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Análisis Un año después

El peine y la burra

El peine y la burra

Hace justo un año se celebraron las elecciones autonómicas canarias junto a la mayoría de las comunidades autónomas españolas. Esas elecciones abrieron una etapa nueva en la política canaria: los principales partidos habían iniciado un proceso de renovación interna que llevaba consigo el cambio de sus dirigentes. En el caso de los dos partidos que gobernaban las Islas, Coalición Canaria y Partido Socialista, la renovación alcanzó incluso a los equipos que participaban en el Gobierno.

Era la consecuencia natural de un cambio de tiempo político y el agotamiento del Gobierno dirigido por Paulino Rivero y José Miguel Pérez. Se había extendido también la sensación de un cierto fracaso del Gobierno canario de entonces en la solución de los graves problemas que sufría Canarias en el tiempo de la gran crisis. Pero como siempre ocurre en los partidos, las renovaciones y sustituciones van acompañadas de fuertes tensiones y conflictos. Que solo se resuelven con la utilización de los procedimientos democráticos internos que establecen sus estatutos. En el caso del PSC-PSOE, las primarias. Y en CC, la votación de su consejo político.

En ese momento, los socialistas tuvieron un debate político más confuso: se mezclaban cuestiones relacionadas con la forma de dirigir el partido con los aciertos y errores del Gobierno CC-PSOE. Y la conveniencia, o no, de su continuidad. En el caso de CC, el debate fue más simple y claro. El sector partidario de la renovación, encabezado por Clavijo, calificaba como muy mala la gestión del Gobierno canario y culpaba a Rivero como el principal responsable del fracaso. Sobre todo por haber introducido un clima de fuerte tensión en las negociaciones Canarias-Estado, que habría provocado la ruptura con el Partido Popular y con el Gobierno central. Entendían que esta había sido la causa principal del maltrato soportado por Canarias durante cuatro largos años. Clavijo y su equipo se sumaron a las tesis de Soria, a las justificaciones del PP de aquí y de allí y a las críticas de los empresarios de Tenerife, y aún más los de Gran Canaria. Todos estaban convencidos que la actitud anti-canaria del Gobierno de Rajoy era solo el fruto de los desplantes de Paulino, que había alcanzado límites injustificables en la batalla del petróleo.

El argumento caló en un amplio sector de la sociedad canaria. A lo que, sin duda, ayudaron las torpezas y errores del Gobierno de Rivero, tanto en la negociación de Madrid como en la gestión de los asuntos canarios. Errores indudables, pero que no justifican la idea que quedó: que el Gobierno de Rivero era el único culpable de la falta de decisiones y del desastre económico y social que ello provocaba. La idea se utilizó como cortina de humo y coartada para esconder la responsabilidad del Gobierno del Partido Popular. Y también sirvió a Clavijo para ganar su nominación.

El nuevo candidato a la Presidencia del Gobierno aprovechó la campaña electoral de las autonómicas para plantear la necesidad de lo que llamó "una nueva relación", amable y constructiva, con el Gobierno de Rajoy. Y desbloquear así los conflictos pendientes y conseguir un nuevo trato del Estado con Canarias. Lógicamente, la nueva relación incluía la posibilidad de un Gobierno en Canarias compartido por Coalición Canaria y el PP, que Ana Oramas se encargaría de negociar con Soria en Madrid.

Parecía que todo encajaba, pero algo falló: a los ciudadanos canarios les dio por no comprar la burra, por mucho que le escondieran el mal estado en que estaba. Y votaron convencidos que el Partido Popular era tan responsable, o quizá más, que Rivero de la crítica situación en que estaba Canarias. La prueba es que en estas elecciones el PP sufrió una tremenda caída hasta los 12 escaños, hasta tal punto que los 18 obtenidos por Coalición Canaria no sumaban para gobernar juntos. Y aunque en los primeros días CC miró de reojo a los tres diputados de Curbelo, llegó a la conclusión que una alianza a su derecha era tan inestable como peligrosa. Y decidió, finalmente, volver al pacto con el PSOE, "aunque aquí en Tenerife, los socialistas son el enemigo tradicional de ATI".

