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Análisis La posición de Canarias

El nuevo escenario político

La probable investidura le servirá a Mariano Rajoy para comprar tiempo e iniciar la refundación del Partido Popular

El nuevo escenario político

Europa vive unos tiempos convulsos y en el plazo de un año celebrará elecciones decisivas en Francia, Alemania e Italia. Y en marzo del año próximo iniciará la negociación del Brexit en los términos de dureza que ya ha anunciado la señora May. A una Europa convulsa corresponde una España convulsa. En dos años ha vivido un interminable y permanente proceso electoral, con dos elecciones generales, elecciones municipales y autonómicas y, en momentos distintos, también elecciones en Andalucía, Cataluña, Galicia y Euskadi.

Cada elección ha supuesto una dura confrontación que ha dejado heridos y maltrechos a todos los partidos, a los viejos y a los nuevos. Después de tantas batallas, hemos llegado al episodio de la dramática crisis del Partido Socialista que se ha producido en la última semana. Lo que puede llevar a pensar que esta pelea que dura ya dos largos años, culmina con la victoria de Rajoy y el Partido Popular. Y también puede animar a pensar que se abre un escenario político más tranquilo y estable, en que España podrá ser gobernada, por fin, sin grandes sobresaltos.

El nuevo escenario

Me temo que no será así. Es casi seguro que Rajoy será investido presidente en la última semana de este mes con 170 votos a favor, poco más de 70 abstenciones y algo más de 100 votos en contra. Lo que no se sabe es cuántos no irán a votar. Pero eso no influirá en el resultado. ¿Una investidura así dará lugar a un gobierno fuerte y estable, que permita hacer frente a los grandes retos que se le vienen encima? Parece que no. La prueba es que el propio Rajoy no se ha dejado llevar por la euforia. Y a pesar del sábado de Halloween de los socialistas, comprendió que gobernar en minoría, solo, sin acuerdos estables con los principales partidos, puede convertirse en una tortura insoportable y que inevitablemente desembocará en nuevas elecciones en el futuro próximo.

Esa reflexión que se convirtió en temor, llevó a algunos de los principales portavoces del PP, Cospedal y Hernando, a poner condiciones para la investidura de Rajoy. Se necesitan, dijeron, "acuerdos complementarios que hicieran posible un gobierno estable en un tiempo razonable". Lo que implicaba una amenaza: unas terceras elecciones, con un PSOE roto, lo que daría al PP mayoría suficiente para gobernar junto a Ciudadanos.

Como era de esperar, la malévola insinuación provocó una tormenta política. Los teléfonos de la Moncloa no dejaron de sonar en toda la tarde. El frente abstencionista se sintió ridiculizado y se transformó en el frente de los indignados. Uno tras otro hicieron llegar sus airados mensajes al presidente en funciones. Felipe González el primero. Susana Díaz después y el presidente de la gestora, Javier Fernández, para remachar. Rivera llegó a amenazar con la ruptura de su pacto con el PP. El diario El País bramó, esta vez no contra Sánchez sino contra el ventajismo de Rajoy.

Tanto ruido, esta vez en contra suya, hizo comprender a Rajoy y a sus consejeros áulicos que unas terceras elecciones, provocadas por el PP y no por el PSOE, tendrían un efecto bumerán en que el PP sería castigado por el electorado. Inmediatamente, Rajoy envío mensajes tranquilizadores a los nuevos sublevados: "España necesita urgentemente un gobierno y ofrezco un acuerdo sin condiciones". El país respiró tranquilo y los abstencionistas también.

La España convulsa

Rajoy confirmó una vez más que en su cabeza cabe la sutileza, al contrario que lo que ocurre a sus colaboradores de confianza. Y comprendió que los apoyos posteriores no los puede ganar de antemano, sino tendrá que hacerlo si sabe negociar. El presidente en funciones sabe mejor que nadie que, además de votos, necesita tiempo. Y que esta investidura le sirve para comprar tiempo. El tiempo necesario para reestructurar el PP y renovarlo. Convertir el nasty party (el partido antipático que dicen los ingleses y ha repetido Aguirre) en el partido de la recuperación, de las reformas y los ciudadanos olviden el estigma de ser "el partido de la corrupción". Necesita tiempo para realizar una nueva refundación del PP, colocar a Núñez Feijóo y a líderes menos quemados al frente de un partido para que este tenga futuro. Y si lo consigue, solo entonces, Rajoy saldrá como triunfador y no como derrotado, que es lo que le obsesiona.

