Mire usted, esta es la fiesta de Super Fefa y Super Fefo, no de urdangarines ni marichalares, sino de la gente del pueblito". Sagrario Déniz, con su fantasía "huevo manido, mi niño", acertó de pleno, excepto en que lo de ayer no tenía dimensiones de pueblo, sino de gran ciudad, con miles y miles de personas entregadas en cuerpo y alma, sobre todo en cuerpo, a la principal cita del calendario carnavalero.

Ni la prima riesgo ni el bono basura pudieron con la marea. Es más, según Sergio Romero, ayer de civil viéndolo todo pasar, "a más crisis más parranda, aunque sea para joder", mientras se dejaba acurrucar por un tarajullo de casi dos metros con falda, wonderbra y espeso bigote.

Lo que es digno de estudio sociológico es el minutado de la comitiva, el cómo empieza mansa, mansita. De cómo a la media hora aparece la chispa y el porqué a los 60 minutos lo que comienza con un gota a gota se convierte en una barranquera irrefrenable.

Es el caso de Meli Jiménez, que comenzó la fiesta de Caperucita a bordo de la primera carroza y a las diez de la noche reaparecía en una de las últimas en el punto de origen de Belén María "para hacerme el recorrido de nuevo: La gente que me vio pasar la primera vez se explota".

Porque esa es otra. El personal termina conociéndose y a los dos minutos hasta queriéndose con locura, bien sea por empatía o por caridad.

Un ejemplo genérico lo ofrecía el pobre David Sánchez Pérez, el Barbie metido en su caja, tan arropado por Rosi de la Cruz y Ángela Trujillo, como una pandilla consolidada.

"No, lo acabamos de ver tan frágil que ahora nos lo hemos cogido para nosotras, aprovechando que estar sin estrenar".