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Análisis La unión de Lanzarote y Fuerteventura

La tercera isla grande

El nuevo eje que unirá política y territorialmente las dos islas permitirá reequilibrar Canarias

Los presidentes de los cabildos de Fuerteventura y Lanzarote, Marcial Morales y Pedro San Ginés.

Últimamente aparecen con frecuencia declaraciones de representantes políticos y empresariales de las islas de Lanzarote y Fuerteventura exigiendo autonomía de gestión de sus entes públicos o privados. Ocurrió con las Cámaras de Comercio y así lograron su independencia. Y ahora está ocurriendo con el Puerto de Arrecife, que tramita actualmente su autonomía para separar su gestión del Puerto de la Luz y de Las Palmas. Esto refleja un nuevo tiempo en que las islas menores se han ido haciendo islas mayores.

Al principio de la autonomía, las llamadas "islas menores" aprovecharon el pleito histórico de las dos mayores, Gran Canaria y Tenerife, para apoyar a una u a otra y lograr un mayor equilibrio de las inversiones y en la conquista de las subvenciones. En este juego han sido especialistas hábiles políticos de La Palma, La Gomera y El Hierro. Antonio Castro, Tomás Padrón y ahora Casimiro Curbelo recurrieron al victimismo para exagerar los efectos de lo que llamaron "la doble insularidad". El resultado fue conseguir importantes inversiones en carreteras, aeropuertos, infraestructuras hidráulicas y equipamientos sanitarios y educativos.

Así se consiguió que las islas que menos recursos aportaban al presupuesto regional fueran precisamente las que más inversiones conseguían en términos proporcionales. Hay que aclarar que aportaban menos recursos porque habían apostado por el mantenimiento de las actividades agrícolas, dejando al turismo como una actividad menor. Eran "islas con agua", en especial La Palma.

Desde la conquista castellana, la isla de La Palma había sido considerada, junto a Gran Canaria y Tenerife, como una de las tres islas grandes. "Islas realengas", dependientes de la Corona, porque contaban con el recurso del agua y ello generaba una potente agricultura. Y las demás, o bien por pequeñas o por secas, fueron calificadas como "islas de señorío". No tuteladas por la Corona sino por los señores instalados en las islas grandes o en la Península.

La nostalgia de los viejos privilegios llevó a los palmeros a apostar por seguir siendo agrícola, "una isla verde" con una economía de rentistas que defendían el plátano como un monocultivo con grandes subvenciones de la Política Agrícola Común de la Unión Europea. Canarias consiguió entonces un marco de subvenciones tan alto que los palmeros vivieron apaciblemente durante décadas, beneficiándose de las inversiones que pagaban las restantes islas y alardeando con satisfacción de economía sostenible.

Pero ahora el modelo se ha hecho insostenible: los recursos se han reducido, la población ha envejecido y los jóvenes abandonan la isla. Precisamente esta próxima semana, el Parlamento de Canarias debate, a propuesta de los palmeros, la reforma de la llamada Ley de las Islas Verdes. Ahora han comprendido que necesitan, además de modernizar su agricultura, el desarrollo de un sector turístico suficiente, no masificado, sostenible, de calidad y de baja intensidad. Si no lo consiguen, estas islas no tendrán futuro.

Las islas del hambre

Mientras tanto, Lanzarote y Fuerteventura, islas de señorío propiedad de señores de fuera, sufrían largas sequías, seguidas de terribles hambrunas que empujaban a su población a una emigración desesperada. En el cancionero popular se recuerdan estos tiempos y a Fuerteventura se le llama Fuertedesgracia. Tampoco es casualidad que en esos tiempos a su capital se le llamara Puerto Cabras. Cuentan, también, que en la isla de Lanzarote se celebraba una gran fiesta cuando de tarde en tarde llegaba el barco-aljibe, al mando del capitán de la Marina González Quevedo. Es cierto que Gran Canaria ha vivido también en su historia terribles hambrunas, pero no se pueden comparar con "las desgracias africanas" de nuestras islas orientales.

Pero llegó el turismo al final de los años sesenta y se construyeron Los Fariones y Casa Atlántida. El nuevo y próspero negocio atrajo inversiones. Se construyeron los aeropuertos, carreteras y las desaladoras. Y en poco más de diez años, el árido y terrible desierto se convirtió en el paraíso. La materia prima ya no era el agua, sino las hermosas playas, el sol radiante y la soledad del paisaje volcánico. Y fue entonces cuando las dos islas menores se hicieron mayores. Ya no aceptan tutelas ni marginaciones. No piden solidaridad y solo exigen sus derechos. Han descubierto de pronto que tienen un importante déficit histórico en inversiones, en carreteras, puertos y, sobre todo, educación y sanidad. En estos días Lanzarote está protestando por el déficit de colegios y Fuerteventura se muestra indignada por su situación sanitaria, que ha provocado una manifestación para el próximo día 23.

