¿Podría alguien imaginar un río partido por la mitad por una línea imaginaria? Existe y lo tienen que ver todos los días los soldados canarios de la misión de las Naciones Unidas. Se llama Wazzani. La orilla izquierda es libanesa y la derecha, territorio israelí. Y nadie debe pasar al lado de Israel. Esta misión es una de la que tienen encomendada la Brigada Canarias XVI. En caso de flagrante violación, los soldados españoles dan aviso a las Fuerzas Armadas libanesas (LAF), que serían las encargadas de hacerse cargo del infractor.

Acompañamos a los soldados encargados de velar por la seguridad en este punto de tensión latente. Una simple violación puede disparar las alarmas y que el polvorín de Líbano, donde se respira una tensa paz, salte por los aires. De hecho, basta con entrevistarse con cualquier cargo de confesión chií para anunciar que la vuelta a la guerra es inminente.

Desde la posición 9.64, donde pasamos la noche anterior, tres blindados comienzan a preparar la misión. El teniente Juan Francisco Ramírez Sevillano, de 29 años y ocho como militar, nos explica que es el encargado de monitorizar las unidades que salen a patrullar, por lo que debe estar pendiente por si pudiera pasar algo. "La familia y mi pareja, que también es militar, son lo más importante. Aquí, combato el tiempo libre con la práctica del deporte, el cual practico con asiduidad, aunque lo que más me gusta es el triatlón. Estoy encantado en la Isla y desearía quedarme cuando ascienda a capitán", comenta.

En esta labor le acompaña el sargento Jordi Piris Rosado, natural de Barcelona, con 12 años en el Ejército y una amplia experiencia militar. Estuvo destinado en el Batallón de Helicópteros III, en la UME de Zaragoza, Lérida y Toledo. "Tengo suerte con los hombres bajo mi mando, ya que todo el pelotón ha estado en Afganistán y eso es bueno. Tienen mucha experiencia. Nos ha tocado hacer recuento de casas de refugiados y cuando ves la miseria en la que viven, te hace valorar lo que tenemos en España", explica.

En este puesto, en el que la misión de ONU ha depositado la confianza en el Ejército español, también presta sus servicios el chicharrero José Alberto González Bello, de 30 años, campeón de Europa de kick boxing K1 este año. Este deportista de élite tiene a su mujer y a su familia en Tenerife, y esta es su segunda misión, tras participar en Afganistán en 2011. "Aquí los compañeros me echan una mano y yo a ellos les enseño la práctica de mi deporte. Cada uno aporta algo. En Tenerife tengo un entrenador y, aunque aquí no es lo mismo, está a punto de llegarme un saco para poder practicar mejor mi especialidad". ¿Qué le ha sorprendido de Líbano? "Pues la gente. Es bastante tranquila y los civiles son educados en general con nosotros. No tiene nada que ver con el otro escenario donde estuve", relata.

Una zona complicada

La vida en esta posición fuera de la Base Miguel de Cervantes es bastante dura, ya que la realización de patrullas se lleva la mayor parte del tiempo. Antes de cada una se realiza un briefing para no dejar nada al azar. Como ejemplo, la comida y la cena se llevan desde la sede central. Aun así, los 64 soldados que allí viven se han adaptado a las circunstancias y se nota la camaradería y la complicidad entre todos. Cada uno va pendiente de su tarea, pero sin perder de vista a su compañero.

En esta base también se encuentran Jonay Díaz Nieves y Antonio Pérez Portela. El primero, de 36 años, lleva 17 en las Fuerzas Armadas y cuatro misiones a sus espaldas. Tiene mujer y una niña, de tres años. Su familia es lo más importante y la pobreza extrema de los refugiados sirios es lo que más le ha impactado. "Aquí la gente es muy amigable y colaboran en todo al igual que las Fuerzas Armadas libanesas", asegura.

