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El de la realidad alternativa

El expresidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, se ha valido de su experiencia en los medios de comunicación para escribir otro tramo del relato nacional

El de la realidad alternativa

A Carles Puigdemont (Amer, Gerona, 1962) se le reveló su futuro a los 18 años, cuando asistió a un mitin de Jordi Pujol. Era el cierre de campaña de las primeras elecciones catalanas, celebradas en 1980. Y era, también, su primer mitin. Es imposible saber si ya entonces había abrazado la fe independentista, cuando el que enseguida se convertiría en su partido, CDC, sólo tenía vocación nacionalista; pero doce años después, en las playas de la Barcelona olímpica, él y algunos de los que han sido sus consejeros en el Govern destituido el pasado 27 de octubre ya andaban arengando a los turistas: " Catalonia is not Spain: freedom for Catalonia".

Política y propaganda, binomio indisoluble, se transmuta en el caso de Puigdemont en política y periodismo. Son sus dos pasiones, siempre y cuando se entienda por periodismo la acción promocional de una doctrina política que ha de imponerse a costa? incluso? de la realidad.

Mucho antes de entrar en política, Puigdemont trabajó en el oficio de las noticias. Primero fue corresponsal desde Amer del diario Los Sitios y más tarde dio el salto a El Punt Diari (después El Punt Avui), del que llegó a ser redactor jefe. Su implicación en ese proyecto, siempre para promover la identidad cultural y política de su tierra, le impidió completar la licenciatura de Filología Catalana, aunque en el abandono de sus estudios pesó también un grave accidente de tráfico que sufrió en 1983.

Tiene en su haber la fundación de la Agencia Catalana de Noticias, y en 2004, dos años antes de ser elegido diputado autonómico por primera vez, puso en marcha el periódico en lengua inglesa Catalonia Today. Justo una década antes había publicado un libro, Cata? què?, en el que ya se interesaba por la percepción que de Cataluña se tiene en el extranjero, una de sus obsesiones. Probablemente haya que buscar en esa preocupación, vivida primero como reportero y cronista, el germen de su ansia por ganar repercusión internacional (bien que con escaso éxito) para el procés.

Sabedor de que un Estado sólo lo es cuando otros estados empiezan a verlo como tal, Puigdemont ha ido acumulando con los años un depósito de cabreo a causa de esa indiferencia. El título de su libro de 1994 lo dice todo, pero un par de anécdotas, reveladas por él mismo, completan su retrato de independentista indignado con la ignorancia que le tributa el mundo.

En sus vagabundeos por Europa, un primer 'exilio' del que se sabe poco, pero que él aprovechó para aprender idiomas, Puigdemont portaba un carnet de identidad catalán que intentaba usar para registrarse en los hoteles. Como los recepcionistas, invariablemente, le preguntaban: Cat? what?, terminó haciendo el trámite por la noche, cuando detrás del mostrador le recibía "gente inmigrante", que sabía menos inglés y francés que él (y menos geografía también), y entonces el DNI apócrifo dejaba de ser un problema.

O cuando tenía que viajar a Madrid, y Puigdi, como le conocen los más íntimos, cogía un vuelo con escala en Bruselas o París para poder entrar por la puerta de vuelos internacionales.

En los últimos tiempos han proliferado los retratos psicológicos del expresidente de la Generalitat y exalcalde de Gerona (2011-2016). Ocurrió con Trump, que, como él, usa de manera compulsiva las redes sociales. Lo más suave que se ha dicho de Puigdemont es que es un populista; lo más fuerte, que acusa la enfermedad del 'caudillo mesiánico'. Como si lo primero pudiera ser posible sin lo segundo. Pero él, como el magnate, no tiene un pelo de tonto y siempre se deja una puerta abierta: no piensa regresar a España a menos que su lista para el 21-D, Junts per Catalunya, venza en las urnas. O lo que es lo mismo: sólo se dejará poner las esposas si tiene opciones de ser restituido en el cargo. Pero él invierte el proceso: dice que primero será investido y después detenido.

Sin embargo, cabe pensar que sabe que será al revés y que, una vez más, esté buscando repercusión para el procés en el extranjero. Titular para los medios de la red de injerencia rusa: "Presidente electo de Cataluña ingresa en prisión". No sería tan extraño: hace tiempo que Puigdemont lucha por ganarse una mención en el relato de los hechos nacionales, al lado de Macià y Companys, y en sus 22 meses al frente de la Generalitat no ha dejado que la realidad le estropeara un titular. Más bien que cayeran en cascada para ir construyendo una realidad alternativa. Y en ella vive.

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