El nuevo trato

Todo esto pasó hace un año. Y, desde entonces, el Gobierno de Clavijo se ha afanado en construir la nueva relación con el Estado, pródiga en encuentros cordiales, sonrisas amables, elogios mutuos y negociaciones que solo servían para acordar promesas que no se iban a cumplir. Meses después, Clavijo anunció triunfante que ya se había alcanzado el nuevo clima y creado las bases de la nueva relación: "Es todo un éxito del que tenemos que felicitarnos", dijo el presidente. Y a partir de ahí era de suponer que había que convertir esa nueva relación en "un nuevo trato" del Estado a Canarias.

Por eso, antes de las elecciones generales de diciembre de 2015, se intentó abrir las partidas canarias para el Presupuesto del 2016. Se presentaron innumerables enmiendas para convertir en hechos las promesas realizadas. Ni una sola de las enmiendas se aprobó. El resultado fue nada: ni plan de infraestructuras, ni plan de empleo y formación, ni infraestructuras educativas y turísticas, ni dotación para las reformas del REF que decían aceptar.

Si se lo pedías a la señora Pastor, te contestaba que no dependía de ella sino de Montoro. Y si se lo planteabas a Montoro, que no dependía de él sino de Bruselas, que le exigía un control del déficit. Control que impedía la incorporación de las partidas canarias, pero no de las restantes comunidades españolas que ya habían incorporado las suyas. Esta actitud indignante fue siempre comprendida por Clavijo y Rosa Dávila, que se conformaban con el "es verdad que en 2016 seguiremos apretados, pero en 2017 las cosas cambiarán".

Vender la burra

Hace unos días, en el Parlamento de Canarias, el presidente Clavijo quiso cortar un debate sobre turismo utilizando la expresión popular: "No hablemos mal de la burra, que no la vendemos". La frase resume toda una concepción de una vieja cultura de la negociación: no hables de los defectos de lo que vas a vender, si quieres que te lo compren.

¿Pero quién ha engañado a quién? ¿Quién ha vendido una burra maltrecha y envejecida por el precio de un animal joven y en excelente estado? La respuesta es fácil: la mala burra nos la ha vendido Montoro. El "manostijeras" sí que sabe dar gato por liebre. Lleva cuatro años engañándonos y, en este último, ha llegado al nivel sofisticado de los mejores prestidigitadores. Quitarnos lo nuestro con la mano escondida, mientras nos entretenía con la otra. Nos engañó con el Presupuesto del Estado de este año. Y también engañó a la Unión Europea. Pero como lo han cogido y tiene que ajustar en miles de millones de euros el presupuesto del 2016 y también el del 2017, ya no puede cumplir las promesas que viene haciendo a Canarias y a su Gobierno.

Nos entretuvo primero con el IGTE y nos hizo creer que nos regalaba lo que hace años nos habían quitado. A cambio exigió olvidar los 4.000 millones de deuda histórica que tiene el Gobierno de España con Canarias, por las inversiones y financiación autonómica que no aportó.

Lo que vale un peine

La reacción normal de los engañados es enfadarse cuando descubren el engaño. Se enfadan por doble motivo: por las trampas del otro y también por la cara de tonto que se te queda. Es conocida la frase: "Si te engañan una vez la culpa es del otro, pero si te engañan por segunda vez la culpa es tuya". Y en este caso los engaños ya van por cuatro o cinco. De ahí, el enfado. Que suele ser mayor en el que más se lo creyó.

Por eso la consejera de Hacienda del Gobierno de Canarias, Rosa Dávila, rompió estos días la baraja: "Lo que han hecho tiene muy poco que ver con la ética democrática. Rajoy nos ha mentido a los ciudadanos, en su carta a Juncker. Y también con sus incumplimientos con Canarias". Fernando Clavijo, para no ser menos, declaró el asunto casus belli. "No vamos a permitir que se nos castigue", amenazó el presidente.

Uno se pregunta: ¿cómo lo van a impedir? ¿Quizá rompiendo la buena relación porque han comprendido, por fin, que no hay nuevo trato? Lo que deben comprender es que las promesas se las lleva el viento si no hay leyes que las respalde. Y que no sirve de nada volver al viejo estilo de las amenazas sin fuerza: a la debilidad. Por mucho que grites, si no tienes fuerzas tus argumentos no valen. Estamos de nuevo en el viejo "se van a enterar de lo que vale un peine", que gritó inútilmente Olarte. O en "la desafección de los canarios", como amenazó Paulino y que tampoco sirvió como los hechos demostraron. Y ahora, sorprendentemente, Clavijo ha vuelto exactamente al mismo sitio en que terminó Paulino y él tanto criticó. A la impotencia de Canarias.

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