Pérez Portela tiene la misma edad que Díaz Nieves y es natural de Orense. Está afrontando su primera misión internacional, en Canarias quedó su mujer. Es el encargado de la logística y el mantenimiento de la lavandería. Es decir, que no falte de nada para que cuando sus compañeros lleguen a la posición la vida se más cómoda.

Pérez Portela tiene un papel fundamental: el mantenimiento de los búnkeres de seguridad. En ellos se refugiaría el contingente destacado en caso de ser bombardeado y los mismos cuentan con agua, víveres y una estación de radio para poder sobrevivir de manera autónoma varios días. Por este motivo, hay que estar pendiente de la caducidad de la alimentación.

Tal vez sea el río Wazzani la posición que más quebraderos de cabeza puede dar a la misión de Naciones Unidas, ya que el mismo sirve de frontera natural entre Líbano e Israel. En el fondo de la garganta hay cinco resorts a los cuales acuden las familias libanesas, según nos explica el sargento Aguilar López. "Por este motivo, los soldados canarios están pendientes de cualquier infracción. Tenemos que monitorizar todo lo que ocurre en la Blue Line [frontera de Líbano e Israel]. Este río lleva agua al Jordán, que junto con el existente en Galilea es la mayor reserva de agua de Israel y ambos nacen fuera de sus fronteras. Por eso son tan importantes los recursos hídricos", de-talla.

La patrulla está compuesta en esta ocasión por ocho militares y dos vehículos Lince. Llegamos a la posición, en los altos de una garganta, desde donde se controla el río Wazzani. El día era muy caluroso -se alcanzan los 42 grados- que con el equipo de combate que llevan los soldados hace que la sensación térmica sea mayor. Esta unidad permanecerá en su puesto hasta las 15:00 horas, cuando serán relevados por sus compañeros. Frente al puesto de observación español, los israelíes están mejorando constantemente sus posiciones defensivas. Esta zona fue ocupada desde 1978 hasta el año 2000 por Israel. Antes de abandonar el lugar vemos pasar una pareja de vehículos tipo Hummer de las Fuerzas de Defensa Israelí (IDF).

El cruce de este río por parte de bañistas libaneses ha obligado a actuar en ocasiones a la patrulla española, que avisa a las tropas libanesas para que abandonen el lugar, ya que en cualquier momento se pueden presentar los israelíes, celosos de sus fronteras, para reconducir la situación.

Otro de los problemas lo representa el cruce de ganado desde la parte libanesa, lo que ha originado no pocos encontronazos con Israel.

La jornada transcurre con normalidad y el mando ha decidido que es hora de regresar a la posición. En el camino nos tropezamos con algunos de los 21.000 refugiados sirios que viven en esta zona. Una niña y su hermana nos piden agua y pido al convoy que se detenga. Les doy a los menores la botella que me habían dado para el trayecto y este gesto hace que los integrantes del blindado me entreguen la suya para hacérsela llegar a la familia. La niña mayor tiene diez años y habla un inglés fluido. Se llama Aisha. Su hermana tiene dos años.

"Selfie, selfie", no para de pedirme uno. Le hago entrega del móvil, que conoce a la perfección, y se encarga de disparar varias otos. El medio de subsistencia de su familia es un pequeño puesto de venta de sandías y melones. No lo dudó un instante, se dirigió corriendo y se aproximó al blindado español para hacernos entrega de una de estas frutas. Su hermana pequeña, descalza y con el pelo negro cubriéndole el rostro, corrió hacia el mismo lugar, recogió un pequeño melón y nos los regaló como muestra de agradecimiento. Aisha terminó entrando en la tienda de lonas y plásticos que le servía de vivienda y salió con una bandeja de papas fritas que ofreció a la tripulación. Además, hizo salir a su madre y tías para que nos saludaran al tiempo que nos hacían pasar al interior. Una serie de alfombras cubrían la tierra. Otro hermano más pequeño esperaba por la comida. Dos años llevan viviendo en Líbano tras huir de la guerra en Siria.