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Ataque yihadista en Cataluña El referente histórico del islam en España

Al Ándalus, paraíso perdido teñido de sangre

Todos los sirios repetían con orgullo que el Califato Omeya había sido el imperio más grande que ha conocido la humanidad

Fotomontaje del Estado Islámico con su bandera frente al palacio andalusí de la Aljafería de Zaragoza, animando a sus seguidores a reconquistarlo.

Los luctuosos acontecimientos que han tenido lugar en Barcelona me han hecho recordar algunos episodios bastante pintorescos que viví durante mi larga estancia en Siria. Hace muchos años me encontraba estudiando árabe en aquel país y aprovechaba los fines de semana para conocer su geografía. En una ocasión decidí visitar Raqqa, una ciudad situada en el noreste y cuando finalmente llegué a ella tras un agotador viaje en autobús me arrastré como un alma en pena hasta una pequeña cafetería que había en una plaza.

Cuando me senté en la terraza vino un joven camarero a servirme. Al pedirle agua los comensales de las mesas aledañas apreciaron por mi acento que era un extranjero y con esa amable curiosidad que caracteriza a los árabes me preguntaron inmediatamente de qué país procedía. Nada más oír "España" exclamaron al unísono con admiración: "¡Al Ándalus!".

Para aquellas personas mi país no tenía otro nombre que aquel con el cual se conoce al territorio de la península ibérica que el Califato Omeya -con capital en la ciudad siria de Damasco- había conquistado el 711 y que permaneció bajo poder musulmán durante toda la Edad Media.

Esta referencia a Al Ándalus no fue un caso aislado en los innumerables avatares en los que me vi envuelto durante mi estancia en aquel país de Oriente Próximo. Todos los sirios repetían con mucho orgullo que el Califato Omeya había sido el imperio más grande que hasta entonces había contemplado la humanidad y que había pasado a la posteridad como el séptimo más extenso de toda la historia.

También recuerdo una conversación en la que un islamista me aseguró que algún día los musulmanes recuperarían España y Portugal.

Como era natural le pregunté qué derecho tenían los musulmanes de principios del siglo XXI a reclamar territorios que dejaron de estar bajo la autoridad islámica hace más de cinco siglos, a lo que rápidamente respondió: "tenemos más derecho que los judíos, que proclamaron el estado de Israel en 1948 a pesar de haber vivido fuera de Palestina desde hacía diecinueve siglos, o que los italianos que en 1911 se lanzaron a conquistar Libia porque había formado parte del Imperio Romano. Si la comunidad internacional permitió esas dos injusticias no tiene ninguna autoridad moral para impedirnos hacer lo mismo en un futuro".

Era evidente que en la mente de todos los árabes que conocí Al Ándalus suponía el canto del cisne de su civilización y por ello se enorgullecían de que los monumentos más bellos de mi país fueran los que sus lejanos parientes habían dejado en la península ibérica: La Alhambra y la mezquita de Córdoba eran tan sólo dos de los nombres que aquellos nostálgicos de esplendor cultural y político del islam repetían hasta el embeleso. Luego descubrí que asimismo el embrujo de Al Ándalus ejerce su hechizo en las lecciones de historia que los profesores imparten a sus alumnos desde Mauritania hasta Omán, con lo que los escolares árabes saben que Al Ándalus es mucho más que un reino desaparecido, su sonoro y enigmático nombre es sinónimo del periodo de mayor esplendor de su civilización.

La quimera

Al Ándalus también formaba parte del discurso de algunos políticos, incluso un famoso hispanista árabe me confesó que Háfez al Ásad, presidente de Siria desde 1971 hasta su muerte en el año 2000, le había preguntado si había visitado las ruinas de Medina Azahara, en árabe 'la ciudad brillante', la lujosa urbe áulica que Abderramán III mandó edificar a las afueras de Córdoba.

Debo confesar que toda aquella nostalgia me parecía bastante ridícula, pero inevitablemente pasaron los años, y el futuro al cual mi interlocutor islamista se refería llegó, y en marzo de 2013 Raqqa -la ciudad en la que fui recibido como un andalusí- cayó en poder de las huestes del Estado Islámico que la convirtieron en su capital.

Sabía que las referencias a Al Ándalus eran comunes entre muchos islamistas. No en vano había oído a Osama ben Laden aludir a Al Ándalus y Palestina cuando todavía no había pasado un mes de los atentados del 11 de septiembre: "No dejaremos que se repita la tragedia de Al Ándalus en Palestina".

Sorprendentemente lo que los árabes que conocí asociaban altivamente a la edad de oro de la civilización áraboislámica, se había convertido para algunos islamistas en una justificación para sus acciones terroristas. Sin embargo, después de meditar un poco llegué a la conclusión que aquel giro en la apreciación de Al Ándalus no era tan insólito, porque la nostalgia de ese paraíso perdido que suponía Al Ándalus iba irremediablemente unida a la reivindicación del esplendor del poder islámico y de la máxima extensión del califato.

A pesar de lo que comúnmente se cree, la diferencia entre aquellos que profesan el islam como religión y quienes tienen el islamismo como ideología es muy grande, y de ese modo, lo que para los primeros es el recuerdo nostálgico de un paraíso perdido, para los segundos es la excusa para llevar a cabo todo tipo de atentados con el pretexto de que las tierras que fueron musulmanas tienen que regresar a la fe islámica, afirmación que incluye a lugares tan dispares como Palestina, Chad, Eritrea, Sicilia, Filipinas, Birmania y por supuesto Al Ándalus.

De este modo todos los territorios que en algún momento de la historia formaron parte de estados islámicos siguen perteneciendo al islam aunque se perdieran hace mil años y apenas habiten musulmanes en ellos. En consecuencia España e Italia son estados criminales que usurpan tierra islámica.

De más está decir que semejantes peroratas constituyen una seria amenaza a la seguridad de nuestro país en tanto que pueden servir como motivación para la realización de atentados. ¿Pero por qué Barcelona? ¿No hubiera sido más efectista atentar en la capital?

La Barcelona andalusí

Barcelona lleva años en el punto de mira del terrorismo islamista, porque un atentado en la ciudad que constituye el epicentro del turismo en España se cobraría víctimas de muchas nacionalidades lo que daría una publicidad a nivel mundial a la organización que lo perpetrase.

No en vano para que las víctimas no fueran únicamente españoles los terroristas han golpeado en uno de los puntos más concurridos por los turistas: Las Ramblas.

¿Pero ha sido esa la única razón que han tenido a la hora de elegir ese emblemático paseo? Quienes conocemos la etimología de ese lugar sospechamos que no, porque rambla es una forma catalanizada del vocablo árabe ramla, que hace referencia a un arenal, porque así denominaron los árabes al cauce arenoso de un río seco que encontraron a las afueras de las murallas de Barcelona cuando la conquistaron en nombre del Califato Omeya en el siglo VIII.

Desde entonces la mayoría de los barceloneses profesaron la fe islámica hasta que la ciudad fue conquistada por los carolingios el 801.

De este modo el simbolismo del lugar elegido para la masacre encaja a la perfección con el sueño del paraíso perdido de Al Ándalus, convertido por los terroristas en una pesadilla y reivindicado a muchos kilómetros de aquí por un Estado Islámico con capital en Raqqa, otra ciudad que también formó parte del Califato Omeya.

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