el maltrato sufrido: la de Mercedes Pinto. Su libro Él ofrece uno de los relatos más crudos y esclarecedores sobre el infierno doméstico que supone vivir con un maltratador. Un día le dijo: "Yo sé que tengo endurecidos los sentimientos para todos los afectos y que no quiero como debía ni siquiera a ti ni a mis hijos, ni a mi madre". Y añadió: "Sé que valgo más que todos vosotros, me quiero y me admiro". En otro momento de su relato, la escritora confiesa tinerfeña confiesa: "Lo que más me extrañaba era comprobar que se daba mucha cuenta de su perturbación y luchaba por disimularlas".

Crimen y castigo

La capacidad de simulación y el narcisismo son dos de los componentes más comunes en este tipo de agresores, según los análisis de perfiles que han realizado diversos estudios. Algunos, como el primer marido de Mercedes Pinto, llegan a ser diagnosticados como enfermos mentales (psicópata en su caso). Y aunque no siempre quepa distinguirse donde termina la enfermedad y comienza la maldad, expertos y víctimas coinciden en advertir que "los maltratadores no están enfermos, aplican una ideología y forma de pensar".

También coinciden en creer que los medios de comunicación y la sociedad en general se interesan menos de lo que debieran por las consecuencias de los actos de agresión. Es decir, por el aumento de las condenas que se está produciendo: casi cuatro diarias (3,9) en Canarias. El caso es que en el 92,1% de las noticias sobre asesinatos de género nunca se sita la condena, de forma que queda la apariencia de que muchos de estos crímenes quedan sin castigo, cuando la realidad no es esa.

Sí quedaron sin embargo sin castigo los delitos, abusos y aberraciones que, sin piedad alguna, se cometían contra los negros en la novela de Harper Lee. Tras ganar el Pulitzer en 1961, y sobre todo gracias al gran éxito que tuvo la película protagonizada por Gregory Peck -obtuvo cuatro Oscar-, Matar a un ruiseñor ayudó a consolidar el movimiento a favor de los derechos civiles que estalló en los años sesenta en Estados Unidos.

Pero en el momento de la muerte de su autora, el fantasma de la primacía de los blancos recorre de nuevo Norteamérica. Es cierto que vez primera una mujer, Hillary Clinton, podría llegar a la Presidencia; lo logró antes que ella un hombre negro, Barack Obama, contra el que ella misma compitió. Pero el actual contrincante del Partido Republicano al que podría terminar enfrentándose representa, de nuevo, a la clase blanca que Lee puso en evidencia. Y que se resiste a la creciente conversión de Norteamérica en una sociedad multirracial. El magnate Donald Trump ha llegado a afirmar "si disparara a algunos de los miles de inmigrantes ladrones y violadores, no perdería ni un voto".

Harper Lee era blanca, sureña y mujer. Reunía, pues, todas las cualidades para ser lo que pedía la sociedad del momento a un ser de su estirpe: racista, clasista y sumisa. Y fue sin embargo todo lo contrario. El gran libro que escribió, que ha dado cobijo a toda tipo opresión y marginación, probablemente solo podía ser escrito por alguien como ella sobre todo por su condición de mujer. Un ser que ha sido oprimido y marginado en todos los tiempos y en todas las culturas.