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El candidato Bob Esponja

Los votantes díscolos suelen introducir variantes propias a las listas oficiales, cuando no ciertos embutidos para mostrar el rechazo

El candidato Bob Esponja

A Bob Esponja, Triton Man o don Cangrejo son algunos de los candidatos que la reciente historia del país han sido votados en las urnas.

Es el otro mensaje. El que más allá de la candidatura entra por el hueco de la urna para convertirse en protesta, bien sobre una papeleta en blanco o directamente escrito sobre la de algún partido en concreto.

De todos los artificios que se han empleado tradicionalmente en España para tratar de sorprender a la mesa a la hora del recuento, o al gremio político en general, el top one es el chorizo. Un mensaje nada subliminal, sino todo lo contrario, que o bien aparece pintado en representación icónica, escrito con todas sus letras, o en forma de producto real.

Un sonado caso ocurrió en el concejo de Val Do Dubra, A Coruña, donde en uno de los escasos 3.000 votos del lugar apareció la rodaja en toda su plenitud aunque con cierta pérdida de frescura, fomentando un curioso debate posterior a la anulación cuando alguien preguntó que dónde ponía que la aparición de un embutido inutilizaba la papeleta, sobre todo porque el aceitillo que había dejado aún permitía ver las siglas de partido perfectamente.

Por que, el chorizo allí, según se cuestionó, ¿era un gamberro recado, o producto de un comensal, digamos, poco amañado?

Pero ojo, no es fácil introducir un chorizo, salami o chopper, si se tercia. Existen casos documentados en los que el votante ha quedado literalmente traspuesto ante la autoridad electoral por una básica falta de cálculo matemático.

Es cuando, como en el asunto que nos ocupa, el grosor de la loncha se ve incrementado con el de las propias papeletas y el del propio sobre, trabando el conjunto en la ranura con el consiguiente colapso general. De ahí, que de intentarlo, cosa que tampoco se aconseja, se debe lonchar muy fino. Lo más fino posible.

Esta precaución también se requiere para el llamado voto de la muñeca rusa, una superposición de muchos sobres de tamaño decreciente para mantener entretenido al personal en el recuento, al que se suma a otras extremas y algo asquerosas modalidades como lo son voto bomba fétida y el siniestro voto mocoso.

Pero no todo son disgustos, también los hay que alegran el día, al menos por un rato, como los 340 euros de curso legal que ´ingresó´ en unas elecciones una gallega llamada María Chisca Tobía, y que llegó al colegio electoral con dos sobres, introduciendo -sin que nadie mandara parar- uno blanco que no pegaba ni con cola con el día de autos, en vez del algo más correcto sobre canelo.

Chisca Tobía se equivocó de objetivo, largando urna adentro "el voto más caro de mi vida", que no iba a ser fácil recuperar ya que además de velar hasta el recuento todavía debía reclamar al juzgado su devolución. Dado que con votos, aunque no sean exactamente votos del todo, no se juega, de hecho una compraventa de voto puede acarrear hasta tres años de prisión.

Si en realidad se hace estas trapisondas con el propósito de descalabrar a alguna formación, o al mismísimo sistema político nacional, el asunto es que en aquellos sistemas en los que se debe elegir a muchos candidatos según el número proporcional, una vez que logren un mínimo número de sufragios, el efecto es que penaliza a los partidos más pequeños.

En otras palabras, ese voto invalidado, sea vía chorizo o por mediación de Bob Esponja, se suma a los logrados por la formación más votada, -aunque no siempre en todos los casos, dependiendo de las circunscripciones-, lo que lejos de mandar un hipotético recado corrector reafirma las cosas, tal y como estaban. Y es que, si está inventado, era por algo.

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