Si no se hicieran trampas, se descubriría que en los últimos 20 años Gran Canaria ha recibido en inversiones más o menos lo que ha aportado. Tenerife igual, aunque antes se decía que recibía más y ahora Carlos Alonso asegura que menos. Los que, sin duda, han recibido mucho más son La Palma, La Gomera y El Hierro. Y mucho menos Lanzarote y Fuerteventura. Es decir, la solidaridad con las tres islas menores de allá la han pagado las dos islas menores de acá. Ni Tenerife, ni Gran Canaria.

Las cuentas al revés

Y, sin embargo, hace dos meses, en julio, el presidente del Cabildo de Gran Canaria, señor Morales, denunció en una importante tribuna que Gran Canaria estaba siendo marginada porque había pasado en varias décadas de ser la isla con mayor renta por habitante a ser la cuarta, detrás de Lanzarote, Fuerteventura y Tenerife. Sin duda no mintió en los datos. Eran incontestables: la renta en Gran Canaria había pasado a ser de 16.700 euros por habitante; en Tenerife, 17.500 y en Lanzarote-Fuerteventura, 18.800 euros por habitante y año. Acertaba en los efectos pero se equivocó en las causas. El retroceso de Gran Canaria se lo atribuyó al sistema político, a la triple paridad y a la marginación y maltrato de esta isla.

Nadie se paró a analizar las causas lógicas que habían conducido a esta situación. Al factor nuevo y relevante que ha supuesto el turismo en todas las islas canarias. Estas islas viven esencialmente del sector turístico, que genera una parte muy importante de la renta directa y también de la indirecta. La llegada de turistas ha crecido de forma muy importante, hasta el punto que Tenerife podría alcanzar los cinco millones de turistas al final de este año. Gran Canaria puede llegar a los cuatro millones. Pero las islas de Lanzarote y Fuerteventura juntas están batiendo el récord de crecimiento y alcanzarán a final de este año alrededor de los cuatro millones seiscientos mil turistas. Es decir, muy por encima de Gran Canaria y muy cerca de Tenerife, a la que muy probablemente alcanzará en los próximos años. Toda esta riqueza que genera el turismo se reparte en cada isla en función de su número de habitantes: 870.000 tinerfeños; 820.000 grancanarios; y 250.000 que suman conejeros y majoreros. Y evidentemente entre menos son, más les toca. Si algo nos tendría que sorprender es que la diferencia de rentas entre las dos islas orientales y las dos islas centrales no sea aún mayor. Dónde sí se mantienen las graves diferencias es en la inversión en las diversas islas, si se compara con los recursos que generan.

El eje

Por eso a nadie debería extrañar las reuniones y declaraciones que vienen haciendo en estos últimos tiempos los presidentes de los cabildos de Lanzarote y Fuerteventura con el objetivo, como ellos dicen, de "unir política y territorialmente las dos islas, para construir un eje de poder que equilibre al conjunto de la política canaria". No solo es justo, en mi opinión también necesario. Creo que ayudará a reequilibrar el archipiélago, a unirlo y fortalecerlo. Y a superar el torpe y estéril "pleito insular" al que hemos jugado y nos ha debilitado en los últimos doscientos años.

Lanzarote y Fuerteventura son dos islas complementarias, con grandes activos que deben desarrollarse. En realidad, forman una sola y larga isla, separadas por trece kilómetros no de mar, sino de un gran lago interior. Que, por cierto, cuando ese gran lago se descubra turísticamente desde una visión conjunta, puede convertirse en uno de los espacios más bellos y atractivos del mundo. Une el maravilloso Parque Natural de las Dunas de Corralejo y La Oliva con la isla de Lobos y la hermosa costa del sur de Lanzarote que va de Papagayo a Pichiguera. Debe ser una de nuestras grandes apuestas de futuro, sin olvidar el norte de Lanzarote hasta La Graciosa y la necesidad de una renovación profunda de ese espacio único que es Jandía.

La nueva isla grande debe cuidar su enorme calidad medioambiental en el espíritu de su más extraordinario representante: Cesar Manrique. Y luchar a brazo partido porque el turismo barato, que podría volver con una nueva Ley del Suelo demasiado abierta, no destroce sus extraordinarios parques naturales. Pero, además, las dos islas juntas disponen de territorio y recursos para afrontar un gran proyecto de economía verde, que incorpore no solo las nuevas tecnologías energéticas, sino también la desalación del agua. Sin duda dos de los renglones que pueden impulsar nuestras exportaciones a la nueva África, que urgentemente los necesita. En poco tiempo se abrirá la conexión de Fuerteventura a Tarfaya, que nos unirá inevitablemente al continente más importante para nuestro futuro.

Por todo ello, la nueva isla grande debe ser recibida no como una amenaza para las otras islas, sino como una gran esperanza.

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