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Un gasto de combustible

Para convencer al 32% de indecisos se lanzan toneladas de CO2 a la atmósfera

Un gasto de combustible

Cuando llega una campaña electoral se produce un efecto espacio temporal a través del cual un mismo candidato puede estar dos veces y hasta tres en lugares por muy lejanos y diversos que sean entre sí. Se abre un momento curvo donde es posible ver al postulante hoy pastoreando vacas en Asturias para prácticamente minutos después transpersonarse en Guadalajara, a unos 364 kilómetros más al sur.

Este fenómeno en la saga Star Trek era posible mediante dos tecnologías. La llamada velocidad Warp, que permite viajar a mayor fogalera que la de la luz gracias a unos campos Warp que envolvían la nave en burbujas subespaciales, o bien con el teletransportador, chisme que deconstruye al individuo en un punto 'a' para volver a rearmar tanto su valiosa materia orgánica como la inorgánica -reloj, gafas, cholas...-, en, digamos, Guadalajara, para no salirnos del caso. Pero estas dos técnicas son alardes de la ingeniería que aún no han llegado al estado español, y que ni se le esperan a medio plazo a tenor de los cada vez más menguantes recursos dedicados al I+D.

Entonces, ¿cómo lo hacen? Pues en todo tipo de artefactos. Desde la bicicleta que usó Mariano Rajoy con Esperanza Aguirre y Cristina Cifuentes para crear una inolvidable postal verano azul para las autonómicas y municipales de mayo de 2015, y desde cuyo sillín el líder popular prometió que con él "la gente será más feliz", hastas la guaguas de toda la vida que es de uno de los sistemas más utilizados, junto con el avión, además de coche, tren, chanclas y taca-taca, por orden decreciente.

Pedro Sánchez en este aspecto es uno de los mayores consumidores de kilómetros per cápita del espectro visible. Se ha propuesto aparecer ya no en prácticamente todas las capitales del país, sino también en el cuarto de estar de cada votante. En precampaña ya estuvo en una veintena de ciudades. Y solo desde el miércoles pasado se ha dejado caer en Málaga; donde aprendió a asar sardinas; en Benalmádena para jugar al dominó; en Villagarcía de Arosa, Pontevedra; en Vigo; Pamplona y Logroño.

Rajoy, en esas 99 horas, ha estado turistiando en Zaragoza; San Martín de Podes, Asturias; Santiago de Compostela; Pontevedra y Guadalajara. Mientras que Pablo Iglesias solo ha saltado de Almería a Palma de Mallorca; un tanto menos viajero que el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, de gira estos últimos tres días en cuatro diferentes puntos: Guadalajara; Barcelona, también para jugar al dominó; Madrid; y Almagro, en Ciudad Real.

La suma de kilómetros asciende a muchos, muchos miles. A decenas de miles. En las generales de 2015 el PSOE sacaba calculadora y cuantificaba en 30.000 kilómetros el andurriar de su cabeza de lista.

En el hipotético caso de hacerlo exclusivamente en un fotingo que gastara 8 litros a los cien kilómetros, consumiría 2.400 litros de gasolina yendo al pasito, y lo que es peor, mucho peor, emitiría algo más de 5.000 kilos de CO2 a la atmósfera terrestre.

Para disipar esta fos se necesitarían doce árboles, según los parámetros de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, en todo un trajín invernadero para convencer al 32 por ciento de un censo que no sabe si votar a Cuco o a Pacuco, y que en su conjunto necesita 350 millones de papeletas para acertar el bingo del gobierno que viene.

Ante tamaño festín hay partidos que en su inocencia han tratado de remediarlo, como los 500 millones de árboles que dijo Rajoy iba a plantar en cuatro años a partir de 2008, es decir 237 matos por minuto, proeza incapaz de lograrse ni con velocidad Warp en modo quinto pino, de forma que de llegar a unas terceras elecciones tendríamos que votar con mascarilla.

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