La Provincia - Diario de Las Palmas

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Medalla de Oro de Canarias 2017

La vida sin red

La artista Pinito del Oro conquistó el mítico circo Ringling sobre el trapecio. Las páginas del ´New York Times´ se hicieron eco de su talento

Las paredes de su casa podrían ser las de un museo. De ellas cuelgan fotografías y recortes de proezas, triunfos y hazañas de antaño. En los cuadros ve reflejada la vasta trayectoria de quien comenzó a deslumbrar desde la infancia mientras en su memoria atesora los recuerdos de momentos irrepetibles en Alemania, Francia, Inglaterra, Estados Unidos y, por su puesto, su tierra canaria. Menuda y sin red, viajó por medio mundo buscando "el más difícil todavía". Como un ángel volaba para deleite de quienes la admiraban. Todavía lo hace en sueños y su voz aún desprende rescoldos de la pasión que la envolvió para convertirse en todo un mito de las artes circenses. La primera actuación bajo la carpa de María Cristina del Pino Segura (Las Palmas de Gran Canaria, 1931), conocida a nivel mundial como Pinito del Oro, alumbró un nuevo amanecer para el circo. En el barrio capitalino de Guanarteme, a principios de los años 40, había nacido una estrella. Mito, leyenda, referente. Sus cabriolas sobre la barra del trapecio cortaban la respiración. Ella lo sabía. Hay actuaciones que no dejan indiferente y las suyas marcaron a fuego el sentir de los espectadores.

"Era la más chiquita y lo sigo siendo. Eso sí, con más años, pero sigo siendo pequeña". Las risas de la recién galardonada con la Medalla de Oro de Canarias acompañan su relato. Descendiente de una saga circense muy reconocida, propietaria del Gran Circo Segura, conoció muy de cerca los entresijos de cada número. Era la menor de 19 hermanos y muy pronto debutó en el espectáculo que organizaba su padre José Segura. Aunque su progenitor no quería lanzarle a escena muy pronto por los problemas de salud que arrastraba de niña, con apenas 14 años debutó. "Me dijo que iba a hacerlo donde había nacido", recuerda. Y así fue. En su barrio, rodeada de los seres queridos que le vieron dar sus primeros pasos, la pequeña Pinito del Oro se subió al alambre. "Recuerdo que tenía muchos nervios y le rezaba a todos los santos para que me protegieran. Era emocionante y difícil", confiesa.Cuestión de "arrojo"

Pero si algo define a la grancanaria es su carácter inconformista. Su actuación en el alambre le pareció un número "muy antiguo y de poca importancia", por lo que decidió desafiar a la ley de la gravedad subiéndose al trapecio. Siempre sin red, jugando con el peligro. Allí, más cerca del cielo, alcanzó la gloria. No era fácil, señala, porque dar ese paso supuso enfrentarse a algo nuevo para ella, algo que hacía el resto de la compañía pero con más años de experiencia: "Tienes que echarle todo el arrojo a la vida".

De punta sobre la barra, con un pie, de frente y de perfil, o de cabeza "volaba hacia todas las direcciones". Así fue como la pequeña Pinito del Oro comenzó a escribir su futuro. La monotonía, como en todas las disciplinas, constituye un peligro, por lo que su padre le sugirió que introdujera un nuevo elemento en sus números. Por eso sentada sobre las patas traseras de una silla también emprendió el vuelo sin alas ni motores.

Sus acrobacias imposibles le confirieron fama mundial, hasta tal punto que se convirtió en una de las referencias de la España del NO-DO. Sus escuetos y ajustados maillots de lentejuelas no impidieron que la artista grancanaria conquistara el noticiario cinematográfico creado por el régimen franquista a finales de 1942. En una país apagado por la dictadura, la circense constituía un halo de luz. "Pinito, gran artista canaria, se dispone a hacer su número más difícil y peligroso. Nadie, solo ella, es capaz de realizarlo", narra la voz en off que acompañaba a las imágenes de un boletín de 1956. "Parece mentira, pero es verdad. Jugándose la vida un día tras otro Pinito del Oro es feliz. Gracias a ella podemos decir que la mejor trapecista del mundo es española". Para quienes no la conocieron en activo, internet es la mejor opción de descubrir su trayectoria.

Durante unas navidades en Valencia, cuando trabajaba en el circo de los hermanos Díaz, el talento de la grancanaria no pasó inadvertido para el representante de Europa del emblemático circo Ringling. Para esta compañía, que bajó el telón de forma definitiva el pasado enero, trabajó ocho años consecutivos. No fue fácil hacerse un hueco en el que entonces era el mayor espectáculo del mundo. La artista tuvo que salvar los escollos legales de una época marcada por el machismo. La imposibilidad de viajar al extranjero sin autorización de sus padres o tutores empujó a Pinito del Oro a casarse con 18 años para cumplir su particular sueño americano. Cuando la compañía arribaba a Nueva York, la trapecista conquistaba la sala principal del mítico circo en el Madison Square Garden hasta tal punto que el New York Times se hizo eco de sus pericias. Y aunque trabajó en numerosos países, siempre se quedó con la pena de no hacerlo en Rusia, "país que siempre ha tenido gusto por el circo". La dictadura que ensalzaba sus proezas en la pantalla no le concedió el visado para actuar allí.

Su carisma, el buen hacer sobre la barra del trapecio, y una belleza racial arrebatadora también permitió a la chica humilde de barrio codearse con los grandes nombres del star-system. El productor y director de cine estadounidense, Cecil B. DeMille, la fichó de inmediato para rodar el largometraje El mayor espectáculo del mundo.

Hasta en tres ocasiones obtuvo el máximo reconocimiento mundial de Reina del Circo y el Gobierno de España le concedió el Premio Nacional de Circo en 1990. En su haber, Pinito del Oro también acumula premios de diferentes países, al que suma ahora el que la Medalla de Oro que le otorga el Ejecutivo regional.

A España regresó como un ídolo de masas. Y pese a que han pasado los años, aún la reconocen por las calles capitalinas. "Los jóvenes no saben quien soy, pero las personas de mi edad dicen ´ahí va Pinito del Oro´ cuando pasan a mi lado", apunta con orgullo.

Entre actuación y actuación, idas y venidas de un lugar a otro, la artista grancanaria siempre buscó un hueco para dar rienda suelta a otra de sus grandes aficiones: la literatura. Tras su retirada definitiva de las carpas, se volcó en esta pasión que le ha llevado a escribir varios libros. "Nacida para el circo, que tiene mucho de mí, El italiano, o La víspera". También tiene lista su autobiografía, pero antes de su publicación tiene que "pulirla un poco".

La exigencia de sus ejercicios en el trapecio y tres fuertes caídas a lo largo de su carrera propiciaron que cerrase su etapa en el circo en 1969. Con "pena" dejó atrás los mejores años de su vida.

Aquella niña menuda de Guanarteme, la benjamina de 19 hermanos, accedió con su talento a un mundo al alcance de muy pocos. "Al circo le debo todo lo que soy", dice. El próximo día 30, Día de Canarias, el telón se volverá a abrir para ella.

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