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Análisis Un conflicto con 40 años

Sahara: Una solución consensuada

Sahara: Una solución consensuada

El conflicto del Sahara dura ya más de 40 años y cualquier observador riguroso puede advertir que el epicentro de este seísmo político lo constituye un gran punto evidente y perfectamente definido: el desencuentro entre el Reino de Marruecos y Argelia. Este último país está inmerso en una peculiar dicotomía, de comprensión necesaria para acercarse al problema: mientras que el gobierno continúa oponiéndose frontalmente a la integridad territorial de Marruecos, su sociedad permanece ajena a un contencioso que considera banal y desligado de sus intereses como pueblo. Quien conozca la realidad civil argelina sabe sobradamente que no se siente concernida por un contencioso artificial y difícilmente digerible. En otras palabras, piensa que es únicamente un asunto de su gobierno, que se dirime y discute solamente en las alturas de la política y la milicia. No ocurre lo mismo con la sociedad marroquí. Todo lo contrario. Para cualquier ciudadano de Marruecos, el Sahara es una causa nacional anclada en lo más profundo de su ser. No es ninguna casualidad que ese sentir, ese sentimiento nacionalista cuente con el apoyo unánime de todos los estamentos de la sociedad.

La denominada cuestión del Sahara sigue siendo, mientras se suceden los años, un problema esencial entre dos naciones vecinas. Su solución, por tanto, depende en gran medida y fundamentalmente de la voluntad política de sus respectivos gobiernos. No cabe alternativa alguna a la solución política, que no es otra cosa que convenir en la necesidad de la palabra y el entendimiento. Asimismo, no es abandonarse a la exageración señalar que reconducir esa larga y desgraciada falta de diálogo constructivo es definir un verdadero cielo, si adoptamos la perspectiva de la esfera global. Es bien sabido que la comunidad internacional considera - y no ahora sino desde siempre - que una solución de esas características para el Sahara aceleraría la integración política y económica de los países del área y daría un gran impulso al proceso iniciado por la UMA (Unión del Magreb Árabe ) en 1989. Ello supondría una mayor estabilidad y seguridad en toda la zona del Magreb y del Sahel. Además, esa acción, que tiene un indudable e importantísimo peso humanitario, acabaría con el calvario que sufren día tras día los habitantes de los campos de 'refugiados' de Tinduf. Al respecto, es preciso destacar que los dirigentes del Polisario se han negado siempre a elaborar su censo poblacional. Ese apartheid del sur de Argelia no se constituyó ayer y el paso de los años lo modifica todo.

Abordar aquí en detalle las causas origen del conflicto, su devenir histórico, la posición y la evolución de las partes en estas cuatro décadas, la guerra pasada, el alto el fuego y cese de hostilidades, las numerosas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU al respecto y la situación de los campos de 'refugiados', implicaría un océano de tinta, un grueso ensayo, una tesis doctoral, un volumen de mucho peso. No es necesario llegar en estos momentos a relatos históricos pormenorizados, que están al alcance de cualquiera. No. Lo esencial, el eje vital de la cuestión, lo que de verdad interesa, tanto a la población autóctona de la región del Sahara como a los dos países vecinos, es la solución al conflicto a la mayor brevedad posible y con el acuerdo de todas las partes implicadas. No sería redundante volver a insistir en que Marruecos y Argelia están llamados a entenderse. No cabe la indolencia. Es preciso responder satisfactoriamente a las legítimas aspiraciones de las generaciones presente y futuras que anhelan, por encima de todo, una paz y estabilidad duraderas en África del Norte y el Sahel. El ser humano no puede vivir rodeado de desequilibrios y carencias. Las generaciones no pueden sucederse una tras otras sumidas en el dolor y la desesperanza. El entendimiento entre Marruecos y Argelia no forma parte del entorno de la opinión sino de la obligación. Sólo una entente consensuada podrá aportar paz, prosperidad, consolidar la democracia y lograr un desarrollo económico y social que haga a los habitantes del Sahara afrontar dignamente su futuro. Como cualquier persona de cualquier lugar de este planeta.

La clave: dejar atrás el pasado

Es terrible para la inteligencia creadora y emocional tener que admitir que la ausencia de voluntad política ha sido el principal escollo ante el contencioso del Sahara. Es duro aceptar que ese grave error haya marcado este conflicto desde su inicio. A raíz del cese de hostilidades, las partes han participado en numerosas negociaciones indirectas bajo los auspicios de la ONU. En torno a mesas de discusión y debate se han abordado diversos y plurales asuntos. Miles de palabras han surcado estancias y salones. Sin embargo, la solución tan esperada aún no ha llegado. Sigue el impasse. El horizonte no se ve despejado. No obstante, pese a ser cierto que no podemos cambiar el pasado, es igualmente cierto que tenemos que ganar el futuro. Necesariamente, obligadamente, tenemos que conquistar el futuro.

