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Patriotas por accidente

Hay candidatos que aseguran haber llorado por España cuando eran niños

Patriotas por accidente

El ministrable de Economía de Ciudadanos, Luis Garicano, ha hecho una confesión en mitin difícilmente digerible al afirmar que él, cuando iba al colegio y el profesor le relató la historia de Fernando VII y el desastroso legado que dejó para España, "lloró de rabia".

Hay que aclarar que el señor Luis Garicano es un máquina, con dos licenciaturas, en Ciencias Económicas y en Derecho, dos másteres, uno en Chicago y el otro en Brujas, un doctorado, y profesor visitante en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, entre otros alardes de gran intelectualidad y capacidad, pero que un niño, por muy espabilado que viniera de fábrica, derrame una lágrima patriota en una clase de historia es más materia para psiquiatra que de pediatra.

Y es que los ataques de patriotismo no conocen edad. Y si además estás lejos, peor. Como le ocurrió a Mariano Rajoy el día en que medio mundo se fue a Sudáfrica a despedir a Nelson Mandela.

Allí donde el resto del planeta vio el homenaje a un ídolo único, él solo observó España en el campo de juego donde se desarrollaba el acto: "Este estadio de fútbol en el que se va a despedir a Mandela", dijo el hombre, "es el estadio donde España se proclamó Campeón del Mundo en su día frente a Holanda de fútbol, ¿no? Con lo cual es realmente un momento muy bonito y muy emocionante".

Este sentimiento, no obstante, tiene su lógica, si se atiende a la información adicional sobre la peculiar sustancia del país que ofreció en un mitin de Burgos en las pasadas elecciones: "España es un gran país que hace cosas importantes... ¡y tiene españoles!"

O extraterrestres, porque Unidos Podemos, en su cruzada por una España mejor llena de españoles, entraba ayer mismo por La Coruña a mitinear bajo los acordes de la Marcha Imperial de la Guerra de las Galaxias, una acogotante fanfarria que amenizaba al también patriota Darth Vader cuando enviaba sus destructores estelares a descuajaringar otros planetas.

Ser patriota es legal del todo. Pero en ocasiones la utilización de unos de sus símbolos puede llevar a catástrofes por exceso de celo. El pasado año, el socialista Pedro Sánchez en el que fue su primer acto como candidato a la presidencia del Gobierno se plantó delante de una bandera de España del carajo la vela estampada como fondo de decorado. Pocos españoles y alienígenas adscritos habían visto el escudo patrio con tanto detalle.

El león rampante de color púrpura que representa al Reino de León en el escudo central tenía las dimensiones de un tigre de bengala, y las cadenas del Reino de Navarra, una vez desenredadas, podrían servir para fondear un barco.

El guineo de críticas que le cayó por aquello procedían de babor y estribor. Del PP y Ciudadanos por enarbolarla, "y pactar con extremistas e independentistas". De Podemos porque "defender un país no es poner grande su bandera", y así sucesivamente.

Pero con todo, quizá fue María Dolores de Cospedal la peor parada tras un lapsus solo equiparable al de Rajoy cuando dijo aquello de que Juan Carlos I abdicaba dejándonos una "impagable deuda de gratitud", que algunos fijaron en muchos millones de euros.

Cospedal, en un mitin de las últimas elecciones de diciembre en Granada, se soltaba y en plena intensidad de su discurso finalizaba con un "nosotros somos un partido en 17 comunidades con un único mensaje, y lo decía antes aquella señora: ¡Arriba España!"

Ella explicó tras el revuelo que había querido decir ¡viva España!, pero había mentado la bicha de cuando el país fue Centinela de Occidente, martillo de herejes, luz de Trento y espada de Roma, que, de todo lo dicho, fue el non plus ultra del patriotismo patrio.

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