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McGuinness, entre fusiles y urnas

Luces y sombras del comandante del IRA y dirigente del norirlandés Sinn Fein cuya visión estratégica fue muy pronto detectada por la inteligencia británica

McGuinness, entre fusiles y urnas

"Todavía estoy viva", bromeó en junio de 2016 la reina Isabel II a sus 90 años. La frase, que dio la vuelta al mundo, fue su respuesta a la amable indagación sobre su salud que le dirigía el viceministro principal de Irlanda del Norte, Martin McGuinness, durante una audiencia en el castillo de Hillsborough, en Belfast. No era la primera vez que el antiguo comandante del IRA se veía con la Reina, a la que, en un gesto que se consideró símbolo de la reconciliación en el Ulster, había estrechado por primera vez la mano en 2012. Menos de un año después, Isabel II sigue viva y la muerte de McGuinness, el martes de la pasada semana, ha desatado una cascada de alabanzas, expresiones de respeto y reflexiones de urgencia sobre la figura del hombre que, junto a Gerry Adams y otros dirigentes del Sinn Fein, el brazo político del IRA, entendieron que, tras caer Margaret Thatcher en 1990, el futuro de Irlanda del Norte podía dejar, esta vez sí, de escribirse con balas.

El fruto de esta intuición germinó el 10 de abril de 1998, fecha en la que, de la mano del recién llegado Tony Blair, se firmaron los Acuerdos del Viernes Santo, que han propiciado dos décadas de autonomía norirlandesa en manos de gobiernos de poder compartido entre republicanos católicos, partidarios de la reunificación de Irlanda, y unionistas protestantes, fieles a Su Graciosa Majestad.

McGuinness, muerto a los 66 años de amiloidosis cardiaca, rara enfermedad degenerativa, empezó su vida siendo un producto típico del Bogside. El Bogside es el gran barrio católico de Derry, la ciudad de apenas cien mil habitantes a la que los unionistas protestantes llaman Londonderry y que a finales de los 60 se convirtió en escenario de unas protestas que habrían de desencadenar una espiral de violencia de 30 años (1968-1998) que los británicos conocen como The Troubles (Los problemas) y que se ha saldado con 3.524 muertos, 1.857 de ellos civiles.

Hijo de un empleado de una fundición, McGuinness creció en una familia muy católica, pero alejada de la política. La estirpe vaticana la lleva hasta en su nombre de pila, James Martin (o Seamus Mairtin) Pacelli, impuesto en honor de Pío XII. Mal estudiante, dejó la escuela a los 15 años para trabajar en un taller mecánico y luego en una carnicería. Empezaba a correr la segunda mitad de los 60 y el norte de Irlanda se contagió de algunas de las grandes conmociones de la época: la reivindicación de los derechos civiles de la minoría católica, las manifestaciones, las batallas campales, las primeras bombas y el despliegue del Ejército británico. Pronto, el territorio fue escenario de un conflicto que enfrentaba al resucitado IRA con los paramilitares protestantes, la policía y el ejército. A la altura de agosto de 1969, estalló una batalla fundacional. Fue, claro, en el Bogside de McGuinness, a quien desde entonces se le puede rastrear ya en las filas del IRA. Tenía 19 años, pero su carrera fue meteórica. A principios de 1972 se le considera el "número dos" en Derry, lo cual lo sitúa en la cúpula. De hecho, ese año viaja con Adams a Londres para unas conversaciones secretas con el Gobierno británico. Los informes de inteligencia ya le señalan como un hombre de sólida visión estratégica. Sin embargo, su sangre hierve con facilidad. Cuando en enero de ese año, en el Domingo sangriento, caen 14 manifestantes católicos bajo las balas de los paracaidistas británicos, McGuinness afirma: "Habría matado sin dudarlo a todos los soldados británicos si hubiera podido". En 1973, la justicia irlandesa le condena a seis meses de cárcel, tras detenerle junto a un vehículo cargado con cien kilos de explosivos y más de 5.000 balas. Recibe una segunda condena leve, también en Irlanda, y en 1974, año en el que se casa, deja oficialmente el IRA para concentrarse en el Sinn Fein. Sin embargo, numerosos testimonios siguen situándolo en secreto al frente del IRA, al menos hasta finales de los 80. Estas acusaciones le harían responsable tanto de la muerte en 1979 de Lord Mountbatten, tío de Isabel II y mentor del príncipe Carlos, como del fallido asesinato de Thatcher en un hotel de Brighton en 1984, o del atentado de Enniskillen (1987), que dejó doce muertos y movió a Adams a pedir disculpas.