El proceso que avala la ONU descarta completamente la eventualidad de una solución impuesta. De hecho, el arreglo de esta cuestión sólo puede llegar a través de una solución política negociada. Los vocablos son claros: solución, política y negociada. Es entonces, la hora de desechar apriorismos que actúen como rémoras. Es obvio e incontestable que en toda negociación las partes deben demostrar la suficiente voluntad para llegar a un acuerdo. Es obligado asumir que la mayoría de las veces hay que ceder y hacer concesiones. En caso opuesto, no estaríamos ante una negociación sino ante una imposición. La comunidad internacional recalca continuamente que el arreglo debe consistir en "una solución política, consensuada y basada en un espíritu de compromiso y realismo". Habría que añadir, además, que implique y aboque a la cohesión y vele por los intereses de la población autóctona del Sahara. En modo alguno se debería defender y perpetuar oscuros intereses de una casta política aferrada en mantener el statu quo del que obtienen beneficios directos pero también indirectos y colaterales los poderes fácticos de Argelia - pronto deberá enfrentar la sucesión de Butteflika - y la cúpula dirigente del Frente Polisario.

El referéndum, inviable

Las a priori potenciales soluciones, que las partes pusieron sobre la mesa en su momento, se abrieron en 1992 con los preparativos de la celebración de un referéndum de autodeterminación supervisado por la ONU. Muy pronto se constató sobre el terreno que el proceso de identificación llevado a cabo durante varios años por la Comisión no daba resultados concluyentes, dado el carácter tribal y nómada de la población y, por ende, la complejidad e imposibilidad de elaborar listas electorales rigurosas. Además, en este eventual referéndum, con sólo un 50,1% de los votos, una parte ganaría definitivamente el todo. Y la otra, con un 49,9% perdería también el todo. Ese supuesto, negativo a todas luces ya que no estamos ante unas elecciones legislativas, supondría una fuerte fractura de la sociedad y la aparición de un nuevo problema aún más complejo y grave que el originario, que el que se pretende solucionar. Algo que raya en la locura: una parte de la sociedad impone su modelo a la otra mitad. Una vuelta tenebrista al punto de partida del conflicto. Verter veneno sobre veneno. Así, muy lejos de posicionamientos ideológicos o viscerales, era la tarea tan compleja y, sobre todo, tan negativa y estéril, que las partes y los numerosos responsables de Naciones Unidas han reconocido la imposible aplicación de la vía del referéndum.

Acaece entonces que, ante tan inmenso enredo, el 21 de abril del 2008 el enviado especial del Secretario General de la ONU, el holandés Peter Van Walsum indicó ante el Consejo de Seguridad, máximo órgano de la Organización, que "la opción de un Sahara independiente no era desde ningún punto de vista una opción realista: No es un objetivo alcanzable" dijo, y ello, sobre todo, porque una inmensa mayoría de los saharauis es marroquí y disfruta de su completa ciudadanía. Argelia y el Polisario pidieron de inmediato su dimisión, cosa que lograron. Esta compleja coyuntura, sin embargo, hace reaccionar al Consejo de Seguridad, que decide no escorarse hacia ningún lado y resuelve promover "la solución política negociada y aceptada mutuamente por las partes". Una solución imperiosamente viable y realista. Lamentablemente, en este estado de cosas y a la vista de las posiciones diametralmente opuestas de los actores, el logro de la solución política negociada parece aún lejano. A día de hoy, Marruecos y las partes que se le oponen - Argelia y el Polisario - no están de acuerdo en casi nada de lo sustancial. Tiempo muerto. Avance nulo.

El desencuentro

¿Cómo entender la ausencia de avances? No queda otra que referirse al inmovilismo argelino. La postura de Argel sigue fija, hierática, cansina e indolente. Argelia no propone nada nuevo y opta por negar la mayor. Continúa con tesis ya abandonadas, indicando una y otra vez que la cuestión del Sahara es "un asunto de descolonización", que Marruecos es "una potencia ocupante", que Argelia no es parte en conflicto y que el Polisario "es el único y legitimo representante del pueblo saharaui". A ojos del gobierno argelino, las únicas negociaciones viables deben tener lugar entre Marruecos y el Polisario con la condición de centrarse en la organización de un referéndum de autodeterminación. Obviamente, oculta el peso y las acciones que ejerce desde la sombra, sombra que ya nadie ve como oscuridad sino como luz diáfana.