Pero el mismo tiempo lo necesitan también los otros partidos: Ciudadanos, el PSOE y Podemos. Ciudadanos lo necesita para aprender a mantener equilibrios muy difíciles. Cómo obligar al PP a hacer reformas democráticas y, al mismo tiempo, no dejarse tragar por él como le ha ocurrido a otros partidos de centro de la Unión Europea. La tarea no es fácil en un país tan conservador que deja tan poco espacio político para una fuerza de centro reformista.

El PSOE necesita tiempo para preparar un congreso tremendamente conflictivo, en que tiene que decidir si finalmente se define como un partido socialista o un partido socialdemócrata, que no es exactamente lo mismo. Un partido que tiene que armonizar y poner en conjunción una base de izquierda con unos dirigentes de centro izquierda. Si saben resolver este dilema en el mundo de hoy, con la economía y la sociedad de hoy, recuperarán los tres millones de votos que le ha quitado Podemos y si no, le cederán algunos más.

Podemos necesita el tiempo para intentar madurar. Para pasar de la rebeldía juvenil a la madurez y lucidez de una fuerza política capaz de gobernar para la mayoría social. Y no para un parte de ella. En las sociedades democráticas saber construir esa mayoría social es la condición imprescindible para poder avanzar. Pero no es fácil, exige tiempo y reflexión y no caer en viejos debates académicos de teóricos que hablan de otra realidad. Y recordar la reflexión de Cervantes sobre el Quijote: "Había leído tantos libros de caballería que acabaron por sorberle el seso". Si acierta será el gran partido de la nueva izquierda, pero si no puede sufrir el extraño fenómeno de algunos frutos, que se pudren antes de madurar.

La reforma territorial

Mientras los partidos se reforman y maduran, las grandes reformas democráticas quizá puedan esperar. Pero lo que no puede esperar es la reforma territorial. Las urgencias y las exigencias son demasiado fuertes. La reforma del modelo de financiación autonómica lleva un retraso de tres años y está causando problemas gravísimos a los ciudadanos. Porque de ella depende la mejora de la financiación de los grandes servicios públicos, en especial la educación y la sanidad. ¿Pero cómo hacerlo con un Parlamento sin claras mayorías y con comunidades autónomas de tan diverso signo y con propuestas tan divergentes?

¿Cómo se va a aplicar el principio que todos dicen defender, pero que ahora no se aplica, "todos los españoles son iguales y deben recibir las mimas prestaciones de los servicios públicos sea cual sea la comunidad en la que vivan"? Los canarios son los más afectados por la desigualdad y la discriminación. La falta de recursos en servicios tan esenciales provoca tensiones sociales y crisis políticas como las que hemos vivido en estos últimos días sobre los recursos que necesita la sanidad en Canarias.

No podemos olvidar que este debate sobre la nueva financiación se producirá en paralelo a los conflictos que anuncian el Gobierno de Cataluña y el de Euskadi. Y como siempre habrá la tentación de apaciguar estas tensiones con los llamados pactos fiscales con estas comunidades. Cataluña acaba de anunciar un "referendo vinculante" para la independencia, a celebrar el próximo septiembre. ¿Cómo se enfrenta a eso un gobierno débil y en minoría? Y, por otra parte, el Parlamento vasco anuncia la finalización de la ponencia que estudia una reforma del Estatuto de Euskadi que reconozca la soberanía compartida.

Lo que es evidente es que de los tres hechos singulares que reconoce la actual Constitución española, Cataluña, Euskadi y Canarias, las dos primeras tienen definidos proyectos tan claros como imposibles. Y la tercera no tiene definido ningún proyecto claro, aunque es el único que podría ser constitucional y posible. La política de vuelo bajo, con gafas de ver de cerca y no de lejos, no ha permitido el debate urgente que tiene que hacer el actual Parlamento de Canarias sobre el Estatuto Especial del Archipiélago. Qué régimen económico, fiscal y político necesitan las Islas para quedar correctamente articuladas en España y en Europa como región ultraperiférica.

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