En todo caso, McGuinness, acérrimo defensor de la estrategia del rifle y la urna, tuvo siempre inclinación a la vía política y a la negociación. Durante las huelgas de hambre de los presos del IRA (1981), mantuvo contactos con la inteligencia británica y en esas labores discretas seguía a principios de los 90, tras la llegada al 10 de Downing Street del sucesor de Thatcher, el más moderado John Major. En 1993, finalmente, la existencia de un proceso de paz se hace pública y McGuinness sobresale como negociador republicano al lado de Gerry Adams.

Diputado en Westminster desde 1997 y en el parlamento norirlandés de Stortmont desde el año siguiente, McGuinness, padre de cuatro hijos, se integró en el Gobierno de poder compartido como ministro de Educación en 1999 y permaneció en él hasta 2002. Pero su gran paso adelante llegó en 2007 cuando accedió de nuevo al Ejecutivo, esta vez como viceministro principal. Desde este cargo trabajó en evidente armonía con el ya anciano reverendo unionista Ian Paisley, azote de republicanos durante décadas: "Ian Paisley y yo nunca habíamos hablado de nada -ni siquiera del tiempo- y ahora llevamos colaborando muy estrechamente desde hace siete meses sin ningún tipo de enfado. Lo que prueba que estamos preparados para una nueva etapa" fue su diagnóstico de una experiencia que llevó a compararlos con un conocido dúo cómico, los Chuckle Brothers (Hermanos Risitas), para enfado de no pocos unionistas.

Tras la dimisión de Paisley, McGuinness siguió copresidiendo los gobiernos dirigidos por los unionistas Peter Robinson y Arlene Foster, aunque con ellos las relaciones fueron menos amables. El desencuentro final llegó el pasado 9 de enero, cuando presentó su dimisión como protesta por un escándalo de corrupción que salpicaba de lleno a Foster. Esa renuncia desencadenó las elecciones del pasado día 2, en las que el Sinn Fein obtuvo unos resultados históricos, con 27 de los 90 escaños, a sólo uno de los unionistas del DUP. Tan estrecho desenlace está complicando seriamente la formación del nuevo ejecutivo de poder compartido, hasta el punto de que este lunes Londres tuvo que prorrogar el plazo negociador previsto, en un intento de evitar la suspensión de la autonomía o la repetición de los comicios.

A los diez días de su dimisión, McGuinness hizo otro anuncio. El hombre que, en 2011, había aspirado incluso a la presidencia de Irlanda, quedando tercero, se retiraba de la política para luchar con la enfermedad. Falleció dos meses después, suscitando un coro de pésames y reflexiones laudatorias, desde Isabel II a Blair, pasando por la actual primera ministra o los grandes tenores norirlandeses.

Nadie ha olvidado su pasado de terrorista, algunas víctimas le han atacado con dureza por él, pero casi todos han alabado su entrega a la vía política -llegó a calificar de traidores a los disidentes del IRA que en 2009 asesinaron a un policía-, su carisma, su calidez en la distancia corta, su capacidad negociadora y aquella visión estratégica que ya le detectaron a los 21 años los agentes del MI5.

Su muerte abre el camino a nuevos políticos, sin contacto con las armas, justo cuando el brexit -al que se opuso el 56% de los norirlandeses- amenaza con dificultar la fluidez de relaciones con Irlanda y someter una vez más a serias tensiones la vía política defendida por un hombre que, además de patriota irlandés, era... ¡hincha del Manchester United!

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