Por su parte, Rabat, fuertemente convencido de sus derechos, argumenta en base a la Historia y la razón, que el conflicto del Sahara no es otra cosa que una cuestión de "remate de su integridad territorial". "Considerar a Marruecos como potencia ocupante es totalmente erróneo, desvirtuado y desplazado de la más simple y meridiana realidad", dado que, según el Reglamento de la Haya de 1907 y la IV Convención de Ginebra del 12 de Octubre de 1949, ese concepto es definido y sólo se aplica a la ocupación de un Estado existente durante un conflicto armado internacional. Así, se precisa que, en el momento de la recuperación legítima del Sahara, no existía un Estado independiente sobre esta parte del territorio marroquí, recuperado en una negociación conforme a derecho con España. Además, demuestra que, en ningún caso, el Frente Polisario puede ser considerado como el único representante legítimo de la población saharaui. Cualquier observador, analista o simplemente visitante, advierte que una aplastante mayoría de los saharauis habitan las provincias del Sahara y viven completamente integrados en su identidad nacional marroquí.

Desde su cuartel de Rabuni (Sur de Argelia), los dirigentes del Frente Polisario siguen enquistados en un estado autista, sin autonomía ni criterio propio, aferrándose en imponer su legitimidad de partido único en unos campos de 'refugiados' donde las voces disidentes son reprimidas sin paliativo alguno. Más grave aún es cuando oculta el desmoronamiento de su autoproclamada república (RASD) a la población de refugiados. La táctica de manipulación consiste en ilusionar de manera sectaria a grupos muy concretos, a los que, insistentemente, promete un "Sahara independiente o un martirio general". El tema se agota en si mismo y se reduce al absurdo cuando es más que patente que el martirio se viene sufriendo en los campamentos desde hace 40 años, mientras una oligarquía dirigente polisaria vive supuestamente realizando una labor diplomática que, lejos de tener resultado positivo alguno, es simplemente una huida hacia el abismo. El nuevo jefe polisario, Brahim Ghali, miembro de la vieja guardia radical e intransigente, promete seguir una dinámica tendenciosa, excluyente, maximalista, inviable y desprovista del sentido de la política que requiere la realidad imperante. No sólo en el Sahara sino en todo el mundo.

Desmoronamiento de la RASD

En todo ese contexto, la RASD - entidad autoproclamada y autodenominada - carente de los elementos necesarios de soberanía para la constitución de un Estado tal como está definido por el derecho internacional, se está desmoronando progresivamente. En las últimas décadas, durante la época de confrontación ideológica de bloques, la pretendida república saharaui fue reconocida a iniciativa de Argelia, Libia y Cuba por 84 países. Hoy en día sólo 35 de estas naciones siguen manteniendo ese reconocimiento. Es decir, 49 Estados han retirado su placet a la RASD rectificando así los errores del pasado, conscientes de que es inútil y aberrante ir en dirección opuesta al curso de la historia.

El fin: la Autonomía

Si las otras partes siguen fijadas en despropósitos, posiciones vetustas y caducas, Marruecos ha decidido poner término a un conflicto que considera artificial dando un paso firme y valiente. Ha configurado una gran concesión, adhiriéndose a la inteligente opción de la tercera vía: la propuesta de un plan de autonomía para la región que ha cosechado un amplio apoyo de la comunidad internacional. Una autonomía considerada como solución seria, creíble y realista, que representa un potencial tan inmenso que satisface las aspiraciones de la población del Sahara a la hora de gestionar sus asuntos regionales y locales en paz y en dignidad. Y los satisface al mismo nivel de excelencia que cualquiera de las autonomías españolas, por poner un ejemplo.

Marruecos, en una apuesta clara por la modernidad, el crecimiento económico y el bienestar de su sociedad civil, ha iniciado en las elecciones del 4 de septiembre un proceso de regionalización avanzada, lo que refuerza aún más su línea de consolidación democrática. Además, el rey Mohamed VI anunció en noviembre pasado un plan quinquenal de desarrollo económico-social de las provincias saharauis con inversiones por un valor de más de 7.000 millones de euros. Aquellos que continúan cegados y desarrollan la labor de cegar a otros, además de ser manejados como títeres, deberían preguntarse seriamente a dónde pretenden llevar a una parte de la población saharaui: ¿A la humillación y la pobreza o a la dignidad y el bienestar?

Es ya tiempo de llegar a un acuerdo para no perpetuar el conflicto y no perder otra oportunidad histórica.

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