El Programa de Vacaciones en Paz, creado en la década de los noventa, sin duda ha supuesto un periodo de felicidad para los niños saharauis que viven en los campamentos de refugiados de Tinduf. Gracias al mismo, han podido disfrutar durante años durante la época estival, un tiempo en compañía de familias de acogida y de adopción españolas, huyendo del infierno que suponen las altas temperaturas veraniegas y la precaria existencia de la hamada del desierto.

Lamentablemente el paso del tiempo ha ido desarrollando una problemática que difícilmente soporta un mínimo análisis en materia de respeto por los derechos humanos. Independientemente del loable propósito de este programa humanitario, actualmente nos hallamos con alrededor de un centenar de casos de jóvenes ya adultas, mujeres casi en su totalidad, retenidas en los campamentos de Tinduf, cuya situación tiene su origen en dicho programa. Los cuatro casos más conocidos son los de Maloma, Darya, Nahjiba y Koria, reivindicados repetidamente por sus familiares de acogida.

Pero recientemente a través del documental Presas entre dos mundos hemos podido conocer dos nuevos casos de jóvenes saharauis, Sukeina y Jadama, que se han atrevido a denunciar todo su proceso de secuestro y posterior huida de los campamentos. En este documental que ha sido emitido en varias televisiones autonómicas y locales, se revela la existencia de muchos otros casos de mujeres ya en edad adulta, actualmente retenidas en los campamentos en contra de su voluntad, que en el pasado participaron a través del programa Vacaciones en Paz de una feliz convivencia con familias españolas.

Sin duda nos encontramos con el reverso de la moneda, la otra cara de un programa que presenta ciertas bondades pero que nos deja un panorama nada alentador mediante este reguero de casos que cada vez va en aumento, y ante el que se siguen sin tomar las correspondientes medidas, quedando disfrazado este asunto por parte de las autoridades del Polisario como un "mero problema entre familias".

Si el anverso de esta moneda fue la cara de felicidad de esos niños durante cada verano, el reverso es la amargura, la tristeza y, tal como algunas de las jóvenes afectadas han confesado, la desesperación. Esa desesperación que, a través de un secuestro, provoca no poder divisar futuro ni horizonte alguno en sus vidas, recluidas y marginadas en las desérticas e inhóspitas arenas del desierto de Tinduf. El estímulo para seguir viviendo en un lugar así es todavía menor cuando te ha sido sustraído el más preciado bien del ser humano, la libertad.

Cabe tener en cuenta que estas jóvenes, pese a que en un primer momento su estancia fue vacacional, se prolongó debido a que requerían de tratamientos médicos de cierta importancia, en algunos casos vital, pasando a ser desde entonces su estancia de forma permanente. Pero pese a ello completaron su formación cultural, social y personal siempre según sus principios religiosos, cosa que nunca quisieron entender sus familias biológicas que se sintieron bajo la amenaza de una supuesta occidentalización de sus hijas.

Pero sin duda lo más lamentable, teniendo en cuenta que para unos padres lo primero es la salud de sus hijos, es que a través de este secuestro amparado en supuestas razones culturales o religiosas, se han interrumpido dichos tratamientos médicos que se prestaban a jóvenes que ya venían con dolencias y patologías genéticas resultado de la dureza de vida campamental, así como otras posteriores como consecuencia de esta retención en el desierto y su prohibición de contactar con las familias españolas, a las que han despreciado y desoído en su intento de recuperar la relación.

Esta es, en definitiva, la cara oculta del programa estival del Polisario para los niños y niñas saharauis, una cara que sale a la luz cuando su participación en el programa ya ha finalizado y son mayores de edad, algo que puede desorientar y confundir a aquel desconocedor de esta problemática, pero no dejan de ser los efectos secundarios de un programa del que se benefician económicamente aquellos mismos que dejan en la estacada a estas mujeres una vez llegan a la edad adulta. Para ellos, llegados a este punto dejan de ser un objeto crematístico por el que percibir compensaciones económicas y beneficios personales del que los monitores y coordinadoras se aprovechan cada verano, dejando asimismo de utilizarse en manifestaciones públicas en favor de su pretendida causa como instrumento propagandístico. Han dejado de ser niñas, ahora son adultas, retenidas y olvidadas en el desierto.

Esa parte no les interesa a los responsables del Polisario, obviada bajo el pretexto de ser una norma consuetudinaria familiar, tribal o religiosa. Esta parte la ignoran por no ser capaces de mantener un respeto y orden gubernativo ante una población que ha perdido la confianza en sus representantes, anteponiendo su interés personal a tratar de mejorar las precarias condiciones de vida de los habitantes de los campamentos. Es la otra cara de Vacaciones en Paz, esa que ni le interesa al Polisario.

Ese reverso de la moneda ha mostrado hoy su cara más trágica y amarga, cuando se ha conocido el intento de suicidio de Maloma Morales, uno de los cuatro casos más conocidos de esta cuestión, y la única con nacionalidad española, cuya administración ya ha demostrado su dejadez con respecto al tema en más de una ocasión, especialmente en agravio comparativo con otros casos de españoles en situaciones similares en el extranjero.

La manipulación a la que está siendo sometida Maloma no tiene parangón. Para acallar las críticas la están convirtiendo en toda una actriz, obligándola a grabar videos bajo coacción, enguionados, y con todo un "equipo de realización" detrás de la cámara controlando todo lo que tiene que decir. El último de ellos recientemente con objeto de desmentir ese intento de suicidio del que, por otra parte, se han hecho eco ampliamente todos los medios de comunicación. Pero detrás de esas dotes de actuación a las que la están sometiendo subyace un grito de auxilio desesperado. Un grito que, por afinidad militante e ideológica critican y desoyen una y otra vez con burdas excusas quienes apoyan políticamente al Polisario en España, por encima incluso de la defensa de los derechos humanos, vulnerada en numerosas ocasiones a la vista de los casos relatados. El caso de Darya, cuya familia de acogida es tinerfeña, también sigue arrojando nuevas noticias, su grito es igual de desesperado, "ojalá pudiese ir a la Embajada de Argel a decir que quiero volver a España" se cansa de repetir desde su confinamiento, a sus 28 años.

Maloma no es más que la punta del iceberg, acaso la más mediática, de cerca de un centenar de casos, pero el día que consigan volver y puedan contar la realidad de su infierno en forma de cautiverio, sin coacciones de por medio, más de uno no encontrará lugar donde esconderse, la vergüenza de ese reverso de la moneda les dejará retratados. El que quiera encontrar ejemplos de esa inhumana exaltación no tiene más que darse una vuelta por las redes sociales. Ahí fuera está la triste realidad.